"La Transición política en el Baix Llobregat’ no gustó a nadie.Fue un trabajo universitario redactado con la voluntad de ser publicado y lo guardé en el fondo del cajón después de tantos rechazos. Se escribió entre 1992 y 1994. Un texto que cabalgaba entre el reportaje y la crónica en primera persona y que recogía el testimonio de unas decenas de personas del Baix que dedicaron años de su vida a mejorar los barrios de sus ciudades. Recuperar la memoria histórica de las combativas ciudades metropolitanas, pensé, a partir de los testimonios de los protagonistas. La mayoría, anónimos. Conocidos en su ámbito de actuación, pero en absoluto populares o influyentes. Salvo un pequeño grupo de entrevistados, la mayoría de los que me prestaron su testimonio no tuvieron nunca responsabilidades institucionales ni se dedicaron a la política. ¡Bah¡ No gustó a nadie y guardé avergonzada el libro inconcluso en el cajón durante años. Hasta ahora.
La reciente proyección de la película El 47 en los cines Can Castellet de Sant Boi, que se completó con un debate posterior sobre las luchas vecinales de la Transición, me animó a releer lo que escribió mi ‘yo’ de joven. He recuperado el testimonio de Ángel García, fundador de la Asociación de Vecinos Molí Vell de Sant Boi: “Si creemos en una sociedad civil fuerte no podemos esperar a que la construyan desde arriba, aunque tengan los mismos colores políticos que nosotros. Tenemos que reaccionar y ocuparnos nosotros mismos de reconstruir las asociaciones de vecinos. Es labor nuestra. A eso se le llama cultura política”. Ángel era amigo de mi padre. Los dos han muerto.
Hay más nombres en el texto: Miquel Martínez, Antonio Polo, Antonio García, José Luque, Joan Soler, Maruja Pelegrín, Carmina Balaguer… Vinculo a todos ellos con la memoria de Manolo Vital (el protagonista de El 47, al que da vida cinematográfica el actor Eduard Fernández). En toda esa cohorte generacional pensaba el otro día mientras me dirigía a la sala Castellet. ¿Qué queda de ellos hoy? “El relato que debemos defender”, me respondió Teresa Esparabé, responsable de Educación en CCOO, con quien compartí paseo hasta llegar al cine.
“Hay que ganar el relato”. Calles asfaltadas, alumbrado público, ambulatorios y escuelas. “Todo esto no nos lo regalaron- advertía Teresa- y las nuevas generaciones pueden ahora empatizar con ese relato a favor de la democracia y las libertades”.
El veterano periodista Juanjo Caballero,que se pateó los barrios barceloneses durante los últimos años del franquismo y la primera etapa de la democracia, añade un factor más al ‘relato’ de la Transición: “La inmigración, porque es la que levanta los barrios de Barcelona”. Y en algunos casos fue literal: “Vecinos de Roquetas construían ellos mismos las cloacas en el barrio”. El afán de aquellos hombres y mujeres por trabajar con sus propias manos y avanzarse a la gestión de la administración fue constante durante aquel tiempo.
Son incontables las historias que uno puede encontrar buceando en la memoria. Por ejemplo, esta: Un grupo de padres propuso al Ayuntamiento de Sant Boi (a finales de los años 70 del siglo XX) construir la escuela de primaria La Parellada a la espera de que llegaran los fondos del ministerio. En este sentido, Caballero destaca los puntos en común que grandes tipos como Manolo Vital y otros líderes vecinales de Barcelona tenían en común con los activistas de ciudades del Baix Llobregat como “su gran pragmatismo y afán de acuerdo para avanzar”. En realidad, explica el ex periodista de Tele/eXpres, “todos ellos estaban construyendo el Estado del Bienestar cuando nadie hablaba o conocía el concepto”.
Pero todo cambió en pocos años. “Sí, porque una vez constituidos los nuevos ayuntamientos democráticos se prescinde de la lucha vecinal a favor de la gestión institucional”. Y vuelven a mi recuerdo las palabras del samboyano Ángel García: “Aunque sintonicemos ideológicamente con nuestros gobernantes no prescindamos de una sociedad civil fuerte”.
