Ocurre en el deporte profesional, donde las aficiones rivales y sus radicalizados hooligans no dudan en emplear la violencia gratuita como una forma más de ‘animar’ –por decirlo de alguna manera, aunque es todo lo contrario- a sus respectivos equipos. Pero lo triste es que también se repite entre los más pequeños, en el deporte de base, en encuentros en los que deberían primar más los valores que los goles, la actitud y los parabienes de la práctica deportiva que el insulto, la agresión y la mala praxis. Pasa en el Baix Llobregat y en L’Hospitalet, en las competiciones escolares y en las diferentes categorías federadas, desde benjamines hasta juveniles. Lamentablemente, parece que se ha olvidado eso de que ‘lo importante es participar’.
Hace unas semanas sucedieron unos hechos terribles en el campo del Club Terlenka de El Prat, que acabaron con la agresión al portero de un equipo rival por parte de jugadores y lo que es peor, incluso aficionados. Y es que la culpa, aquí sí, es más de los padres que de los hijos. Resuelta vergonzoso asistir como público a un encuentro de fútbol de categorías inferiores en cualquier campo de Baix o de la segunda ciudad de Cataluña y comprobar y ver como muchos progenitores –sean del equipo que sean- vociferan, faltan al respecto al árbitro y muestran desprecio incluso por sus propios hijos, a los que no perdonan los errores en el césped.
Tanta exigencia y tanta competitividad desquicia a los jugadores que protestan a los colegiados como si les fuera la vida o dejan ir la pierna sin muchos miramientos. En más de una ocasión, la tensión entre los jóvenes futbolistas de uno y otro club es tan grande, que se huele la sangre en el ambiente, que se atisba una enorme tangana de consecuencias inciertas alentada por el griterío de las gradas, las descalificaciones y el juego sucio. Y a veces, como ocurrió a mediados del pasado mes de marzo (por citar un ejemplo) en el Camp Esportiu Municipal Pitort, en Castelldefels- la cosa pintaba tan mal que el árbitro suspendió el partido entre el conjunto local juvenil y el de El Papiol (cuando solo quedaban diez minutos) porque todo apuntaba a que el duelo iba a acabar mal, porque estaban saltando algo más que chispas entres los jóvenes futbolistas.
En el número de marzo, El Llobregat ya recogía en un minucioso reportaje que el Consell Esportiu del Baix Llobregat había detectado un triste repunte del incivismo (insultos, malas conductas, tensiones…) en los Juegos Deportivos Escolares y que había decidido tomar cartas en el asusto, aunque los episodios no habían pasado de leves (más vale prevenir), reforzando el programa de educación en valores ‘A la grada, el respecte suma’. A la vista de lo sucedido y en previsión de que estemos ante un fenómeno expansivo: ¿Qué se puede hacer? ¿Existe alguna fórmula para apaciguar los ánimos y que el deporte de base vuelva a ser un divertimento y no una refriega continúa? ¿Habría que impedir a los padres que incitan a la violenta u ofenden a diestro y siniestro acceder al graderío? ¿Sería mejor que estos encuentros se jugarán a puerta cerrada -como en la pandemia- para que los niños jugaran tranquilos, sin presiones externas, como hay quien pide? El debate está servido. III