Andrea, de 12 años, y Luca, de 10 años, vinieron a España hace poco más de un año con sus padres, Alessia y Fabio, que buscaban un futuro mejor para ellos. Oriunda de Sicilia, la turística isla del sur de Italia, la familia lucha por poder empezar de cero. Una oferta de trabajo para Fabio, en una buena empresa, les cambió la vida y les trajo a Barcelona, Pero en meses, algo tan simple como el futbol, corroboran, les volvió más “infelices” que nunca. Aunque antes del pitido del árbitro, hubo final feliz.
Los dos hermanos juegan al balompié. Ya lo hacían en Italia y, al mudarse a Barcelona, sus padres buscaron un club donde pudieran seguir disfrutando de su pasión y su deporte favorito. Una forma de hacer actividad física, desconectar y relacionarse con iguales, que solo puede traer beneficios... O eso creían hasta ahora. Así, el año pasado ambos hermanos empezaron a jugar en el Santfeliuenc FC donde estaban muy agusto. Hasta que terminó la temporada y Andrea, el mayor de los dos, subió de categoría a infantil.
En ese momento, la entidad tenía que decidir si Andrea estaba preparado para jugar en primera división (infantil) o, por el contrario, debía quedarse en segunda hasta aprender más. El club comunicó a la familia que Andrea jugaría en segunda división, pero una semana antes arrancar la competición, “de repente”, ironiza Fabio, vieron al niño “preparado para jugar en primera”, lo que conllevaba federarse. La familia pagó más de cien euros de matrícula para que su hijo mayor pudiera jugar en la primera división de la Federación Catalana de Fútbol y aquí empezó su particular calvario.
Fabio explica que el equipo no confiaba en Andrea y por eso jugaba poco, unos 15 minutos por partido: “El niño no estaba bien, no se divertía en el césped y no disfrutaba del fútbol. Tampoco conseguía integrarse con los compañeros”. Con esta tesitura, la familia decide cambiar a sus hijos de club, pero el Santfeliuenc les exige “una especie de cláusula, como si de un jugador de élite se tratara”, denuncian los padres a El Llobregat. Si se marchaban, debían pagar la anualidad completa (400 euros) o la ficha del niño sería intransferible a otro club. “Era pedir dinero por la libertad y la felicidad de mi hijo”, lamenta el padre.
“Llevo Andrea al parque y juego con él, se le ve feliz con el balón… Es un niño introvertido, que acaba de sufrir un gran cambio en su vida: nuevo país, nuevo idioma, nuevo colegio, compañeros… Me pregunta por qué no juega y no entiende por qué no pueden cambiarse de equipo. Solo quiere jugar”. La intención de los padres era llevárselo a la Penya Recreativa de Sant Feliu (como previamente había hecho con Luca, que milita en la categoría alevín) y donde Andrea también tiene algunos amigos La Penya Recreativa incluso se ofreció a pagar los 400 euros. Pero aun así, el Santfeliuenc se cerró en banda.
Pero Fabio sospecha que no era una cuestión de dinero. Simplemente el Santfeliuenc quería retener la ficha de su hijo en el club, para que no pudiera cambiar de equipo, a cambio de la felicidad del pequeño, que se pasaba “todas las tardes en casa”, se queja Alessia. Andrea solo quería jugar y disfrutar pero su club prefería “tenerlo sentado en el banquillo, infeliz, antes que aceptar esos 400 euros, lo que ya es abusivo y chantajista. Y le dejaban marcharse a otro club”, incide Fabio.
La situación puso en jaque a toda la familia. Alessia, se sentía triste y a la vez impotente, no veía ninguna salida, solo el daño que estaban haciendo a su hijo. Su deporte favorito, una actividad divertida se convirtió en la infelicidad de los cuatro. Inicialmente, el club les ofrece que, a cambio de los 100 euros pagados de matrícula, Andrea pueda utilizar la piscina, pero sin cambiar de club. “Es un chantaje, primero piden 400 euros y luego ni pagando le dejan ir”, insiste Alessia, quien califica lo vivido como “surrealista”: con Andrea (y Luca) llorando porque quiere hacer deporte y no puede. Decepción, amargura y tristeza provocadas por “malicia gratuita con un niño de 12 años”, sospecha la madre.
Ante este panorama, el Ayuntamiento de Sant Feliu dde Llobregat decide tomar cartas en el asunto como mediador y se alcanza un acuerdo, lo que resulta clave para encontrar la solución: el presidente del Santfeliuenc, Alberto Prieto, accede a dar de baja a Andrea sin que se tenga que pagar nada, sin exigencias. Cruz y raya al malestar familiar.
Pero la historia acaba bien porque el club pone muchísimo de su parte. Y es que los padres habían firmado “un contrato con la Federación que vinculaba al niño con el club toda la temporada, hasta junio”, recuerda el presidente del club. Aunque, en vez de cumplir con lo estipulado, los progenitores “deciden cambiar a su hijo menor, alevín, a otro club (la Penya Recreativa) que está a unos 300 metros de este y, consecuentemente, también quieren llevarse a Andrea. Pero aquí reside el problema porque el hijo mayor acaba de federarse y por lo tanto se ha comprometido durante un año con el club”, subraya Prieto. Y, teóricamente, eso va a misa: un contrato firmado con la federación permite al club exigir esa “permanencia” del jugador bajo su discicplina.
No obstante, el presidente del Santfeliuenc antepone “el bienestar y la felicidad del niño, que es lo importante” y acepta su marcha. No obstante, “que un integrante de la plantilla se vaya ue nada más empezar la temporada deja cojo al equipo, además de que denota falta de compromiso y responsabilidad”, afirma el directivo, que solo pide un margen de tiempo para poder encontrar a otro niño en su puesto dado, asago que para la entidad “supone un problema”.
Y es que no puede obviarse que, de una tacada, el equipo alevín del Santfeliuenc se queda sin su portero (Luca, el hijo menor) y el equipo infantil sin Andrea. El presidente del club considera que Andrea sí encajaba en el equipo y que estaba a gusto en él, pero respeta la decisión de los padres de querer cambiarlo, “por comodidad”, según entiende. Alberto Prieto considera que el error ha sido de los padres (porque son los responsables al firmar el contrato), y se muestra dolido y en desacuerdo “con las formas de la familia” a la que solo pedía paciencia.
Aunque parecía que las cosas no iban a acabar bien entre el club, los jugadores y sus progenitores las conversaciones llegaron a buen puerto. El presidente del Santfeliuenc FC y la familia han conseguido entenderse, hablar con más calma y, al final, han acabado resolviendo la situación. El club dejará marchar a Andrea sin ninguna condición y éste podrá continuar jugando al fútbol (en la Penya Recreativa) para su felicidad y para tranquilidad de su familia. Happy ending.
Pero todavía queda la moraleja de esta historia. Y es que lo que ha quedado claro -y dando por supuesta y sentada la honestidad de las dos partes- que puede que el origen de todo fuera un malentendido, por el idioma, por la inexperiencia… Pero siempre, y en cualquier situación, hay que saber lo que se firma y entender qué supone esa rúbrica para todas las partes afectadas. Porque siempre hay consecuencias. III