Xavier Pérez Llorca

III. De la Ley a la Ley (1975-2013). La transición española vs "El procés" - Jirones de la Transición, de Javier Pérez Llorca

(Publicado en El Llobregat el 23 de julio de 2014. Con independencia del interés que el artículo merezca a cada lector, es relevante el hecho de que se publicó tres años antes de la celebración del referéndum y posterior declaración de independencia de Cataluña)

X. Pérez Llorca | Miércoles 17 de julio de 2024
Escribir ayuda a reflexionar, te obliga a ordenar lo que quieres decir y a pulir el razonamiento antes de exponerlo. Buscas las frases procurando elegir las palabras adecuadas para redactarlas. Tras la redacción viene el trabajo de corrección: repasas hechos y cifras. Es habitual que al anotar algo caigas en la cuenta de que un dato que para ti no es relevante, resulta que sí que lo es hasta el punto de que, como me ha ocurrido a mí al redactar este artículo, implica cambiar el orden de la exposición tal y como se tenía planteado en un inicio.

Recuerdo como hechos cercanos en el tiempo lo ocurrido en España en 1975 y durante años posteriores. Tiendo a pensar que los demás comparten mis vivencias de aquellos tiempos. Afortunadamente, antes de empezar a escribir se me ocurrió restar las dos cifras y la calculadora me devolvió a la realidad: ¡han pasado 38 años! Demasiado tiempo para dar por supuesto que la frase que da título a este escrito sea conocida por todo el mundo y, menos aún, que todos los lectores sepan quién la popularizó: Torcuato Fernández-Miranda.

Franco murió en noviembre de 1975. Tras su defunción, nadie en España sabía lo que acabaría pasando; eso sí, la mayoría estábamos convencidos de que cambiarían muchas cosas, de que nada sería igual. La democracia era el horizonte político: Europa. Y España, pensábamos, acabaría integrándose a todos los efectos en el marco europeo. Lo pensaba la mayoría silenciosa, las minorías que militábamos en partidos clandestinos, lo pensaba también la intelligentsia franquistas; lo pensaba la sociedad en general. Pero que una mayoría social viese la conveniencia de un cambio de régimen, no conformaba ningún instrumento político que permitiese la instauración de la democracia.

Reforma o ruptura. Dos palabras que hicieron fortuna en los debates de la época para indicar los dos caminos por los que podía transitar la historia inmediata: una evolución del régimen franquista hacia la democracia o un proceso revolucionario que la instaurase.

Yo creo que el miedo y la debilidad de unos y otros nos hizo ser prudentes y nos obligó a conseguir el éxito. Las élites dirigentes del régimen franquista eran conscientes de que, sin Franco, el régimen no se podía sostener. El asesinato de Carrero Blanco fue la evidencia. Estados Unidos dio por amortizado el franquismo y Europa… bueno, Europa esperaba otras utilidades de España. Por otro lado, las fuerzas democráticas españolas (como se puso en evidencia el 23 de febrero de 1981) no tenían la capacidad organizativa ni la fuerza para imponerse violentamente a la dictadura. Franquistas y demócratas coincidieron en que querían vivir y para ello, estaban dispuestos a dejar vivir.

Es en este contexto histórico que adquirió relevancia la figura de Torcuato Fernández-Miranda, prohombre del régimen. Fue profesor de Derecho del entonces príncipe Juan Carlos y secretario general del Movimiento. Tras la muerte de Carrero Blanco, pudo ser nombrado jefe de gobierno, pero prefirió que Juan Carlos I lo designara presidente de Las Cortes. Como tal, contribuyó a conseguir lo que parecía imposible: que Las Cortes franquistas votasen favorablemente las leyes que permitieron su disolución y la convocatoria de elecciones constituyentes para dar paso a un estado democrático. España evolucionó de una dictadura a una democracia por el camino de "la ley a la ley", según palabras y hechos de Fernández-Miranda.

La legalidad se mantuvo porque en Las Cortes, una mayoría de procuradores decidieron votar las leyes reformistas, por convicción, por obediencia, por miedo o por ignorancia. Quizás solo lo supiera don Torcuato. Pero sucedió: Las Cortes votaron el fin del franquismo y la instauración de la democracia. Si no hubiera sido así, la democracia habría necesitado más años para llegar a España. En 1975, las fuerzas democráticas no estaban en condiciones de imponerse al régimen por la fuerza, ni de las armas, ni de las masas.

No había más: reforma o ruptura.

