Con Las Manos Manchadas de Tinta
David Aliaga Muñoz | Miércoles 23 de julio de 2014
El slam poetry es una modalidad de recitado poético en la que los declamadores disponen de tres minutos para ganarse el favor del público y recibir de ellos la mejor puntuación. Texto, inflexiones de la voz y expresividad sobre un escenario conforman una nueva modalidad artística, heredera de la poesía tradicional pero con rasgos propios, de la que Dani Orviz es campeón de Europa.
Para subirse a un escenario y recitar poesía hay que tener idéntica seguridad en uno mismo, sino vanidad, que para vestir sombrero. Sin embargo, no encuentro trazas de engreimiento en Dani Orviz –asturiano afincado en L’Hospitalet– cuando aparece con un gorro en la cabeza y las manos en los bolsillos. No hay tirantez en sus muecas, ni teatralidad en sus gestos, y su barbilla no apunta hacia el cielo. Me da la mano, sonríe y caminamos hasta una cafetería cercana charlando distendidamente sobre mi ignorancia a propósito de las sutilezas del arte al que se dedica.
Pide un té. Cuando la camarera le pregunta por la variedad que desea tomar, intuyo que escoge la primera que se le ocurre. Siempre había creído que un poeta tendría una clase de té predilecta que necesariamente debía sonar sofisticada. Pero Dani toma té verde, quizá porque es slammer y no poeta. ¿Serán los slammers menos pomposos que los herederos puros de lord Byron? Yo también opto por el té –el que sea, juzgo que no es necesario interpretar el papel de periodista cultureta estirado para que me tome en serio– y lo invito a diseccionar las diferencias entre la poesía y el slam.
“Es diferente escribir para un recital de slam poetry que para publicar en papel”, comienza, “aunque hay textos válidos para los dos registros”. Cuando se trata de alumbrar estrofas para ofrecerlas en directo hay que tener en cuenta que existe la posibilidad de un apoyo gestual y de las inflexiones de la voz que en el libro impreso quedan a discreción del lector. Le digo que preparando la entrevista he estado viendo vídeos y que hay actuaciones que precisamente por sustentarse excesivamente en los aspavientos y el juego con la tonalidad están vacías de contenido poético. Lo admite con reservas. “Hay de todo, pero lo que ha triunfado en España, generalmente, tiene mucho trabajo literario detrás. Te recomiendo a Marçal Font, Pablo Cortina…”, me corrige.
Y es que Dani Orviz no es un chincharelo al que le ha dado por juntar palabras una detrás de la otra. Sabe de lo que habla, le apasiona el tema y, de hecho, apenas prueba el té mientras se explica. Me cuenta que fue el poema Aullido de Allan Ginsberg el que le despertó la vocación de “lanzar una tormenta sobre la gente que te escucha”. Quiere emocionar a los demás como a él lo han hecho Ginsberg o Gimferrer. “No todo lo de Gimferrer. Muerte en Beverly Hills y Arde el mar”, quiere matizar. En mitad de la concurrida cafetería, sin que nadie nos preste atención y nos pueda oír, nos admitimos que hay obras del poeta barcelonés que no nos han gustado en absoluto.
Aprovechando la complicidad que ha generado la iconoclasia gimferrerística, la crítica del que a la crítica glorifica sistemáticamente, le lanzo otro dardo. En el poetry slam no sólo se trata de recitar, también se compite. Y el ganador se decide de acuerdo a las puntuaciones que el jurado –elegido aleatoriamente entre los asistentes– otorga a los slammers. Antes de que siga, ya me advierte que aunque suene a tópico “es completamente cierto que ganar no es lo importante. Lo importante es que te escuchen y las pizarras son un aditamento”. De un tipo al que ya he podido descubrir que ama la poesía, me lo creo. Pero quiero saber si la aclamación popular suele ser generosa con el trabajo literario o impera el amiguismo.
“Hay gente que viene expresamente al slam, no sólo los amigos y familiares de los que recitan”. Sus aclaraciones están desprovistas de acritud. No parece molesto por mis suspicacias. Al contrario, intenta ser didáctico y hacerme entender. “La gente vota con bastante tino”, dice. Y me recuerda que, bajo su punto de vista, los textos que suelen ganar en los recitales españoles son de tono literario, sobre todo “en comparación con los slams de Estados Unidos, más cercanos a la proclama política”. Caricaturiza el tono al que se refiere y me recuerda a un telepredicador que en lugar de hablar de la Biblia habla de problemas laborales, una suerte de mitin sindicalista de tono apocalíptico.
El slam poetry español está influenciado por el alemán. Fue el Instituto Göethe en Madrid quien impulsó el género de la mano del Libertad 8, donde Dani Orviz comenzó a experimentar con el género. “En Alemania tiene un seguimiento espectacular”, afirma. Así, con apoyo institucional teutón, la capital de España albergó las primeras sesiones y se superó la concepción del recital “como un mal que hay que pasar”. A medida que se hicieron populares, fueron los mismos slammers y sus seguidores los que recogieron el testigo llegando a formar una federación que coordina las competiciones de todo el Estado.
Bajo la tutela de esa federación, Dani Orviz se proclamó mejor slammer español el año pasado y representó al país en el campeonato europeo celebrado en Amberes. De Bélgica regresó coronado con los laureles de campeón continental sobre las sienes. Y pese a ir coronado, de laurel y con un sombrero, se expresa con la modestia y la naturalidad de un autor que escribe “por necesidad”.
Postdata
Dante Alarido vence en la primera edición del SLHAM. Organizado por el colectivo SLHAM, el Servei de Joventut y el bar Oncle Jack, el pasado 28 de febrero tuvo lugar el primer torneo de slam poetry en L’Hospitalet de Llobregat. Los asistentes pudieron disfrutar de algunos de los mejores slammers del circuito catalán como Esteve Bosch de Jaureguízar, Cysko Muñoz y el vencedor, Dante Alarido. Se ha anunciado una segunda edición para el 25 de abril, en el marco de las fiestas de primavera.
Sherlock Holmes traducido en L’Hospitalet. La próxima semana llegará a las librerías una nueva versión de Estudi en escarlata. El traductor del barrio de la Torrassa, Adrià Aleu, ha sido el responsable de volver a trasladar a la lengua de Bernat Metge las palabras con las que Arthur Conan Doyle dio vida al detective más célebre de la historia de la literatura. El título se publica dentro de la colección Clàssics Juvenils de la barcelonesa Editorial Base.
No triunfarán el próximo Sant Jordi. Es muy posible que sean otros los títulos que copen las listas de más vendidos el próximo 24 de abril, cuando nos despertemos con la resaca del día del libro, sin embargo, hay pequeñas y medianas editoriales que desde principio de año presentan algunas novedades muy interesantes en su catálogo. Por citar algunas, me referiré a Polvo de neón, de Carlos Castán (Tropo Editores); Últimos días en el puesto del Este, de Cristina Fallarás (Salto de Página), y Las frutas de la luna, de Ángel Olgoso (Editorial Menoscuarto). Se verán eclipsados mediáticamente por la pompa de las grandes estrellas que utilizan bolígrafos con purpurina para escribir sus novelas, pero satisfarán al amante de las letras que se decida a darles cobijo en su biblioteca doméstica.