Seguramente coincidiréis conmigo en que hay crisis en el mundo, en Europa, en España, en Catalunya y, para hacerlo todo un poco más dramático, también en la comarca. No es una novedad. Recuerdo desde los años 60 hasta ahora, que el mundo estaba a punto de estallar, Europa tenía proyectos, pero la realidad era más bien turbulenta; ya no digamos como estaba este país y Catalunya, y también este territorio cercano. Claro que no todas las décadas fueron iguales. Las hubo muy malas y mejores, en todos los territorios, pero no en todos la realidad fue desconcertante a la vez.
Ahora parece que sí. Parece que la crisis apunta alto en todas partes y por igual. En el mundo, porque se habla abiertamente de guerra. Hasta ahora se evitaba hablar de guerra. Se hacía, en todos los continentes y con la misma fiereza de siempre, pero se insistía en hablar de paz, de desarme y de diálogo. En USA, que hubo presidentes frívolos y criminales pero que parecían circunscribirse al interés de Occidente, ahora hay un mandatario que se cree el dueño del Universo y que coloca a América por delante —y por encima— de todo.
Avanza el fascismo en Europa
En Europa, que tenía el alma dividida por la guerra fría y que luchaba, gracias a la socialdemocracia, por hacer posible el desarrollo del capitalismo y el desarrollo del bienestar general, hay un convencimiento general de que no es posible la unidad de criterios —más allá de la libertad de capitales y de negocios— y de que es imposible del todo alcanzar mayores cotas de igualdad social. Como que Europa fue incapaz de aplicar su mala conciencia colonialista al desarrollo del tercer mundo, se ha convertido contradictoriamente, a la vez en el espacio del odio y en el lugar del refugio. Y eso ha desatado todas las fobias interiores poniéndole nuevo rostro a un fascismo que pensábamos periclitado. El avance de las camisas pardas y negras oscurece el panorama entero de aquella Europa de los sueños: Francia, Holanda. Dinamarca, Suecia, Grecia, Hungría, Polonia, Austria y ahora Alemania, donde la pesadilla nazi resucita en la conciencia de los que se creen mejores y de los que se ven sin futuro.
La peor crisis de Estado desde 1978
España. Este país pasa ahora por sus peores momentos desde que se aprobó la Constitución del 78. Franco dominó el Estado durante 39 años. Los mismos que van desde 1978 hasta ahora. Entonces se necesitaron casi tres años para llegar a un acuerdo de convivencia (1976-1978). Ahora se vuelve a abrir un interrogante sobre el futuro que va a necesitar de nuevos protagonistas y de nuevos consensos. Los que vivimos aquellos apasionantes años con el vigor de la juventud y con algunos sueños inalcanzables, somos conscientes de que los acuerdos dejan víctimas y frustraciones. Algunos todavía no hemos superado la desdicha de aquel consenso sin ruptura. Han sido 40 años como perdedores, a sumar a los 40 años de perdedores de nuestros padres. Y el presente, como entonces, no apunta nada bien. Los presentes que no apuntan bien alumbran futuros inciertos, pero sobre todo futuros irritantes.
El presente no apunta nada bien porque a la crisis española debemos añadir la crisis catalana. Crisis sobre crisis, porque la crisis española es una crisis larvada a base de años de alternancia sin horizontes —excepto para los pocos que se han beneficiado de las parcelas del poder—, de años de renuncias, de años de desorganización económica, injusticias, desigualdades, privatizaciones, etc. que han hecho vieja la Constitución y han vuelto a hacer viejos los anhelos. Esto se escribe a pocas horas del uno de octubre. Hoy lo que se ve de las expectativas es que van a generar muchos rencores. Pase lo que pase. Y que, como es habitual, van a haber vencedores y derrotados y yo me temo que los derrotados van a ser los de siempre. Otra vez.
Mбs debate antes de dividir el Baix Llobregat
¿Y por qué hablo de crisis en la comarca? Porque en la vorágine de estos meses donde lo importante ha sido y sigue siendo la independencia de Catalunya, una noticia, que pasó prácticamente desapercibida como un aleteo en el corazón de un huracán, punzó mi atormentado sentimiento de pertenencia al Baix Llobregat, para constatar que las ideas centrífugas no tienen límite a menos que haya quien defienda la racionalidad de la unión sobre la base de tres argumentos irrenunciables: la historia común, el desmentido de las diferencias y el beneficio de la fortaleza. Valga esto para un Baix Llobregat unido, para una Catalunya integrada en un Estado Ibérico que habría que construir, para una Europa de los individuos iguales y para un mundo en paz.
Actuar con debate previo
La historia común, la falsedad de las diferencias y el hecho que la unidad hace la fuerza debieran bastar para eliminar fronteras y, sobre todo, para no construir otras nuevas. Echo en falta en el mundo, un intelectual orgánico común con prestigio que nos hable de eso. Lo echo en falta en Europa, en España, en Catalunya y en la comarca.
Desde luego, los argumentos del Centre d’Estudis Comarcals del Baix Llobregat que hizo un timidísimo editorial sobre los deseos de los promotores del Montserratí -tan desapercibido como la noticia de su voluntad secesionista que leí en estas páginas- no garantizan ninguna reflexión. Y soy de los que piensan que, en cualquier gestión de los asuntos -y más si estos son públicos- actuar sin haber agotado el debate previo, siempre produce trastornos, víctimas y enfados.