Lluis M Estruch | Viernes 14 de febrero de 2025
La regaron con una manguera de agua tibia, la secaron y la acompañaron al piso superior del geriátrico, donde ponían pasodobles para combatir el aletargamiento que produce el Alzheimer.
¡Intolerable! Debemos intervenir…”Lo dijo mi pariente, un ex-director general, cuando -ya jubilado de una gran empresa de suministros públicos- dedicaba una parte de su tiempo (junto a otros colegas) a enmendar y protestar pertinentemente los abusos que se producían en geriátricos y en ámbitos privados de asistencia y compañía. El caso referido era el de la viuda de un amigo. La OMS detecta que uno de cada seis ancianos son maltratados. Reclamaban con leyes y reglamentos. También con sus contactos y buenas relaciones sociales. Así conseguían pequeñas victorias. Hubo el escandalazo y gran mortandad del Covid-19 y las voluntariosas intervenciones del club de ex-directivos dejaron de producirse.
Mi pariente cumplió los 90 años lúcido y murió en la Residencia ‘Las Arcadias’ de la calle Mandri, considerada de alto nivel, con apartamentos de una y dos habitaciones al gusto personal y con servicios médicos y otros las 24 horas. Teresa Gimpera, la musa y modelo de la ‘gauche divine’, la eligió también y la alabó. Era y es el ‘Premium’ de la asistencia delegada para seniors.
Hay otras fórmulas como los conjuntos residenciales en régimen de vivienda colaborativa -”cohousing”- o de cooperativas donde se utilizan los alquileres o participaciones societarias. Es una tendencia al alza. En El Prat existe una cooperativa obrera en esta línea. Después vienen los internados geriátricos y centros de día, donde los fondos de inversión apuestan sobre seguro con el creciente número de pensionistas (que podrían llegar a ser ya un 21% de nuestra población total) y con el agravante de una bajísima tasa de natalidad del 1,3%. ¿Maternidades o geriátricos en un futuro?
Pero vale la pena referirse a los que se resisten a internarse en geriátricos o residencias del tipo que sean y prefieren, también en ocasiones por economía, envejecer en sus domicilios habituales. Es ahí donde aparecen en ocasiones los llamados “muertos en soledad”: ancianos solos que viven con unas escasas rutinas sociales, las que un día dejan de producirse. Y los vecinos avisan a emergencias, tal vez por un extraño olor o sospechas de un deceso súbito. Las redes de relación de muchos se debilitan y los servicios asistenciales, desbordados, no siguen en detalle el declive senil que anuncia el final, casi siempre imprevisible. Se han creado a través de farmacias y fundaciones redes de seguimiento y alerta para estos senectos solitarios. Hay teléfonos de teleasistencia de Cruz Roja y otros.
Desde los estoicos hay opiniones divergentes sobre la decadencia o plenitud de la senectud. Pero lo cierto es que, desde el siglo XIX y la progresiva “urbanización” de amplios contingentes de población rural, lo de las tres generaciones conviviendo en un mismo domicilio se ha hecho imposible en la actualidad. Tenemos una mayor longevidad y la atención médica prolonga la vida, aunque precarizada por el paso del tiempo. Hay leyes eutanásicas y fáciles “testamentos vitales” que los sanitarios respetan. Y poetas como Costafreda, o G. Ferrater, que “No quieren oler a viejo” y que al filo de los 50 años, se suicidan.
Otros como Lovercraf, en su breve cuento “El terrible anciano”, narran la desaparición de los tres asaltantes de un viejo marino. Poe, en ‘El hombre en la multitud’, sigue a un anciano inquietante por su aspecto y al que teme cuando se lo cruza, después pierde su rastro. Son enfoques negativos del anciano solitario que vaga entre gentes indiferentes. En el film “La balada de Narayama”, en un precario ambiente rural japonés (los habitantes del lugar no alcanzan los 70 años), una madre pide a su hijo que la abandone en una fría montaña cuando se le rompen los dientes…
Con todo, sabemos que los ancianos -supervivientes en las sociedades primitivas- son respetados y lo comprobamos cuando muchos inmigrantes ceden su asiento en el transporte público y son la mano de obra preferente para cuidar a nuestros mayores, casi siempre sin caer en prácticas abusivas y con buena disposición. También en esta sociedad de compartimientos estancos por edades (“edadismo”) se da una mayor relación entre abuelos y nietos, que hasta son recordados en los testamentos.
Un signo esperanzador y positivo lo han sido y son “Las panteras grises” de Alemania o las “Mareas pensionistas” españolas, en defensa de los derechos de los jubilados y por extensión del estado de Bienestar. Porque muchos jubilados, con sus magras pensiones, ayudan a hijos y nietos a escapar del 26,5% de pobreza crónica de España que es así el tercer país de la UE, tras Rumanía y Bulgaria.
Finalmente, a pesar de los años y de los intereses creados, muchos “seniors” deciden separarse de sus parejas y reiniciar una nueva etapa, solos o acompañados, procurando no perder sus pensiones respectivas. III