En esta sociedad post moderna hay dos corrientes ideológicas, ya incrustadas en el ideario general, que difícilmente se podrán corregir.
En esta sociedad post moderna hay dos corrientes ideológicas, ya incrustadas en el ideario general, que difícilmente se podrán corregir:
a) La verdad como concepto relativo y subjetivo. No hay una verdad que dé cohesión a las diferentes visiones y pensamientos. La verdad pasa de esta forma a ponerse al servicio de la subjetividad; como no hay una verdad sostenible, todo se convierte en una verdad “utilitarista”. De aquí la dificultad para entablar un diálogo constructivo y unificador. Cada postulado se plantea como una verdad incuestionable, inamovible e irrevisable.
Encontramos ejemplos varios en las diferentes visiones, que recogen los medios de comunicación, sobre una misma realidad, sea en política como en el modelo económico, sea en el concepto sobre la familia como en el valor fundamental de la vida, sea en la aplicación sobre la justicia social como en la convivencia con el sufrimiento, sea en la mirada interior como en la mirada trascendente… El otro día leí que nuestro mapa genético es el mismo entre todos los seres humanos; todos nacemos iguales y con la misma y única capacidad de amar. El ser humano es una realidad en sí misma, buscador de la Verdad y de valores permanentes que nos invitan a mirarnos de tú a tú sin complejos de inferioridad o superioridad, de igual a igual. ¿Qué nos impide contemplar y practicar esta “Verdad”? ¿Dónde conocerla para dejarnos seducir? ¿Cómo salvar los obstáculos que me impiden ese encuentro? No nos dejemos engañar y anestesiar por sucedáneos que nos oscurecen la auténtica dimensión de la “Verdad”, la que encontramos cuando el otro, como un espejo, me define como persona, con mis limitaciones, con mis incapacidades… con mi dignidad.
b) La búsqueda de culpables para nuestra autoafirmación. Buscar, contínuamente, enemigos se está convirtiendo en una costumbre peligrosa. Y si no los encuentro, fácilmente pongo la etiqueta en alguno. Siempre hemos tenido la tentación de ocultar nuestros defectos y denunciar los ajenos. Es más fácil sentenciar sobre los otros que asumir nuestras cuotas de responsabilidad en cualquier conflicto. Hay ideologías que se basan, antes y ahora, en la búsqueda de un enemigo que aglutine a las mayor gente posible en la defenestración del contrario, convirtiéndolo en el único culpable.
Esta sociedad está llena de “eslóganes” y “etiquetas”, de verborrea repetitiva y de marcas identitarias. Lo mismo, recurrimos a una frase prefabricada sin ningún filtro crítico, que clasificamos a las personas por su ideología, raza, posición económica o por su confesión religiosa.
Una sociedad es infantil en la medida que no ve al otro como una oportunidad sino como un contrincante merecedor de ser aniquilado. Buscar culpables fuera de nuestras responsabilidades y autocrítica genera unas tensiones y crispación dañina para la convivencia. Lo mas mediocre que observo en este tipo de personas es su ciega prepotencia por presentarse como “el nuevo salvador”, sin ningún reconocimiento de su fragilidad o sus carencias.
Los conflictos permanentes que detectamos a nivel personal o global no podrán nunca corregirse o sanarse si el otro siempre es el culpable o el causante de tal conflicto. Educar en el respeto implica también educar en la cultura del perdón, de que todos nos necesitamos, compartiendo virtudes y defectos muy propios de la naturaleza humana.
Una sociedad de perfectos es imposible, a pesar de los oráculos de algunos dirigentes políticos que nos prometen el paraíso en esta tierra. Craso error pensar que el ser humano puede conseguir, sólo en sus fuerzas, la perfección que no posee. III