Mossèn Pere Rovira | Miércoles 23 de julio de 2014
Con el transcurrir de los años, el ser humano experimenta una cierta decepción sobre la capacidad que tenemos para transformar, en positivo, la sociedad. Da la sensación que los deseos que nos intercambiamos en estas fechas, forman parte más de una costumbre que de un objetivo a conseguir.
Como consecuencia surge el “pesimismo” o, lo que aún es peor, el “pasotismo”. Deseamos la paz y vemos como cierta indiferencia, que año tras año miles personas mueren en manos de oscuros intereses económicos, territoriales o ideológicos; hacemos grandes campañas de recogida de alimentos o de “tómbolas” mediáticas, y siguen habiendo grandes desigualdades entre los pobres y los ricos; nos emocionan las imágenes televisivas sobre la miseria del Tercer mundo, y al mismo tiempo tratamos a los inmigrantes africanos, especialmente, como delincuentes; soñamos con un mundo más libre y más justo, y, al mismo tiempo, justificamos el aniquilamiento de millones de seres humanos que no pueden nacer por oscuros intereses ideológicos; en fin, podríamos añadir muchas más situaciones que frustran un proyecto de sociedad más ilusionante.
En este contexto, los representantes de la soberanía popular (los políticos) ¿hacia dónde orientan sus acciones?: Sus discursos, ¿nos ilusionan o nos desmoralizan?; su trabajo en las diferentes instituciones, ¿busca el “Bien común” o sus intereses de partido?; sus proyectos, ¿defienden al más débil y desprotegido o, por contrario, aplastan a las capas más vulnerables como son los jóvenes y los ancianos?; sus aspiraciones políticas, ¿se dirigen al servicio o a servirse?; en sus apariciones mediáticas, ¿defiende el consenso para gobernar o buscan la confrontación electoralista?
¿Cabe la esperanza en este panorama? Decididamente, sí. El ser humano a lo largo de la historia ha cometido muchos errores y seguirá cometiéndolos. ¿Cómo corregir esta inercia propia en la naturaleza humana? Sólo hay un camino posible: el perdón y la gratitud. Si no somos capaces de educar en el perdón y en la gratitud, el ser humano estará siempre condenado a culpabilizar “de todo a todos”, es decir, si yo no necesito ser perdonado, ¿cómo podré perdonar?; si yo no agradezco el “don de la vida recibida”, ¿cómo podré sentirme afectado por la indignidad de tantas situaciones de injusticia?
Los cristianos hemos encontrado la respuesta y la posibilidad de experimentarlo en una persona y en un acontecimiento que ha cambiado, cambia y cambiará la vida de muchas personas… por poco que nos dejemos: Jesucristo.||