El Llobregat

Las chicas son guerreras: una visión resiliente del feminismo desde el Baix Llobregat

Ana Ruiz | Viernes 06 de septiembre de 2024
El feminismo está cada vez más acosado por la nueva izquierda, la ultraderecha y esos aparentes aliados que abandonan el barco. Si en la segunda década del siglo XXI nadie sabe definir lo que es ‘una mujer’, excepto los científicos, “tenemos un problema”.

La cohorte más joven de las boomers aún recuerda la canción. “Rubias, morenas, castañas, da igual…las chicas son guerreras”.En las tardes de sábado de los años setenta del siglo pasado el programa de televisión Aplauso daba voz a los grupos de la movida madrileña y la banda Coz se encargaba de cantar a las chicas:...”Jugar con ellas es como manejar la nitroglicerinaaaa. Tienen más vatios que una nuclear y no son tan dañinassss”. De qué manera nuestro cerebro decide proteger en lo más hondo del mar del hipocampo algunos recuerdos y por qué desecha otros como si los hechos a los que éstos hacen referencia nunca hubieran sucedido…¿Por qué?

Han pasado décadas y me sigo recordando de niña sentada en el suelo de casa mirando la televisión y tarareando la canción: “Las chicas son guerreraaas…” Ese recuerdo se activa de manera recurrente en forma de advertencia: “No paréis de luchar, de batallar porque las chicas son guerreras”. No hay más remedio, compañeras. Europeas, americanas, asiáticas, africanas o procedentes de Oceanía…Laicas, cristianas, judías o musulmanas. Ricas, pobres o de clase media. Con conciencia de clase proletaria o sin ella. Mayores, jóvenes o de mediana edad. Las chicas son guerreras y nos necesitamos. Cada vez más acosadas desde tres frentes, el de la ultraderecha, el de la nueva izquierda y el formado por todos los aparentemente aliados que nos abandonan siempre que la historia les brinda una oportunidad, vamos retrocediendo pasito a pasito de espaldas ante el precipicio. Y estamos a punto de caer. Estamos solas, admitámoslo. Si en la segunda década del siglo XXI, políticos, periodistas, activistas, científicos sociales (puede que menos científicos que los de las disciplinas naturales) no saben contestar a la pregunta: ¿Qué es una mujer? es que estamos más solas que la una. “Houston, tenemos un problema”. Pero, dónde está Houston. ¿A quién recurrir?

¿Qué es una mujer, coño?

La socialdemocracia y la derecha liberal clásicas ha decidido hacer mutis por el foro y ni sí, ni no. Se escabullen de su obligación ética de elaborar respuestas claras y precisas. ¿Qué es una mujer, coño? No quieren hacer el ridículo del todo, pero tampoco no se atreven a posicionarse de manera contundente porque, ¡claro!, el feminismo no debe asustar a los amigos del presidente. ¡Pedrooo, nosotras que te quisimos tanto!…, pero ¿qué te ha pasado, aliado?

Es por esto que RTVE, la radio y televisión públicas, decidió mandar a Eurovisión la canción Zorra para representar a España. Una canción divertida porque el feminismo también debe ser divertido, dijo el presidente. Naturalmente, para muchos lo de esta canción no deja de ser una anécdota, la crónica de un festival que se ha convertido en la parodia de lo que fue. “¿Por qué os enfadáis tanto?”, preguntaban curiosos compañeros de trabajo. Porque esa palabra, Zorra, hiere como un cuchillo ardiente atravesando nuestro corazón. Porque la hemos escuchado a lo largo de nuestra vida. Aliado, ni una sola de las mujeres con las que compartes espacio público en la calle o el metro se ha salvado del zarpazo con la que esa maldita palabra ha herido su dignidad en alguna ocasión. En este sentido, se hace indispensable recordar que la palabra que dio título a la canción que representó a España en Europa aparece en 15.000 sentencias judiciales como intimidante y vejatorio para la mujer. Sí, es verdad. Eurovisión no deja de ser un festival hortera. Y sin embargo, la narrativa popular contiene mejor que ninguna otra los avances o retrocesos de cada época. Y si un público, conformado mayoritariamente por hombres, corea gozoso y entregado: “¡Zorra, zorra, zorra…!” Houston, ¿dónde estás? La verdad, es fácil ponerse nostálgica y añorar otros momentos más feministas de la cultura popular.
La traición de los aliados, esos hombres progresistas y modernos, duele de manera especial. La conocida como Liga Lol en Francia, un puñado de periodistas y publicistas de izquierdas, se dedicó durante años a reírse y ridiculizar a través de las redes a colegas de profesión y feministas. El capítulo sirve para ilustrar a la perfección la malvada sofisticación con la que algunos hombres progresistas nos miran e interpelan.

