Mossèn Pere Rovira | Miércoles 23 de julio de 2014
Al final de mes, un año más, llega la “semana santa”. Para algunos una excusa para unos días de vacaciones (si la nefasta crisis así lo permite) y para otros unos días de grandes celebraciones cristianas.
En una sociedad cada vez más alejada y tibia respecto a la fe, estas fechas pueden sólo ser unos recuerdos del pasado, unas tradiciones con fecha de caducidad, unas expresiones vacías de contenido, … Ante esta perspectiva, me pregunto:
¿Cómo ha podido subsistir a lo largo de estos más de dos siglos, unas celebraciones tan señaladas?
La historia nos hace presente que grandes imperios, grandes filosofías, grandes pensadores, grandes proyectos políticos, etc. han caducado o, dicho de otras palabras, no figuran ya en la memoria colectiva de la sociedad, sí en los libros históricos.
¿Cómo es posible que perdure un mensaje y una persona tan lejana en el tiempo?
La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús no es un hecho aislado, ni una fecha puntual, ni un sentimiento popular, ni la expresión de la religiosidad de un pueblo,…
Por tanto, ¿qué es o qué significa?
Lo que sucedió al comienzo de nuestra era (+ de 2000 años) se convirtió en un acontecimiento que afectó la vida de muchas personas, que determinó una nueva visión sobre la persona, la religión, la cultura y el pensamiento filosófico, que se extendió en circunstancias nada favorables, etc.
A modo de síntesis, sólo recogeré tres hechos objetivamente neutros, es decir, sin ninguna interpretación desde la fe:
1.- La tumba vacía.
Los relatos, no sólo evangélicos, expresan este fenómeno con diversos testigos (mujeres, apóstoles y la guardia romana)
2.- La transformación del miedo inicial de los primeros discípulos a un ofrecimiento posterior y radical de sus vidas.
Esos discípulos que ante la crucifixión de su maestro se escondieron, paralizados por el miedo; luego, tras una experiencia muy concreta en sus vidas, fueron por todo el mundo conocido a anunciar y proponer el mensaje que recibieron (Evangelio= buena noticia), aún a costa de sus vidas.
3.- El Imperio romano, cruel perseguidor de la “secta” cristiana con miles de mártires, legalizó el cristianismo por medio de la conversión de su emperador Constantino (siglo IV).
De ser un grupo reducido, perseguido y con voluntad de ser aniquilado, pasó a ser reconocido como la religión de Estado, con sus “pros y sus contras”.
Quien quiera aprovechar estos días para unas mini-vacaciones, que lo disfruten sin agotarse demasiado. Quien quiera celebrar, meditar, refrescar, contemplar, agradecer y gustar lo que significan estos días para los cristianos, no dejéis de compartirlo en la comunidad parroquial, con sus respectivos oficios.||