Rememoro lo dicho a propósito del debate que actualmente ocupa todo el espacio político catalán: el derecho a decidir y la independencia. Hace muchos meses que no leo nada nuevo, pero cada día escucho la repetición de un debate que, a mi modo de ver, decae porque no tiene solución posible. Me explico, doy por sentado que las reivindicaciones históricas, culturales y fiscales planteadas desde Cataluña son legítimas, merecedoras de ser reclamadas. Acepto como hipótesis de trabajo que una mayoría de catalanes estemos a favor de que cualquier pueblo, el nuestro incluido, tenga el derecho democrático a votar libremente si quiere o no independizarse de un estado. Comparto la opinión de que una Cataluña independiente sería próspera, más que en la actualidad. Pero aceptando lo anterior, no puedo llegar a la conclusión, sin más, de que la independencia es posible y está al alcance de nuestras manos. No. Sería como ignorar el abismo que hay entre el "ser" y el "deber ser". Que la posición catalana sea justa y razonable no nos lleva necesariamente a la independencia.

La instauración de la democracia en España siempre fue un bien superior, algo justo y razonable. Sin embargo, no llegó por su propio peso; necesitó, entre otras muchas cosas, que Franco muriera de viejo.

Cataluña, 2014: ¿Reforma o ruptura? No es razonable esperar que Las Cortes actuales vayan a respaldar ningún pronunciamiento que permita la independencia de Cataluña. Los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, más de tres cuartas partes del parlamento, ya lo han transmitido: no apoyarán ninguna propuesta que tienda a permitir la secesión de un territorio del Estado Español. En consecuencia, parece evidente que la cadena de legalidad "de la ley a la ley", que pudiera alumbrar un estado catalán, no será posible.

¿Qué posibilidades tenemos de iniciar un proceso de ruptura? Nuestros propios dirigentes ya han dicho por activa y por pasiva que el proceso hacia la independencia se basa en el respeto a la legalidad, la estrictamente catalana (soberanía del Parlament). En ese discurso queda excluido cualquier recurso a la violencia. Violencia que, por otro lado, a nadie en su sano juicio se le debiera ocurrir plantear, entre otros motivos por la ausencia de fuerza con que cuenta Cataluña ante el Estado Español.

Sabemos que no habrá reforma porque no se dispone de una mayoría parlamentaria que lo permita. Y una decisión unilateral del Parlament de Catalunya es vista desde Madrid como un acto ilegal, "secesionista"; si se descarta el recurso a la fuerza con la que, además, no se cuenta, ¿de qué se está hablando? Se habla de una tercera vía inexplorada. Escucho argumentar que, si conseguimos que la voluntad catalana sea masiva, firme, evidente, si internacionalizamos nuestra reivindicación, las fuerzas democráticas del mundo occidental exigirán a España que permita la independencia de Cataluña.

Desde que Moisés se plantó delante del faraón TuTMoses III exigiendo que dejase partir al pueblo hebreo, no conozco en la Historia una pretensión similar.

¿Qué base razonable permite albergar una esperanza de que la Unión Europea vaya a exigir a un estado miembro que consienta la autodeterminación de una parte de su territorio? Desde luego, el referente histórico de 1714, cuyo tercer centenario pretendemos utilizar como fecha en la que se celebre la consulta, no ayuda. Cataluña fue abandonada a su suerte por los aliados europeos que solo se preocuparon de obtener alguna ventaja como la ocupación de Gibraltar. Con la Vía Catalana, estamos queriendo emular la cadena humana que se conformó en 1989, en las repúblicas bálticas de Letonia, Estonia y Lituania, que recibió un gran respaldo europeo y norteamericano. No creo que sea un antecedente que podamos invocar. 1989 fue el año de la caída del muro de Berlín, el inicio del desmantelamiento de la Unión Soviética, una encrucijada histórica en la que el mundo occidental apoyó toda iniciativa que debilitase el estado soviético (Yeltsin incluido). El apoyo a la secesión de las repúblicas bálticas no puede leerse como la inequívoca voluntad europea de respaldar el derecho a la autodeterminación de los pueblos. No. Aquel respaldo tuvo otra motivación: debilitar el régimen comunista de Rusia.

Esta tercera vía de la que algunos hablan, como si fuera nuestra arma secreta, no tiene trazado, es una invocación al deseo. Es una camama útil para terminar una entrevista dando la apariencia de que nos quedará algo cuando lleguemos a nada.

Me preocupa la enorme frustración que este proceso va a producir en la sociedad catalana. Los problemas nos siguen esperando a las 8 de la mañana cada día, un día tras otro. La independencia no va a solucionar nada... porque no va a llegar. No hay condiciones históricas, si se me permite la expresión demodé. No va a llegar porque no hay una mayoría en Las Cortes que la permita, "de la Ley a la Ley", porque no hay fuerza de ruptura y, en definitiva, porque en Cataluña nadie está dispuesto a sufrir penurias para forzar la independencia. El establishment, menos que nadie.

Ante el final previsible del derecho a decidir, dada la incapacidad de los partidos catalanes para identificar las necesidades de la sociedad y ofrecer soluciones posibles, el desencanto y el desapego de los ciudadanos hacia los partidos políticos se incrementará. El big bang de la política catalana se aproxima a pasos agigantados.

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