El irrespetuoso término ‘terf’

Durante un tiempo seguí la cuenta de X de un periodista asturiano, de posiciones progresistas, divertido y afilado en sus apreciaciones. En una ocasión, se refirió a las mujeres críticas con la ley Trans, fundamentalmente en lo referente a la autodeterminación de género, como terfs (un acrónimo del término en inglés trans-exclusionary radical feminist, traducible al español como ‘feminista radical trans-excluyente’). Fue la primera vez que leí el término y coincidía en el tiempo con el inicio del debate de la que resultó ser una de las dos leyes estrella del ministerio de Igualdad español durante la pasada legislatura, junto a la del solo ‘sí es sí’.

Le afeé el uso de la palabra y le esgrimí algunas razones, como la falta de debate respetuoso y el ataque frontal a la libertad de expresión que supone hacer callar a las mujeres que dicen algo que no te gusta o con lo que no estás de acuerdo. Como dijo Angela Merkel: “La libertad de expresión consiste en escuchar al que te lleva la contraria”. Pero la respuesta del ilustre tuitero fue: “Las mujeres trans son mujeres y punto”. Y ‘punto’. Esa seguridad masculina y punto. Aquí acabó la conversación, claro. Tengo la sospecha que muchos hombres progresistas y aparentemente aliados del feminismo han apostado por ‘lo trans’ sin ningún tipo de matiz o crítica, y han mostrado ese puntito de condescendencia agresiva con las mujeres críticas, porque son unos vagos. Mucho mejor que nosotras acojamos en vestuarios, baños, prisiones, espacios protegidos por sexo a los disidentes, a los diferentes (si hace falta, incluso a los depredadores y autoginefílicos) con la excusa de que son mujeres. El trabajo de integración sobre nuestros hombros, otra vez.

Plataforma para que otras agendas parasiten

Porque, ¿a qué otro movimiento social se le reclama que sea divertido, intrascendente, que no moleste y no distraiga de las cosas importantes? ¿A qué otro movimiento social se le chantajea emocionalmente para que se convierta en la plataforma sobre la que otra agenda arraigue y parasite? Solo al feminismo. Y el otro frente activo contra los derechos de las mujeres, la nueva izquierda, sigue a pies juntillas el dicho de que el infierno está lleno de buenas intenciones.
Un no binario antes que una mujer como presidente del Gobierno. Esta es mi apuesta, Irene (Montero). Es posible que también esta nueva izquierda, adanista, impresionantemente segura de sí misma, moralista, necesitara de anclajes donde depositar su abrigo ideológico, pero se ha pasado tres pueblos. Ha decidido arriesgar el sujeto político del feminismo y hacer de nuestra existencia una esencia, un sentimiento. Cualquiera que quiera puede ser una mujer. El activismo queer se ha infiltrado hasta los huesos en la izquierda radical. Y ésta se ha abierto de par en par al transhumanismo.

La realidad biológica no existe, vienen a decir. Se trata de una elección. Nuestro mundo interior de deseos (en algunos casos, inconfesables) se abre paso a través de nuestra carne y en forma de esencia nos viste y define. Lo siento. A muchas nos cuesta comprar el cuento. Un hermoso cuento, por otro lado, capaz de seducir a tantos hasta elaborar y aprobar en múltiples parlamentos europeos legislaciones que consagran el deseo, la fantasía, incluso el delirio de ser algo o alguien que la realidad impide ser, en una realidad jurídica. Un repaso superficial de la historia de la humanidad constata que el avance democrático ha ido a la par de un principio rector: limitar los deseos de los grupos privilegiados de cualquier sociedad o momento histórico. Cuando hemos sido capaces de diferenciar deseo de derecho, hemos avanzado, hemos logrado grandes metas

Las trampas de la ultraderecha

El tercer frente que acosa al feminismo, la ultraderecha, es tan previsible, tan conservadora en su estrategia, tan conocida e intuida por las mujeres que hace innecesario desgranar las trampas de su discurso. Aunque sí cabe destacar su rapidez de reflejos y la facilidad con la que se acomoda en el confortable colchón del sentido común que parte de la izquierda ha decidido abandonar.