Puede que cierta suficiencia consistorial respecto a las ideas de la ‘gente’ fuera la pared en la que rebotó uno de los proyectos más originales de los que he sido testigo: la creación de un grupo de vídeo para jóvenes en Sant Boi. La iniciativa, promovida por Pilar Macià y Montse Iglesias (dos profesoras del instituto Rubió i Ors) invitaba al ayuntamiento a extender a la ciudad una experiencia educativa desarrollada en las aulas: la grabación y la edición como una herramienta educativa. “Esperem notícies vostres. Abril 1988”, Así acababa la carta de presentación firmada por aquellas docentes y sus alumnos a la entonces regidoria d’Ensenyament. Continuamos esperando.
El actual concejal de Movilidad y Transporte Público de Sant Boi, Xavi López, admite la distancia entre institución y ciudadanos. A menudo escucha la crítica: “¡Ey, políticos, que no salís a la calle!”, pero asegura que él pertenece a un grupo de cargos institucionales que “no necesita despacho para ser político”. López se siente más cómodo en el cara a cara directo con los ciudadanos, fuera de la oficialidad . Y reconoce debe revitalizarse el contacto de los ayuntamientos con los barrios. “Hay además otro reto, el de la convivencia y el encaje entre los viejos y los nuevos vecinos. Es algo parecido a la época de los sesenta y setenta cuando muchos se asentaban en nuestros barrios venidos de otras partes de España”.
Sí, todo lo de ahora se parece algo a lo de antes. Pero nada es igual. Pero poseer un resistente armazón ético permite prepararse para los tiempos convulsos que vivimos, encadenando crisis tras crisis; guerra tras guerra. El ‘relato’ de los vecinos de la Transición -o de quienes se sumaron a las multitudinarias huelgas generales de hace 50 años- bien puede amarrarnos a las turbulencias del presente, enseñarnos a trazar estrategias comunes desde los barrios. Lo que resulta más o menos evidente es lo inútil de seguir insistiendo en sacar brillo a la plata con la que envolvimos a los grandes hombres de la Transición. Caen ante nosotros como gigantes con pies de barro, se diluyen en la arena y desaparecen con el viento. Incapaces de resistir la auditoría del paso del tiempo, ni el rey emérito; ni Felipe González, ni Jordi Pujol gozan hoy de demasiada popularidad entre sus coetáneos. Así que imaginen el grado de conexión emocional que les une a las generaciones más jóvenes. No hay ningún lazo.
Sí, puede que sus parroquianos más leales los vean aún como los grandes hombres que fueron. Si alguna vez realmente lo fueron, los historiadores lo acabarán aclarando. Pero ahora, pronuncian discursos en los pocos creen a pies juntillas. Caen los grandes y provocan ese ¡pumba! en nuestros corazones. Es como el sabor a decepción que sigue a una traición. Los grandes tipos de la Transición, sin ningún atisbo de sufrir el síndrome del impostor, protagonizaron un sueño que nunca les perteneció en exclusiva. Pero por respeto, y porque en general somos bastante disciplinados, los ciudadanos les cedimos el relato.
Sin embargo, el riesgo es enorme. Si ellos caen -y lo han hecho estruendosamente- y si otros manosean la memoria histórica para restar trascendencia a todo logrado durante los años 70 y 80 del siglo XX, nos exponemos a que se ensombrezca una de las páginas más luminosas de la historia reciente: la recuperación de la democracia. Bien, pues parece que todo ese relato de los grandes prohombres se va por el desagüe y nos disponemos a escribir otro que, tal vez, se ajusta más a la realidad. Es el relato de las pequeñas historias que encajan con comodidad como las piezas de un puzzle hasta configurar la imagen de una Cataluña (especialmente la metropolitana) mestiza, migrante, ideologizada y democrática. La película El 47, dirigida por Marcel Barrena, ha encendido la mecha. De alguna manera, esa mecha ha explosionado ante los jarrones chinos, como diría González, ahora hechos añicos. Y se han derruido los palacios que ocultaron la historia escrita desde los barrios. Resulta que los héroes de la Transición vivían al lado de casa. En el barrio. III
Del PSUC y CCOO |
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