Pere Rovira

La verdad incómoda

Mossèn Pere Rovira | Sábado 08 de marzo de 2025
Hay un refrán que nos recuerda que “el hombre es el único animal que tropieza con la misma piedra”. La historia así lo confirma. Las guerras y los conflictos internacionales se han ido repitiendo a lo largo de los siglos. En todos ellos de una forma directa o indirecta está el afán de poder y dinero.

La sociedad occidental está construida por los pilares ya mencionados, que ya forman parte del corazón humano. Mucho hablar de diálogo, mucho proponer reuniones de alto nivel, muchas campañas mediáticas clasificando a unos de buenos y a otros de malos, a unos de culpables y a otros de inocentes. La cultura de la etiqueta se ha instalado en todos los debates, sin soluciones plausibles y esperanzadoras. Vivimos una cultura pesimista e incapaz de corregir los errores que nos llevan a tantos conflictos, donde millones de personas han muerto y siguen muriendo.

¿Estamos dispuestos a modificar nuestra forma de vida, nuestras prioridades, nuestros objetivos, nuestras comodidades, nuestras relaciones humanas, en fin, nuestros corazones? Es aquí donde radica el problema principa: no podemos cambiar los egoísmos, egolatrías o egocentrismos sin ayuda exterior y … sobrenatural.

Curar estos corazones conlleva un humilde reconocimiento nada habitual entre los poderosos del mundo, nuestras miserias más oscuras no pueden disfrazarse.

¿Quién o cómo se puede transformar este corazón? Rechazar a Dios y su propuesta moral es convertir al ser humano en un ídolo, capaz de lo más cruel y monstruoso. Hemos de optar: ¿alimentar a ese monstruo o a la bondad más sublime? La vida es una suma de decisiones, lo importante es la dirección que elegimos. Jesucristo hace posible lo que para nuestra incapacidad es ilusorio o utópico. Él es la imagen del nuevo hombre, de la nueva criatura, de aquel que incluso puede amar a su enemigo. ¿Obra posible para la sola voluntad humana u obra y posibilidad sobrenatural? III

«Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos , porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».

(Libro de la Sabiduría, 9, 1-67)

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