El feminismo necesita pensar, hablar y consensuar. Debe reformular sus fronteras y estar dispuesto a disparar desde la trinchera ideológica y conceptual. Estamos en guerra. El triple acoso ha dejado al feminismo agotado, asustado y confundido. Precisamente, el movimiento intenta no dejarse engullir por esa maraña confusa de conceptos que se pronuncian a media voz, con la clara intención de no dejarse oír del todo y no pronunciarse claramente sobre nada. Las palabras se han cambiado de lugar de manera tramposa. Es difícil ponerse de acuerdo cuando no hablamos de lo mismo. Sorprendentemente, no se han consensuado esos cambios desde el mundo de la academia, la ciencia y la política.

El movimiento social más revolucionario

Y, así, de pronto, algunos han logrado transformar la agenda del feminismo. ¿Se lucha por la igualdad y dignidad de todas las mujeres del mundo o se trata de construir un cajón de sastre donde se cobijen múltiples causas, a veces. contradictorias entre sí? El consenso había sido histórico. El género nos oprime y condiciona. Se espera de nosotras un comportamiento servicial, segundón; una actitud agradable, cariñosa e hipersexualizada al mismo tiempo.

La telaraña del género nos ha impedido correr veloz por la vida; romper ventanas con la pelota en la calle, expresarnos con pasión y orgullo… Y todas nuestras predecesoras se han partido la cara para hacer añicos esos cuentos que nos esclavizaban. No lo vimos llegar, pero ahora existe ‘la identidad de género’. Tú escoges tu género, y consecuentemente, el sexo jurídico. Género y sexo se utilizan como sinónimos. Se mezclan y conforman un solo concepto en este tiempo líquido y virtual. Al feminismo actual también se le exige que haga de madre de todas las causas. Cada una de nosotras con el pañuelo en la mano limpiando los mocos de los demás. Es cada vez más complicado distinguirnos de una ONG y no reivindicarnos como el movimiento social más revolucionario y transformador de todos los tiempos.

Premio salarial para la fuerza física

Recientemente, el sindicato UGT de Catalunya presentó un informe sobre las brechas de género en los convenios laborales. Los sectores más feminizados se concentraban en las actividades laborales relacionadas con los cuidados, la limpieza y los servicios. Y allí se establecen los sueldos más bajos y los convenios más débiles. Aunque la mayoría de los trabajadores de estas actividades son mujeres, la minoría, los hombres, resultan ser los mejor pagados. ¿Por qué? Porque se premian salarialmente las actividades relacionadas con la fuerza física y la presencialidad. Así, un operario de la limpieza que se encarga de mantener como una patena los vidrios y cristales de la oficina recibe un plus que no llega a la operaria mujer, encargada de que las salas del centro de trabajo reluzcan y huelan a flores. El reponedor de supermercado recibirá más atención y reconocimiento por parte del encargado que la cajera capaz de realizar multitareas: cobrar, colocar en la bolsa los productos y a la vez informar al cliente sobre las últimas promociones. Las habilidades comunicativas no recibirán ningún plus en la nómina.

