Las cifras son preocupantes y ya se habla de “explosión delictiva”, un fenómeno que ha creado una gran alarma social.
Algunos expertos apuntan como una posible causa la extensión de patrones de conducta violentos que se viralizan a través de las redes sociales. Otros amplían el foco y destacan que esta violencia, ya sea con armas blancas o en forma de acoso y abuso sexual, es un síntoma más de la profunda problemática que afecta a los y las jóvenes de hoy en día, ejemplificada en la extensión de los trastornos emocionales que tienen su origen en la pandemia.
Pero bucear en las causas implica también aceptar que este colectivo se ha visto azotado sucesivamente por la gran crisis económica de 2008, la pandemia y la actual inestabilidad global. Y que a pesar de los avances significativos de los últimos años en las políticas de juventud, esta tormenta perfecta ha hecho profunda mella en la transición de los jóvenes a una vida adulta independiente, productiva y feliz. Una tempestad que lastra a una generación que vive con angustia su futuro inmediato y la hace proclive al aislamiento y a abrazar identidades prestadas del mundo digital.
Urge en este sentido que las diferentes administraciones cooperen para atender sus necesidades desde una perspectiva global, no solo para combatir la desinformación o los discursos de odio que banalizan el mal, sino, sobre todo, para atajar las causas profundas de lo que se ha venido a llamar la “sociedad del malestar”. Y si hablamos de los y las jóvenes ello significa seguir apostando por la educación en valores, seguir trabajando para mejorar sus oportunidades de acceso al mercado laboral e incrementar los medios para que puedan emanciparse y acceder a una vivienda digna y asequible. En definitiva, sembrar nuevos proyectos de vida. III