El Llobregat

El escritor de cómics que desafió a todos con su obra maestra: Donde Morrison comenzó a ser Morrison

David Aliaga Muñoz | Viernes 05 de julio de 2024
El escocés Grant Morrison pasa por ser uno de los escritores más rompedores e indescifrables del cómic de superhéroes.

Esa reputación, que lo ha convertido en un autor de culto, comenzó a forjársela a finales de los ochenta en las páginas de Animal Man. La quinta entrega de la colección, titulada El Evangelio del Coyote, tiene algo de mito fundacional en ese sentido: fue en sus páginas donde Morrison comenzó a ser Morrison. A pesar del dibujo y la narrativa gráfica más bien ramplones de Chaz Truog, la obra ha logrado fascinar a generaciones de lectores. Y con razón. Ese cuadernillo de veintiséis páginas que se publicó en diciembre de 1988 es una de las obras maestras de la historia del noveno arte.

En la raíz del proyecto se encontraba el hartazgo que el guionista comenzaba a sentir por la repetición de clichés que hacía que buena parte de los tebeos de superhéroes fuesen producciones industriales antes que obras de arte: Batman frustrando por enésima vez los planes demenciales del Jóker, Spider-Man una vez más con el corazón roto… Morrison “no tenía ganas de producir otra exploración realista de lo que significaba ser un justiciero urbano con problemas emocionales”. Y, sin embargo, eso fue justo lo que hizo con las cuatro primeras entregas de Animal Man que le habían encargado los editores de DC. Pero en cuanto se vio renovado como guionista de la serie, Morrison decidió romper con las convenciones, introducir temáticas que realmente le interesaban y explorar nuevas posibilidades expresivas para el medio.

Un roto al cómic de superhéroes
Para empezar, el escocés arriesgó al convertir al superhéroe que daba título a la cabecera en poco más que un espectador de la historia que se desarrollaba en aquella quinta entrega: el desgraciado periplo de un coyote —trasunto del dibujo animado de la Warner— que se veía expulsado del paraíso por su iracundo creador y condenado a vagar por la tierra en un eterno bucle de muertes y resurrecciones.
El Evangelio del Coyote era tierra en la que el escocés estaba sembrando buena parte de los temas e innovaciones que irían germinando en las siguientes entregas de Animal Man hasta llegar a su desenlace en el vigésimo sexto capítulo, con una también célebre escena en la que el superhéroe acababa por encontrarse frente a frente con “el villano marionetista que tira de las cuerdas y te hace bailar. Tu guionista”, es decir, el propio Morrison introducido en su obra, al tiempo que ficcionaba que el héroe accedía al plano de existencia real. Todo eso se anticipaba ya en la narración del periplo del coyote Crafty, que solo muere de manera definitiva cuando el verdadero creador, ese creador que también ha creado a su Dios, emerge en el tebeo en forma de mano que sujeta un pincel y dibuja el instante de su última exhalación.
En términos creativos, El Evangelio del Coyote puede entenderse como un fragmento de las Escrituras del que el resto de la colección terminó por constituir algo así como un comentario exegético. Y empleo esa metáfora porque la invocación de lo bíblico es constante. El escocés construyó la obra de manera que resulta impensable descifrarla sin atender a ese marco, que se establece ya en la portada, en la que Brian Bolland dibuja al superhéroe en una pose crística, y con el uso del término “evangelio” en el título.
El coyote Crafty es, en cierto sentido, un trasunto de Cristo, aunque no por completo. Y es que uno de los elementos que vuelven interesante este tebeo es que busca casi en cada página generar disrupciones cognitivas al proponerle al lector pares aparentemente opuestos. Tenemos las maneras de vestir tan distintas de Animal Man y su esposa, a los que también vemos enfrascados en una discusión sobre si alimentarse de animales es ético o no; una autoestopista y un camionero que contraponen la fe del segundo a las creencias esotéricas de la primera…
En cuanto al coyote, una primera lectura de sus actos en el paraíso de dibujos animados del que procede lo presenta como el cordero pascual. Pero también se le puede superponer el relato del ángel que se rebela contra su creador, y por ello es castigado a vagar por “ahí abajo”, plano terrenal del que deseará regresar nada menos para deponer “al Dios tirano”. Además, el cánido es percibido por el camionero cristiano como una representación del mal, y por eso buscará darle muerte a escopetazos, olvidándose de aquello de “no matarás”. Desde la óptica del personaje, la presencia del coyote está rodeada de elementos simbólicos que aluden a la venida del Anticristo tal como lo describió W.B. Yeats en un poema que, como el cómic, se sitúa “en algún lugar en las arenas del desierto”.

La cuestión de las almas
Grant Morrison declaraba entonces estar preocupado por la espiritualidad, por la cuestión “de las almas. Me pregunto por el tema de la reencarnación. ¿De dónde vienen las almas?”. Espiritual, trascendente…, sí, pero desde la oposición al dogma, en tanto que su protagonista es observado como víctima y como verdugo, como redentor y como malvado, en función de la perspectiva. Una yuxtaposición de razones contrarias que persigue poner al lector a ponerse en guardia frente a la narración, sugerirle que observe el espacio de significado que se genera en la colisión de esos opuestos. ¿Cuál es la opción correcta? ¿Existe una mirada mejor que la otra? ¿Son realmente antitéticas? El tebeo susurra interrogantes al oído del lector, pero le delega la responsabilidad de formular sus propias respuestas, algo innovador en la dialéctica de buenos y malos que suele imperar en el cómic pijamero.
Al contrario, la lectura de “El Evangelio del Coyote” puede resultar abrumadora por la sutileza con la que trata algunos de los grandes temas filosóficos, por el diálogo que establece con la tradición y la cantidad de referencias a las que hay que atender, por cómo reescribe ciertos símbolos y los pone en cuestión… por no hablar del juego metaficcional.

Un pionero con dudas
En este sentido, es comprensible que a Morrison le entrasen las dudas. Años más tarde, confesó que, mientras escribía su opera magna, nunca estuvo seguro de que no fuese “un guirigay absolutamente ilegible que remacharía el último clavo en el ataúd de mi incipiente carrera como escritor”. Una duda que, con cierto sentido del humor, introdujo también en la obra, en una escena en la que el moribundo coyote le entrega un pergamino a Animal Man para que lea su desdichada historia, y tras echarle un vistazo, el héroe le responde que está escrita en un idioma que no puede entender. Por tanto, Crafty también es el autor que teme que el lenguaje que está inventando no sea comprendido. En el caso de Morrison, sucedió todo lo contrario. III

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