Las elecciones al Parlamento Europeo nunca han despertado grandes pasiones entre los votantes españoles, que se han decantado por la abstención con más pereza si cabe que en el resto de las citas con los sobres y las papeletas. Hasta ahora, las elecciones europeas eran las europeas y punto. Y se daba por hecho que los votantes nos movíamos a favor o en contra de unas determinadas políticas comunitarias o por propuestas de corte continental, con pocos chapoteos fuera de esos márgenes, aunque es evidente que las preferencias europeas de los electores no distaban mucho de las locales, autonómicas o generales, aunque siempre hay matices.
Pero donde dije digo, digo Diego. En la campaña electoral de este 9J se ha debatido poco o nada de políticas comunitarias, de proyectos concretos más allá de algún espacio televisivo con poco éxito de audiencia. Hasta se han ído más consignas anti-europeístas y anti-globalistas que otra cosa. El votante medio no sabe qué producto ofrecen unos candidatos ni qué pescado venden los contrarios. A excepción de aquellos que quieren abolir la Agenda 2030. Es todo tan artificial que se parlotea más de los posibles pactos de gobierno post-electorales entre los grandes grupos políticos europeos. Derecha con derecha más a la derecha, izquierda más centrada con derecha descentrada o totum revolutum. Con permiso, eso sí, de la peculiar candidatura de ‘Se acabó la fiesta’ que lidera el periodista digital Alvise Pérez y que opta al podio de máximo exponente a apuntarse el tanto de dar color a estos comicios grises, aunque solo sea por echarse unas risas, por concentrar el voto de castigo o el anti-voto, en la onda de lo que en su día consiguió contrapronóstico José María Ruiz-Mateos. Y de, alguna forma, también el Podemos embrionario de Pablo Iglesias.
En esta campaña electoral se está hablando más de los tortuosos pactos para desencallar y conformar primero, la Mesa del Parlament y luego, el Govern de la Generalitat; de la recién aprobada Ley de Amnistía –con sus visos de no alcanzar la orilla de la constitucionalidad-, de la condición de investigada de la Presidenta Begoña Gómez; de Milei y su motosierra; de Palestina y Netanyahu; del fango y de Fangoria y de los cinco días de reflexión fake de Pedro Sánchez y su carta de enamorado. Es decir, de casi todo menos de propuestas claras y concretas de políticas comunitarias europeas, un segundo plato que ha sido relegado de los mitins, de las proclamas y hasta de los coros de tertulianos..
Unos y otros han calentado el ambiente para que estas elecciones europeas sean cualquier cosa menos unas elecciones europeas, a saber: un plebiscito sobre Pedro Sánchez; una oportunidad para que los socialistas repitan los buenos resultados de Salvador Illa en las autonómicas catalanas y puedan justificar que tenían razón con la amnistía de los siete votos y sus cambios de opinión; una penúltima oportunidad para apuntalar el liderazgo de Feijoo de cara a un adelanto de las elecciones generales (si llegara a producirse) o para declararlo en ruina; un ultimátum para esclarecer si Podemos y Sumar suman o más bien restan; la confirmación de que el separatismo catalán está de capa caída o la constatación de que VOX no estaba muerto ni tampoco de parranda, lo que significa que la derecha va al alza y la izquierda al garete. Es más, hasta la clave para resolver el enigma de la gobernabilidad en Cataluña y en España está en juego el 9J.
Con estas premisas: ¿Hay de verdad un mensaje político europeo en esta campaña, sea cuál sea? ¿Los partidos españoles tienen propuestas? ¿Estamos frente a las enésimas plebiscitarias no deseadas ? El debate está servido. III