Ocurrió apenas a quinientos metros de mi casa, en el abigarrado mercado ambulante de “los pajaritos”: Un descerebrado arremetió contra un concejal de Ciudadanos que estaba repartiendo propaganda de su partido y acabó propinándole un tortazo en la cara y un puñetazo en el abdomen. En su idiotez, probablemente este tipejo violento está convencido de que el suyo fue un acto de progresismo y modernidad ante la “provocación insoportable” de que alguien exprese libremente sus ideas. En esto hemos acabado, en que los presuntos progresistas se hayan convertido en simples y vergonzantes fascistas.
Resulta inaceptable que la acción política en nuestro país y en el mundo en general esté caminando hacia atrás, volviendo a tiempos y actitudes que deberían haberse olvidado y que sorprendentemente los voceros políticos de la modernidad han vuelto a poner de moda, esos voceros que a fuerza de criticar a la “casta política” o al estado opresor y centralista, parece que quieran convertirse en lo que de Maistre, con total inspiración, llamó “la canallocracia.”
Personalmente empiezo a estar harto de esta canallocracia que cree que ser demócrata consiste en abuchear al contrario, perseguir mediante escraches a la gente, o asaltar la capilla de la Universidad Complutense.
Uno observa a estos nuevos figurantes de la política en minúsculas que nos ha tocado vivir y no puede sino sentir asco de su ignorancia y su prepotencia. Al reflexionar sobre esta cuestión me ha venido a la cabeza la muerte de Robespierre, el líder fundamental de la Revolución Francesa, proceso histórico que forjó nuestro actual modelo político democrático. Pues bien, cuando harta de su política, la reacción se disponía a detener a Robespierre para acabar con su vida, el revolucionario francés intentó defenderse públicamente de las acusaciones que se le hacían, pero los reaccionarios le impidieron tomar la palabra mientras gritaban ¡Que no hable, porque si habla se salvará! Por supuesto, Maximilien Robespierre sería guillotinado sumariamente y a toda prisa la mañana siguiente…
¿Se dan cuenta? Los reaccionarios, disfrazados ahora, lamentablemente, de progresistas, siempre han actuado igual: sabedores de que sus argumentos son inferiores aplastan la razón y la reflexión con insultos, gritos y, finalmente, golpes.
Es algo que no acabo de comprender y en lo que nadie parece reparar. Así, Donald Trump, por ejemplo, gana democráticamente, y de forma absolutamente legítima las elecciones en Estados Unidos y los presuntos demócratas de todo el mundo se ponen las manos en la cabeza y salen a la calle a protestar. ¿Pero por qué protestan? ¿Acaso no ha sido el pueblo americano quién ha decidido libremente? ¿O es que sólo somos demócratas cuando gana aquel que nosotros queremos? ¿Los individuos que se han agolpado frente a la torre Trump para abuchear al futuro presidente de los Estados Unidos no se dan cuenta de que al hacerlo, con su actitud, le están dando la razón?
Siento un total desprecio intelectual por Trump, y sin, por supuesto, querer equipararlos en absoluto, no tengo ninguna cercanía política por el partido del concejal agredido. Pero eso da igual. Porque digámoslo de una vez para que finalmente la canallocracia lo entienda: la democracia, o es perfectamente ética o no lo es, o cumple absolutamente las leyes o no lo es, o respeta y escucha las opiniones de los demás o no lo es.
La democracia fue el anhelo más profundo del pensamiento ilustrado, cuna intelectual de la Revolución Francesa. Hombres que se lanzaron en busca de la verdad a través de la razón y que tuvieron como eslogan el famoso “sapere aude” es decir, atrévete a saber, atrévete a pensar. Pues bien ése es el ruego que lanzo a todos los militantes de esta “canallocracia” que nos rodea: atreveos a pensar por una vez y dejad de gritar, abuchear y agredir. III