El Llobregat

¡Espectacular! Probamos la Zero DSR-X: La primera vez de un ‘electro-motero’

Xavier Adell | Viernes 06 de septiembre de 2024
‘‘El Llobregat’ comprueba durante una semana cómo es la vida diaria de un motorista de ‘cero emisiones’ con una Zero DSR-X eléctrica. Disfrutar de una conducción ágil, con nervio y silenciosa no evita la preocupación por la autonomía de la batería y por la recarga

Giro la llave del contacto, se encienden un montón de luces de chequeo en la pantalla y una señal verde me indica que el motor está en marcha. Pero reina el silencio. Es lo primero que he sentido al sentarme por primera vez sobre una moto eléctrica y agarrar el manillar. Qué cosas. He echado en falta el saludo del escape. Casualmente, una filarmónica Honda NC750X ha arrancado a la vez que yo y durante unos segundos le he robado esa partitura de pura percusión para compensar. Tampoco hay humo ni huele a gasolina. Es lo que tienen las cero emisiones. Será que sigo siendo un romántico de los combustibles fósiles. Pero la espectacularidad de esta Zero DSR-X es tal, con su imponente diseño y sus tetra-ópticas cuadradas en el carenado frontal, que transpira pasión. Apunta a pepinaco. ¿Y qué si no ruge?

Nada más acariciar el gas, la moto ha despegado en horizontal desde el garaje de PauTravelMoto, en El Prat, con un tenue zumbido pero con un brío impetuoso. Una buena primera impresión: agilidad, comodidad y sensación de seguridad, pero a medias (culpa mía) porque busco inconscientemente el cambio de marchas con el pie izquierdo, olvidando que es automática. Se hace raro en una maxitrail de 100 CV. Tampoco hay embrague en el puño izquierdo ni freno trasero. Será cuestión de acostumbrarse, tengo una semana. Bienvenido a la conducción sostenible. Todo sea por reducir huella de carbono.

Los primeros kilómetros me delatan como novato: no sé apagar los intermitentes. Señalizo sin parar a derecha o a izquierda, de forma alternativa e implacable. El coche de detrás se está mosqueando. Además, conduzco con parsimonia preventiva y el enlatado se impacienta. Me adelanta desesperado a la primera de cambio. Hasta que en la C-31C descubro que si pulso en el centro del interruptor, el parpadeo se esfuma. Primer contratiempo solucionado. Toca dejarse llevar, disfrutar y poner a prueba los reflejos y la respuesta de la burra en la traicionera incorporación a la B-25. Escruto el espejo, abro gas y fulmino al camión que me acosaba desde el carril derecho. Visto y no visto. Ha debido pensar que he surgido de la nada, porque me le he colado delante con la celeridad y el vibrato de una speeder bike de Star Wars. No hay duda: la DSR-X tiene salida. Y qué salida. De Correcaminos, pero en sigiloso.

Segundo día. Me empiezo a interesar por los consumos (entre 40 y 70 Wh/km con la calma) y me obsesiono con el porcentaje de carga de la batería (lo miro más que a los retrovisores). La sensación de libertad cuando aceleras sin el estruendo del escape como banda sonora es más plena. Ayuda que el motor eléctrico module en la misma octava que el viento. La moto demuestra buena maniobrabilidad en ciudad. Aunque es voluminosa, zigzagea bien. Primer balance del ordenador de a bordo: 36 kilómetros recorridos, 84% de batería disponible y 197 km de autonomía por devorar. Vamos bien.

Primera recarga. Por temor a que me pille el toro con la batería baja, al cuarto día de uso cotidiano (cada vez más adictivo) de la maxitrail decido estrenarme con una recarga en un enchufe del trabajo. Me han advertido de que igual saltan los plomos, así que no las tengo todas conmigo. Con Héctor, de PauTravelMotos, grabé un tutorial en video de cómo conectar la Zero a la red eléctrica, aunque el procedimiento es sencillo. Lo reproduzco por si las moscas y sigo con cautela los pasos. ¡Bingo! Mi instalación acepta la conexión y suministra 12 amperios y una potencia entre 1.2 y 1.3 Wh. Suficiente. Ahora toca armarse de paciencia, porque la pantalla avisa de que necesito dos horas largas para completar el 100% de la carga.

El proceso de recarga parece que se acelera a medida que transcurre el tiempo, o yo me vuelvo menos ansia viva. A la media hora, solo he recuperado un 3%, pero al cabo de una hora, ya dispongo del 92% y 225 kilómetros consumibles. Más o menos a la hora prevista, el display de la moto ennegrece, señal de que la batería está al tope. Vuelta al asfalto.

El susto. Siempre pasa, cuando más confianza le coges a algo, más pronto te la dan en la frente. Como ya controlo la Zero, se me ha ocurrido la brillante idea de aparcarla en bajada, con la rueda delantera mirando al bordillo en lugar de al revés. Y claro, cuando la monto de nuevo no hay forma de moverla. Arranco y desde el sillín trato de arrastrarla hacia atrás apoyándome en el acelerador. Mala idea. La moto responde al gas con solo rozarlo, así que despego por encima de la acera y no me voy al suelo de poco. Suerte que he podido dominarla. Queda en un susto. Pero he aprendido algo: las motos eléctricas mejor en off si hay que moverlas a pulso. Mucho mejor.

En ruta. Llegó el gran día. Por fin voy a probar la moto en desplazamientos largos por autovía y curvas. Se acabó el callejear. Le doy al puño y la aceleración es de escándalo, con la ventaja de que no hay que estrujar las marchas para salir en estampida. No me sigue nadie. Devoro los kilómetros con plenitud en las rectas y entro con buen agarre en las curvas. La Zero se adapta como un guante a un tipo de conducción más deportiva. Se ha despertado la bestia que lleva dentro. Aunque el que se despierta en realidad soy yo: ya me he comido el 40% de la carga y aún no he llegado al destino previsto. Entro en pánico. No he caído en la cuenta de que al volar por encima de los 100 km/h el consumo se dispara hasta los 125 Wh/km. Es una barbaridad. Sospecho que las eléctricas no son para las autopistas, son más para sinuosas carreteras secundarias, en las que aprovechar la frenada para recargar batería. Una salida más larga lo confirma. Me pulo medio ‘depósito’ en ir y volver de L’Hospitalet a Sabadell. A partir de ahora, solo por ciudad.

La despedida. Qué rápido se ha pasado la semana y que fácil es acostumbrarse a lo bueno. Devuelvo la DSR-X a boxes con buen sabor de boca. Me ha enamorado ese arranque fulgurante y he aprendido a disfrutar del silencio, a lo Depeche Mode, solo frente a un desértico semáforo rojo en plena noche. Ay si la batería durara más... ¡Ráfagas! (eléctricas).


Con el enchufe a cuestas
Si algo puede ir mal, irá mal, dijo Murphy. Cuánta razón. Pensaba que podría recargar batería en el enchufe de mi garaje pero las clavijas no encajan. Toca solución de MacGyver, porque ando pelao de Kwh. Suerte que vivo en un segundo con balcón a la calle y que tengo un alargo de 25 m... Así que aparco en la acera, junto a la puerta de casa, lanzo el cable y a cargar a tutiplén, para sorpresa del vecindario.

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