Mossèn Pere Rovira | Jueves 26 de febrero de 2015
La fiebre consumista no es nueva, más bien es un lastre ya establecido como normal en nuestra sociedad. Cuando este comportamiento se convierte en obsesivo, podemos afirmar que es una enfermedad: oniomanía.
No hace falta ser muy observador para detectar que desde hace algún tiempo la “obsesión” por el móvil se normaliza. Es justo subrayar la utilidad de este medio para la comunicación entre las personales y los profesionales.
Constato con demasiada frecuencia que los móviles en vez de comunicar se están convirtiendo en un instrumento de aislamiento, especialmente, entre los jóvenes. Para muchos de ellos, no se puede concebir su vida sin este aparato; da la sensación que este objeto es imprescindible para su realización personal.
¿Qué nos está pasando, cómo estamos educando, qué “déficit” crítico aportamos, qué responsabilidad asumimos, …? Ya sean en los transportes públicos o en los restaurantes o en lugares de ocio; ya sean entre los amigos o la familia, la presencia del móvil se ha convertido en una necesidad imperiosa.
Con que facilidad se nos presenta el consumo desorbitado como una alternativa para ser feliz. Más aún, grandes campañas mediáticas que nos presentan el consumo como un signo de modernidad y progresismo. ¡Qué gran mentira! Con que facilidad la sociedad de bienestar nos presenta el éxito, la comodidad, el placer, … como una conquista de la libertad. ¡Qué gran alienación! Con qué facilidad consumimos sin orden ni concierto para calmar nuestras soledades y aburrimientos; nuestras vaciedades y decepciones.
¡Qué gran verdad! III