José Ángel Carcelén | Viernes 01 de diciembre de 2023
No cabe duda de que el proceso de mercantilización de la Navidad se ha acelerado en los últimos años.
Los tambores de las fiestas navideñas se dejan oír ya desde la primera semana de noviembre, y no cesan hasta pasado Reyes. Durante ese extenso arco temporal, estamos expuestos a un enorme caudal de estímulos al consumo. Uno de los más importantes es el Black Friday, el evento que desde hace prácticamente una década marca el inicio de las compras navideñas.
La Navidad, por tanto, se ha convertido en el mejor pretexto para estimular el consumo de los hogares, algo alicaído por la inflación de los últimos tiempos. Y los datos lo corroboran: se espera que el Black Friday de este año deje una caja en España de 5.000 millones de euros, un 35% más que en el 2022. Estamos ante un fenómeno que además ya no es exclusivo de los grandes almacenes, sino que se ha extendido a la mayoría de comercios, por lo que también cabe esperar que el tejido comercial local salga asimismo beneficiado. Y esa es siempre una buena noticia para la economía de los municipios.
Esa espiral consumista tiene, por tanto, sombras pero también alguna luz. Aceptemos esos claroscuros de la Navidad y mientras tanto dirijamos nuestra mirada allá donde sigue latiendo el verdadero espíritu navideño: en las colectas de juguetes que se organizan en nuestros barrios o en la ilusión con que nuestras entidades participan en las cabalgatas de reyes, entre otros muchos posibles ejemplos.
Y es que el contrapunto a ese consumismo global que nos invade por estas fechas son los centenares de pequeños gestos e iniciativas locales que transpiran solidaridad y sacan durante estas semanas lo mejor de nosotros mismos. Celebremos también esa Navidad. La auténtica. III