Nos han dejado tan bonitas las ciudades que cuando un ayuntamiento de nuestro entorno habla de coser la trama, de restaurar las fachadas urbanísticas o de racionalizar las servidumbres de las infraestructuras, nos coge vértigo. En realidad, tres ese lenguaje reparador, tras esos planes de embellecimiento y restauración siempre, siempre, siempre hay un objetivo especulativo accionado por las grandes constructoras que no se resisten a ver como los terrenos baldíos, lo que en años fueron fértiles campos agrícolas, se tuestan improductivamente al sol del olvido.
Las administraciones locales que nosotros elegimos —bueno, los que las elijan— suelen ser —hay excepciones como en todo— esas maquinarias que engrasan la codicia de los que se hastían de ganar dinero a cuenta de convertir en irreconocibles las huellas de sus antepasados, vendiéndonos el humo de sus bondades en forma de proyectos de ordenación. A veces incluso, constructoras y administraciones labran de tal manera sus intereses promiscuos que podemos llegar a olvidar donde nacen los objetivos de unos y de otras porque de lo que se trata no es de mejorar la vida de todos sino la de los de siempre.
Abuso
Allí donde se me ha leído, he afirmado desde hace décadas que L’Hospitalet como ciudad ha tenido mala suerte con los que han regido sus destinos. Para que una ciudad pueda ser perfectamente habitable y querible para los que la hacen suya, es necesario que la hayan querido quienes la han gestionado, porque una ciudad está para usarla pero no para abusarla y aquí se ha abusado permanentemente de su suelo hasta que no quede un palmo libre que es lo que se pretende ahora con el penúltimo plan director urbanístico —el último será cuando en los parques se hagan aparcamientos y en los colegios abandonados almacenes de reciclaje, es decir cuando lo que quiso ser ciudad pierda su indigno nombre— plan de especulación urbana que se proyecta en la prolongación de la Gran Vía, justo al lado del río.
No queda en L’Hospìtalet más terreno libre. Y no quieren que quede un palmo cuadrado sin urbanizar, un metro que no proporcione la correspondiente tasa municipal. A la espera de que en un futuro no lejano desaparezcan las caducas naves logísticas de la zona industrial que reconvertirán en pisitos para recién llegados —la ciudad acollidora ha acogido siempre en función del precio económico del suelo y de los alquileres baratos—, ya han convertido en bloques las antiguas fábricas y están en trámite de edificar los márgenes de la vía del tren a lo largo de la terraza que divide el antiguo Samontà de la Marina. No hay más que pasearse por Josep Tarradellas a la derecha del Parc de Can Buxeres para ver como han convertido alguna zona en Tanatorio y las otras en nichos, a cada orilla del trazado del ferrocarril, y como han despedazada ya, el otrora cuartel de sementales a base de llenar de cemento y torres de hormigón sus aledaños. Por cierto, construidos al parecer, por los mismos que ahora pretenden lo de Gran Vía.
El caso del nuevo PDU de la Granvia
He intentado mirarme el proyecto del PDU de Gran Vía-El Llobregat y he de confesar que no he conseguido enterarme en detalle y no he tenido la paciencia que seguro han demostrado los valientes de la Plataforma No més blocs-Salvem L’Hospitalet (https://nomesblocs.wordpress.com) para leerse la minuciosa documentación que justifica lo injustificable. De hecho, sólo he conseguido enterarme que actúan sobre un millón de metros cuadrados, dato que explica tantos esfuerzos de la administración socialista, y que van a llenar la prolongación de la Gran Via hasta el Llobregat y la ribera del río en la zona de Can Trabal con unos 26 bloques de nueva construcción. Y que el vigente PGM, ya muy lacerante con el territorio, permitía apenas un 3% de espacio de aprovechamiento urbano que ha pasado con la nueva redacción del PDU a algo más del 14,5%.
Un 14% engañoso puesto que el plan está dividido en tres sectores, el de Gran Vía propiamente dicho, a ambos lados de la calzada con un aprovechamiento del 14,4% y 63.400 m2 de nueva urbanización; el de las masías de can Trabal y cal Masover Nou, en la ribera norte del Llobregat, con el 13,9% de aprovechamiento urbanístico y 54.500 m2 y el de la masia de Ca l’Esquerrer, un poco más al sur, que con menos metros cuadrados alcanza casi la mitad del terreno urbanizable.
Llaman la atención, también, algunos conceptos que el PDU intenta vender como muy positivos —“la transformación de la Gran Via como eje de centralidad metropolitana”— como si lo metropolitano fuera un valor intrínseco para una ciudad que justamente la metropolitanización ha convertido en suburbio o como si el adecentamiento de la entrada a Barcelona por la actual C-31 fuera más beneficioso para los hospitalenses —el ejemplo de la Fira o de los edificios faraónicos del risible distrito financiero de la Plaza Europa— que para la Barcelona de los negocios.
Densidad tercermundista
L’Hospitalet llegó en 1981 a los 295.000 habitantes. A partir de entonces disminuyó de población aunque ya existían, según el Idescat, casi 97.000 viviendas legalizadas y una densidad de población de más de 23.800 habitantes por Km2. De 1981 a 2011, L’Hospitalet construyó alrededor de otras 25.000 viviendas nuevas, más de un millar de nuevas viviendas por año. Ahora viven en el municipio algo más de 252.000 habitantes con más de 112.000 viviendas y una densidad de población de unos 20.300 habitantes por Km2.
La mayor ciudad del globo, Dacca, en Bangla Desh, tiene una densidad de 29.400 habitantes por Km2. Una auténtica barbaridad de hacinamiento tercermundista. En la India, donde la saturación demográfica lleva una lacra de décadas, andan ahora en torno a los 20.600 habitantes por Km2., solo un poco más que en la primera ciudad de España en densidad de población: L’Hospitalet. Donde los de siempre siguen pretendiendo ocupar espacio y construir, construir, construir…
No pueden quedarles muchos años de gobierno autista y probablemente lo saben, pero para entonces la ciudad dormitará bajo el cemento. III