Plata Bistró no tiene carta. Ese fue el primer input que escuché sobre este pequeño restaurante abierto hace dos meses en el restaurantil barrio de Sant Antoni. Bueno, pensé, tampoco es que sea tan excepcional, algunas casas de cocidas huyen del corsé de la carta impresa hace años.
Pensándolo más detenidamente, en un barrio de restaurantes puestísimos donde hace unos años descubrí precisamente las cartas estampadas en lettering (y que algún estudio de marketing molón ha democratizado trabajando a volumen), en realidad sí lo es. Vaya si lo es.
Carta, carta, en verdad, sí que tienen. Pero yo la describiría como la libretilla de la casa de comidas actualizada a una versión 3.0 rendida a la inmediatez digital; es decir, proyectada sobre la pared desnuda, de la que ‘caen’ los platos según se acaban. Todos son de cocina de mercado –lo que ha comprado el chef ese día- por lo que son finitos y siempre abiertos a la sorpresa. Igual te sientas y, en ese momento, ¡buf! La última parpatana con piquillos abandona la cocina y viaja a una afortunada mesa. La cosa promete.
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