Su padre, albañil, y la madre, sus labores, formaron una numerosa familia, que con subsidios y trabajos tempranos y ocasionales, seguían adelante con precariedad y críticas por su extensa prole en un país de escasa demografía propia, un rasgo muy europeo por otra parte. Rachida, una mujer de un escaso 1,56 cm de talla, empezó ya a los 14 años a repartir folletos, cajera y auxiliar geriátrica. Sus padres aceptaron que estudiara con las monjas carmelitas, hecho que le ha dejado una impronta. Aunque musulmana, va a misa los domingos. Su ambición y el afán por superar el resentimiento social suburbano la llevó a estudiar y conseguir certificados de economía y gestión y ahí está lo notable de su persona, Rachida Dati, “cae bien”, atractiva, sonriente siempre, pero enérgica y decidida para poner fin a un matrimonio forzado con un arquitecto maduro que su familia le impuso a sus 27 años. En tres años, recuperó su soltería y prosiguió su ascenso como abogada y jueza, intercalando un año en Londres, en consultorías. Rachida consiguió ayudas para superar pruebas y exámenes de admisión en la rígida y meritocrática burocracia francesa. La llamada “burguesía del Estado”, los llamados ‘enarcas’, le echaron una mano en los difíciles pasajes de acceso a la alta burocracia.
Apreciaban en ella no la asimilación sino el mejor ejemplo para un país, donde la inmigración de origen africano y islámico iba creando una sociedad separada, muy lejos de los ideales republicanos y laicos, propios y medulares de la Francia interclasista y de la actual sociedad abierta y moderna. Muy lejos de los conceptos identitarios arcaicos y religiosos, Rachida, tan carismática y adaptada, vestía con elegancia los mejores conjuntos de los modistos franceses de alto nivel “¿Y por qué no?” replicaba mordaz y descarada a los medios que pretendían enturbiar su creciente popularidad y exitosa carrera profesional. Más que nada, porque clasismo y racismo buscaban zancadillearla.
Seguramente, y más que por otra cosa, por su adscripción al bloque de Centro derecha francés, donde era la contrafigura a tantos personajes pintorescos y fugaces, que se mostraban hipercríticos con la sociedad francesa, desde tribunas contraculturales, que ahora llamaríamos ‘woke’. , Rachida consiguió con Sarkozy ser la primera ministra magrebí en un Gobierno francés y nada menos que ministra de Justicia (2007-09) en un país con crecientes disturbios sociales y escalada delictiva. Pero siendo ministra, no interfirió en la detención y encarcelamiento de dos de sus hermanos por tráfico de drogas. Ella, que tanto ayudó a sus hermanos a conseguir empleos en la multinacional del agua “Veolia”, no impidió que el peso de la ley cayera sobre los dos hermanos delincuentes.
Rachida, en sus dos años de ministra tuvo que aplicar la razón de Estado con los asesinos de Ben Barka, líder socialista marroquí asesinado por agentes de los servicios secretos marroquíes en París, y que la Interpol reclamó. La petición fue desestimada. Rachida, tenía discretos amores, como mujer libre que era, aunque la prensa rosa la persiguiera a la busca del escándalo.
Mientras en 2008, consiguió y retuvo hasta ahora, la alcaldía del distrito 7 de París, un barrio burgués que la vota fielmente, y que simultánea con otros cargos, Rachida quiere ser alcaldesa de París, y asumiría seguro aquello de que “París bien vale una misa”.
A sus 42 años decidió ser madre y se descubrió su embarazo evidente en una mujer talla 34 y de 40 kilos de peso. Pero ella se negó revelar al presunto padre y empezaron las especulaciones: una insidia marroquí lo atribuyó a Aznar, ella no desmintió, y empezó un calvario para Aznar, que negó siempre la atribución.
Nacida Zohra, su hija, Rachida fue acompañada y fotografiada con su padre, que aceptaba la maternidad sobrevenida de su brillante hija. Después de desmentidos y juicios, con el ADN por en medio, se reveló el verdadero padre: era un notario y multimillonario con casinos, Dominique Desseigne, que derrotado. tuvo que pasar una pensión de 2.500 euros al mes a Zohra. Rachida Dati, tras un cierto ostracismo, volvió a la contienda municipal, enfrentándose a Anne Hidalgo por la Alcaldía de París. Ganó esta última.
Mientras tanto, en una Francia cada vez más dividida, el soberbio Macron, decidió hacerla Ministra de Cultura en el Gobierno de Michel Barnier, muy escorado a la derecha. Ella esta a gusto, a sus 58 años, sin resistencia al complejo de clase y hasta deslenguada cuando una periodista le reprocha su elegante y cara chaqueta “Dior”. Rachida sigue firme, pulsando con soltura el teclado del ascensor social francés, cada vez con menos botones y provocando a rebeldes y desafectos, con su triunfal desafió personal. III