No ayudaron el mal tiempo del mes de octubre, ni la aspereza con la que el taxista me advirtió —acababan de sofocarse las protestas por el asesinato de Floyd George a manos de un policía— que había algunas zonas de la ciudad en las que más me valía no pisar. «Los blancos tenemos que ir con cuidado», o algo así dijo. La habitación de hotel hedía a tabaco, a pesar de que la recepcionista había insistido en que estaba prohibidísimo fumar en el establecimiento. La moqueta, las sábanas… estaban impregnadas con el olor de los cigarrillos que los cientos de huéspedes que me precedían habían prendido entre aquellas cuatro paredes ocres. Yo mismo empecé a sentir que las yemas de los dedos me hedían a Marlboro después de descorrer la pesada cortina para intentar que entrase algo de luz. La ventana, bloqueada en previsión de arrebatos suicidas, ofrecía vistas a un aparcamiento para camiones.
Se me ocurrió encender la televisión para me distrajese el olfato mientras deshacía el equipaje, y descubrí que la programación estaba tomada por los telepredicadores. Bautistas, metodistas, presbiterianos… Dejé puesto el canal en que un falso rabino, entre loa y loa a Cristo, recordaba el número de cuenta al que el espectador podía enviar sus donaciones. En lo que decidía qué jersey ponerme para el acto en la universidad y repasaba mentalmente qué iba contarle sobre mis libros a los alumnos de Hispánicas un rato más tarde, el falso rabino pronunció una cita del Séfer haBahir que le atribuyó a Maimónides. Me puso de mal humor. Pensé que tal vez fumarme un pitillo me relajaría, aunque no fumo, pero lo que de verdad necesitaba era echar una cabezada, porque me había despertado a las cuatro de la madrugada para tomar el vuelo hasta una ciudad que me había recibido con un cielo plomizo, un taxissta enfadado, una recepcionista deprimida y un dormitorio en el que se respiraba nicotina.
Pero Minneapolis resultó ser también una ciudad obstinada en derribar todos los prejuicios que el viajero que aterriza en su aeropuerto pueda arrastrar consigo. «Definitivamente, no se corresponde con la idea tradicional que se tiene del Medio Oeste», explica el escritor Mark Haber, autor de El jardín de Reinhardt y neoyorquino instalado en Minneapolis. «Es una ciudad muy liberal y en la que se celebran las artes. Piensa que Prince nació aquí, creció aquí y nunca se marchó. Creo que es significativo». Como también lo es, por ejemplo, que cuente con uno de los centros de creación y exposición más visitados del país. En el Walker Art Center puede caminarse sobre ese fascinante puente diseñado por el arquitecto iraní Siah Armajani que, con sus travesaños aderezados con unos versos que el poeta John Ashbery escribió exprofeso, propone un espacio suspendido en el que tomar consciencia de la distancia que media entre el asfalto y la bóveda celeste, «el lugar del viejo orden». O escuchar la música aleatoria que el viento crea al mecer los 288 tubos de aluminio que Pierre Huyghe instaló en uno de los árboles del jardín del museo.
Con todo, lo que más me fascinó de la ciudad fue su escena literaria tan vibrante y asentada. De hecho, debería haber tomado como un indicio que la Universidad de Minnesota o una librería tuviesen interés en invitar a un pequeño grupo de escritores españoles, sin apenas obra traducida al inglés, para que conversasen con sus estudiantes o la comunidad local de lectores. Más allá del placer de intercambiar puntos de vista y lecturas con colegas como Valerie Miles, Alejandro Morellón o Irene Reyes-Noguerol, me resultó estimulante exponerme a los interrogantes y reflexiones que aportaron quienes nos acompañaron en el aula o entre las estanterías de Magers and Quinn. Y es que libreros como los que han ido pasando por el 3038 de la avenida Hennepin desde mediados de los noventa han contribuido a forjar una comunidad activa de lectores a base de proponerles conversatorios, clubes de lectura, talleres… que desconfinan la experiencia literaria de los márgenes del libro y la lectura solitaria.
Esa idea de crear una comunidad de lectores y ponerlos en conversación, de construir una sociedad más habitable —en la que un policía recista no asesine a otro Floyd George— a través de la cultura es la fuerza motora de otro de los centros alrededor de los que gravita la vida libresca en Minneapolis, Birchbark Books, una coqueta librería a la que se llega dando un paseo en el que el caminante puede disfrutar de cómo la ciudad se va desvistiendo de hormigón y cristal para envolverse en arces y robles. La premio Pulitzer de ficción Louise Erdrich es la impulsora de este proyecto que busca visibilizar los relatos, las lenguas y a los autores de la población nativa americana, tan relevante en la historia de la región.
Al mismo tiempo, en las últimas décadas Minneapolis se ha ido construyendo como uno de los centros de la edición independiente en Estados Unidos, a pesar de que de este lado del Atlántico no hayamos prestado la suficiente atención como para reparar en ello. La ciudad de los lagos aparece como plaza de edición en los libros de sellos con catálogos tan sugerentes como los de Milktweed Editions o Coffe House Press, editoriales que comparten también la singularidad de ser organizaciones sin ánimo de lucro.
En cuanto a los motivos que explicarían la emergencia de la industria editorial en la zona, la editora y artista Lara Mimosa Montes señala el «robusto sistema de ayudas que ofrece el Estado de Minnesota» así como el apoyo que diversas fundaciones locales ofrecen a proyectos culturales. La política estatal en este sentido se rige por esa misma «creencia de que apoyar a las artes y los artistas enriquece la comunidad». Y señala: «Otros estados no tienen eso». Montes, que se instaló en Minneapolis hace ya una década, considera que el excitante panorama cultural de la ciudad es fruto y reflejo de los valores de una población multicultural y cuya demografía azuza el intercambio, la conversación a través de distintas formas de expresión artística.
Y algo tendrá de cierto ese convencimiento de que a través de la cultura y del arte se puede construir una comunidad más fraternal, respetuosa, estimulante… Las últimas encuestas de intención de voto para las elecciones presidenciales de noviembre pronostican una contundente derrota del candidato conservador, racista y misógino Donald Trump en el Estado de Minnesota. III