Cada día aparecen noticias que manifiestan el desprecio más absoluto al derecho fundamental de la vida del ser humano. Desde las guerras más sangrientas y despiadadas hasta la muerte por hambre o insalubridad de amplias zonas del mundo, siendo los niños las víctimas más desprotegidas.
La violencia se apodera de una sociedad donde la vida es moneda de cambio, sea por intereses económicos o por históricos resentimientos no cicatrizados. Sólo escuchando los informativos o leyendo la prensa descubrimos que tanta agresividad viene, de forma más o menos directa, de una profunda insatisfacción o decepción de la siguiente pregunta: ¿para qué o por qué vivo?
Hace una semana apareció en los medios de comunicación la siguiente noticia: el Parlamento holandés debatirá una ampliación más de la eutanasia (suicido asistido). Se quiere introducir el “cansancio vital” como un supuesto válido para solicitar la asistencia del estado en la muerte voluntaria del individuo.
La sociedad actual demuestra su incapacidad para afrontar el sufrimiento humano (sea físico o anímico), experimenta y legaliza la derrota ante el gran problema que subyace en este reconocimiento: inexistencia de un sentido a la vida más allá del bienestar, juventud, comodidad, seguridad…
Solucionar el problema con la aniquilación de éste es un signo de una sociedad enfermiza e inmadura. Convirtamos el problema en una oportunidad para elaborar una reflexión seria y solidaria. ¿Por qué algunas personas desean más morir que vivir? ¿Por qué la destrucción de tantas guerras se convierte en la única solución, sin agotar otros caminos de diálogo y reconciliación? ¿Por qué ante el hambre y la pobreza nos contentamos con la lástima, sin revisar las causas que las originan y sus posibles correcciones? ¿Por qué ante los embarazos no deseados, legislamos en contra de la vida del más desprotegido, sin propiciar mecanismos que faciliten solidariamente su nacimiento?
El hombre a lo largo de la historia se ha realizado y se realiza ésta o semejantes cuestiones. La búsqueda de las respuestas ha guiado el pensamiento humano en todas sus manifestaciones filosóficas. Observo una sociedad resignada, derrotista y pesimista; nos incomoda corregir los despropósitos injustos que justifican esta cultura de la muerte en todos sus ámbitos.
Resistámonos ante todo ataque hacia la vida humana, desde el “feto” hasta la “vejez”, desde los “daños colaterales de las guerras” hasta los millones de pobres y hambrientos que generamos en esta sociedad tan rica y poderosa. En fin, el problema no se soluciona con borrarlo de la conciencia, sino en dar respuestas concretas a esos problemas concretos. III