La corrupción de los políticos es un tema de actualidad; todos los medios debaten, denuncian y, en cierta forma, muestran su escándalo ante una auténtica pérdida de credibilidad de estas personas elegidas para servir a la sociedad.
Mi propuesta reflexiva va más allá de la crítica y la condena de estos hechos a todas luces reprobables; quisiera dirigirse a las carencias y fundamentos que la originan, es decir, no quedarnos en la punta del “iceberg” y sí diagnosticar el motivo de su proliferación.
Los políticos no son una raza aislada, ajena a las costumbres y los valores éticos comunes a todos. Los políticos son educados siguiendo unos referentes y unos contenidos morales fácilmente exportados a través de las películas, telenovelas, programas “basura” por todos conocidos, etc.
La pregunta que me realizo a menudo es la siguiente: ¿cómo nos puede sorprender y escandalizar semejantes acciones de corrupción entre algunos políticos, viendo el panorama actual de los contenidos morales que se transmiten? Menciono algunos de estos contenidos:
¿Cómo educamos a nuestros jóvenes? ¿Qué modelo de valores transmitimos? Cuando hablamos de justicia, solidaridad, libertad, caridad, paz, verdad, … ¿a qué nos referimos? ¿Quién nos enseña, auténticamente, a llenar de contenidos estas palabras?
En mi camino de fe y, por tanto, en mi camino de vida, Jesucristo ha dado respuesta y ha confirmado que los valores humanos no son teorías, más o menos elaboradas, sino una visión sobre las relaciones entre personas, una forma de vivir donde las ideas dejan paso a una experiencia renovadora y gozosamente visible.
En fin, mientras no se transforme y convierta nuestro corazón, el ser humano intentará construir un mundo mejor desde la utopía y, lamentablemente, desde la decepción. Dicho de otras palabras, si no pasamos de los diagnósticos a las terapias correctas no avanzaremos.||