El Llobregat ha tenido el placer de asistir a la representación que la Orquesta Sinfónica Jinghui Guangxuan ha ofrecido en el Teatre Coliseum de Barcelona. Se trata de la mayor orquesta del mundo formada íntegramente por monjes y monjas chan, venidos de su monasterio budista en la isla de Madagascar, en selecta gira por Europa. El acto ha formado parte de los eventos del Año Nuevo Chino con Barcelona, siendo de entrada gratuita.
Tengo por costumbre comenzar la semana con la sonrisa puesta, pero el día se había ido nublando y amenazaba lluvia. Será porque los años van pesando, con el frío uno tiende a preguntarse si salir de casa pasada la media tarde compensa, mas sentía mucha curiosidad por experimentar la representación de la Orquesta Sinfónica Jinghui Guangxuan. Amigos chinos me habían dicho que estos monjes llevaban consigo un mensaje de amor y de bondad al servicio de la paz mundial y, en estos tiempos de tensión planetaria, me pareció apropiado acudir a la llamada.
La entrada en el teatro fue un agradable encuentro con amables caras conocidas, destacando la presencia de la cónsul china en Barcelona de Asuntos Educativos Yan Zhang y del director del Institut Confuci de Barcelona, Li Peihua. El teatro estaba lleno, desde mi asiento no detecté butacas vacías. El ambiente que se respiraba era respetuoso y, a la vez, animado, una mezcolanza de culturas que hibridaba las mejores voluntades de ambos hemisferios de nuestro planeta. Los monjes se ubicaron en el escenario como los copos de nieve, cuya estructura está perfectamente ordenada. Abrazaron sus instrumentos musicales. Cerraron los ojos. Se hizo el silencio en el Coliseum… y se obró la música.
He de confesarles mi absoluta ignorancia con respecto al budismo, más allá de algún concepto por todos conocido. Este lunes he comprendido que la meditación se puede aprender de forma sentada o a través de cultivar la música. En los monjes se percibió un estilo de vida respetuoso, cruce de caminos entre lo ceremonial y la celebración del arte. Porque la orquesta, en mi opinión, suena de maravilla. Ninguno de estos músicos se ha graduado en el conservatorio, todos han aprendido en el monasterio después de convertirse en monjes, y en su forma de hacer se destila amor por el detalle. Me atrevo a poner en relieve la aparente sencillez en la ejecución de su joven violinista solista, quien esparce las notas de manera sublime, atemporal.
La práctica de chan se ha segmentado en dos mitades: la primera ha sido sinfonía; la segunda mitad, danza y coro. La sucesión de piezas musicales (comenzando por una bella “Oda a la pantera roja”) anunciaba las intenciones de los monjes, pues las obras habituales en el repertorio occidental (Strauss, Bizet, Brahms…) iban a ser un vehículo de acompañamiento a obras chinas que muchos desconocemos y que, majestuosas, narran epopeyas que nos evocan paisajes naturales inefables. Las montañas, los bosques, los ríos… cobran vida en nuestras almas. ¿Será que el don de la música sea la llave que nos conecte con lo universal? Porque, si bien a menudo encontramos la pureza en pequeñas cosas inmutables, merece la pena buscar esperanza en la danza, que cura las dolencias del alma.
Así, en la segunda parte del evento, los cuerpos de los monjes parecieron levitar, recordándome a las aves que remontan el horizonte bajo el cielo estrellado. Algunos dicen que ya no queda lugar para la esperanza ni para la gloria, a la vista de cómo está el mundo, pero quedan reductos de bondad. Allí donde el individualismo exacerbado carece de sentido, el conjunto trasciende la persona y sus angustiosos estados de estrés. El filósofo Jordi Pigem le dijo una vez a mi amigo Pere Monràs que la vida “no tiene otra solución más que vivirla”. Parece sencillo, pero no lo es, precisamente, por el constructo social individualista que nos hemos dado.
La prestigiosa periodista Shao JingNan, del medio Chinese Headline New Media (con 150 oficinas en 80 países), y este cronista, tuvimos el honor de entrevistar al venerable maestro Shi Wule, fundador de la Orquesta Sinfónica Jinghui Guangxuan, quien comentó a El Llobregat: “[…] Para nosotros la música es una forma de expresar la voluntad del corazón mediante la emoción. (…) Nuestro monasterio es tradicional, aunque la forma de practicar el chan y la meditación es de renovación. Por ejemplo, mediante la música”. La voz del maestro, un hilo de seda, se corresponde con sus maneras, elegantes y pausadas, al tiempo que muy afectuosas. Me vino a la mente su forma de dirigir la orquesta, con manos de nubes, enérgico y delicado.
Los 74 monjes y monjas dejaron patente la necesidad de cultivar la interrelación entre las personas, de romper con los prejuicios, de acercar las sensibilidades. Nos han obsequiado un primer canto coral espiritual cristiano, ellos que son budistas, como muestra de amistad. Luego, les hemos acompañado cantando el mantra “Namo AmitaBha”, refugio espiritual en la Luz Inconmensurable. ¿Cómo describirles en estas líneas la profundidad de la voz proyectada de los monjes? Lo siento, excede a mis dotes literarias. Tan sólo les voy a sugerir, en un sincero intangible, que salí del teatro sintiéndome mejor persona, más allá de la religión.