¿Sirven los sindicatos tradicionales a la causa de las mujeres? Como la lluvia fina, la desigualdad se ha infiltrado en todas las actividades y organizaciones humanas. Pero la interseccionalidad del feminismo con otras causas nos ha encasillado y, paradójicamente, está restando energías. Los círculos concéntricos en los que se sustenta nuestra identidad como mujeres y ciudadanas no se colocan unos encima de otros para llegar al cielo. Todo lo contrario. Nos encierran en cada uno de los círculos asignados. Nos atomizan. ¿Si eres una ‘currante’ blanca y rubia difícilmente empatizarás con la trabajadora racializada?
Nos tocamos levemente el codo cuando coincidimos en la interseccionalidad de nuestras luchas y nos replegamos de nuevo en hacia la tribu social, ética, cultural o religiosa que nos ha tocado en suerte. Nos hemos aislado en el marco de un nuevo feudalismo tecnológico. Cada una de nosotras con sus cosas, sin alzar la mirada e identificar a cómplices y amigas. La respuesta nacionalista a los desafíos del mundo va de la mano de la ofensiva neoliberal que ha logrado convencer a una mayoría en la solución individual ante los retos del futuro. Tú solo o sola puedes, aseguran los gurús de la más extrema individualidad. También el feminismo ha caído en la trampa del ‘yo’ tecnológico, tal como advertía Antonio Gala hace unos años.

¿Transexualidad o transactivismo?

Conscientes de esa debilidad, y ante el pavor de oficializar el divorcio entre nosotras, callamos. Mejor ganar tiempo, ¿para qué? La salida al entuerto que ha provocado la invasión de la teoría queer en las leyes de igualdad de medio mundo requiere una reflexión a fondo. ¿Es lo mismo transexualidad que transactivismo? Igualdad o diversidad, ¿cuál es nuestra agenda? Escoger la identidad racial o cultural por encima de nuestra pertenencia al sexo femenino de la especie humana es otra de las elecciones fundamentales. Debemos elegir. Marcar una línea de puntos e ir colocándolos a uno u otro lado de la barrera. Sin aspavientos, ni violencia, pero no podemos seguir juntas.

A la claridad conceptual debería seguir la estratégica. Al nombre le seguirá el apellido. Debemos aclarar a la sociedad qué tipo de feminismo representamos y a quiénes nos debemos. ¿Es feminismo entender la prostitución como un trabajo más? ¿Acabaremos creando ciclos de FP para enseñar a hacer ‘mamadas’? ¿Es feminismo relegar los derechos de niñas y mujeres de las familias inmigrantes a los derechos culturales y religiosos de los hombres de confesión musulmana? Contestar a esas y otras preguntas, además de diseñar una nueva hoja de ruta se hace indispensable para el futuro del feminismo.

Un aval tirado a la basura

Si una relee a Olympia de Gouge o Flora Tristán, a las sufragistas británicas o norteamericanas, emociona pensar que todas ellas, en un mundo sin redes sociales, internet, televisión y radio, lograron diagnosticar y analizar la realidad con aquella precisión de cirujano. No necesitaron ‘papers’ académicos e ingentes cantidades de información para llegar a conclusiones de gran profundidad intelectual y humana. ¡Cómo conocían el sufrimiento de las mujeres! La miseria y violencia a la que estaban sometidas. Todo aquel aval tirado a la basura para afirmar ahora que la prostitución es un trabajo más, que hay mujeres con pene y que son lesbianas… Insisto, no podemos seguir juntas.

Durante la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en Pekín en 1995, las delegadas lograron aprobar en clave de política mundial propuestas a favor de la igualdad de género. Tal vez, sería conveniente emular un encuentro global de aquellas características para mirarnos a la cara y decidir qué entra o no en el feminismo. O si debemos inaugurar una nueva etapa con diferentes corrientes. Pero, por favor, sepamos a qué jugamos en cada una de esas corrientes. Divorciarnos por un tiempo de partidos políticos y sindicatos, pensad, hablar, pelearnos, discutir… y sellar acuerdos. ¿Qué queremos ser a partir de ahora que hemos triunfado y el feminismo en la causa más noble de todos los tiempos?

Solidaridad global exigente

La lucha a favor de los derechos de las mujeres no es un producto que se toma en una sola dosis y es apta para todas. Es un movimiento que requiere de la solidaridad global. Es exigente, realista, puntilloso, molesto, intenso. No estamos aquí para hacer la vida más agradable a los hombres ¿no? Lo estamos para reivindicar que las mujeres no son seres humanos de menor valor por ser diferentes a los hombres. Mujeres del mundo, uníos de una vez mientras tarareamos al unísono la canción: “¡Uh!, ¡Ah! Las chicas son guerreras ¡Uh!, ¡Ah! Las chicas son guerreras”. III

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