José Ángel Carcelén

Las emociones oscuras

José Ángel Carcelén | Sábado 15 de febrero de 2025
La foto de Musk, Zuckerberg, Bezos, Pichai i Cook respaldando a Donald Trump en el acto inaugural de su nuevo mandato ha tenido un fuerte impacto mediático en tanto que simboliza el inicio de una nueva arquitectura del poder sustentada en buena medida sobre los algoritmos de las redes sociales y la IA.

Tales algoritmos preferirán siempre titulares breves en vez de debate, y apostarán por la desinformación en una estrategia en la que los “me gusta” acaban ocupando el lugar de los votos. Así lo expresaba Pedro Sánchez hace pocos días en el Foro de Davos, en una denuncia sin precedentes del poder erosionador que el mal uso de las redes sociales tiene sobre la democracia.

Parece evidente que Internet visibiliza y amplifica los descontentos, todo ese malestar difuso que caracteriza nuestro tiempo, y muchos expertos añaden que las redes alimentan la atracción que provocan los partidos antiestablishment. La consecuencia inmediata es la crisis de legitimidad de los partidos y medios de comunicación tradicionales, como señalaba Ignacio Sánchez Cuenca en ‘El País’ hace unas semanas.

Esa desconfianza en los principales instrumentos de representación y debate políticos genera escenarios abonados a la polarización y al resentimiento contra el sistema, que viajan a lomos de la toxicidad de las informaciones. Y en lo político asistimos al surgimiento de partidos y líderes individuales que reciben suficiente apoyo electoral como para poder bloquear las iniciativas de sus rivales, en lo que Fukuyama ha denominado “vetocracia” paralizante.
Se trata de fenómenos que nos interpelan a todos y que nos obligan a reivindicar mecanismos que garanticen la sostenibilidad democrática, o, lo que es lo mismo, la pervivencia de unas reglas del juego basadas en unos estándares éticos compartidos. Ante esta ofensiva de las emociones oscuras, debemos oponer todo aquello que apuntale la credibilidad i la fiabilidad de la gestión de lo público. Y en ese sentido, la receta parece clara: más democracia, con la transparencia, el rigor y la participación como estandartes del buen gobierno. III

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