Observo con preocupación que los conflictos bélicos están aumentando, sus consecuencias para la población se están agravando y la incompetencia de los políticos sigue decepcionándonos.
Los analistas militares y políticos son requeridos por los medios de comunicación para sus tertulias, sus innumerables explicaciones estériles y sus grandes discursos con tintes ideológicos no aportan nada constructivo. Los líderes mundiales están más preocupados de permanecer en el poder que de consensuar soluciones pacíficas, etc. Los dirigentes europeos siguen defraudando por su falta de liderazgo en estos y otros muchos conflictos (la inmigración es uno de ellos).
Tristemente, la paz parece cada vez más utópica. El clima de crispación se esta incrementando en todos los espacios o foros de diálogo. La política se está fanatizando con discursos excluyentes y lenguajes descalificantes. Todo ello se está trasladando a amplias capas de la sociedad: “o eres de los míos o estás contra mí”. Lo que más me entristece es que los jóvenes heredan, aceptan y transmiten este malestar intolerante contra los discrepantes.
Los medios de comunicación no ayudan nada a frenar esta dinámica; los silencios o las manipulaciones son demasiados reiterados, según la línea editorial o la subvenciones de las que son objeto.
Un liderazgo entre los jefes de estado, una percepción más cercana y menos beligerante hacía el prójimo, una cultura del perdón, una mirada más transcendente de la realidad sobre la justicia, la verdad y la caridad … podría ser el germen para curar muchas heridas históricas y personales. Todo ello, ¿quién nos lo puede ofrecer?
Esta sociedad tendrá que plantearse algún día que ha hecho de mal para permitir estos atentados contra la convivencia y la vida, como se justifican y defienden sin ningún escrúpulo.
Hemos de reconocer con humildad que el mal (pecado) ha existido, existe y existirá siempre. Hemos sido engañados y seducidos por una gran mentira: LA SOBERBIA. Nos creemos más de lo que somos, hemos creado una convivencia marcada por el egoísmo y el bien particular. Mientras no aprendamos a descubrir en el “otro” una oportunidad para realizarnos personal y socialmente, no avanzaremos.
Si borramos el cielo (valores transcendentes) en el horizonte del ser humano, nos encontramos ante la soledad y el miedo, ingredientes necesarios para construir el conflicto como pauta general. III