Tras el escándalo de los másteres, que afecta a los profesionales de la política muy en especial, encontré en la barbería-tertulia que frecuento, un Bartleby, escribiente en una empresa de servicios públicos, que recibió años ha el encargo de un gran Jefe de contrastar e introducir en una primitiva base de datos la información académica de más de 1.200 empleados.
Se habían producido sorpresas desagradables tras algunos fichajes de nivel y sobre todo entre la gran masa de empleados de las categorías bajas.
Me contaba que tras saberse de su modesta y literal labor empezó a recibir llamadas y visitas sorpresa que trataban de explicarle peripecias académicas y curriculares.
Él trataba de desviarlos a su superior, el cual hombre sutil lo hacía a su vez hacia el gran Ordenante.
El principio básico era tan simple como verificar lo anotado, con una acreditación académica que en la mayoría de los casos no existía; hubo intentos de explicaciones personales, para justificar las ausencias de títulos o de requisitos que se exigían.
También llamadas de centros afectados, privados, que ayudaban a sus exalumnos de variopintas maneras.
Todo era un intento de forzar el proceso, de individualizarlo en lo posible, haciendo un rogatorio a veces y en otras un simple excusatorio: apoyado por tramas de amistad, familiares o sindicales.
La figura del mediador existió mutante durante todo el proceso.
Surgieron casos de falsedades documentales y explicaciones simplemente imposibles de creer.
El cauce administrativo se mantuvo con penas y trabajos y en el recuerdo quedaron algunos trucos, que explicados bajo el agradable masaje capilar de las peluqueras, nos hacían reír:
-Los estudios básicos en su mayor parte no existían o eran inacabados, aunque a veces los afectados, ganaban abultadas nóminas y tenían fama de “listos”.
-En los niveles medios, proliferaba la ambigüedad en forma de estudios superiores técnicos, -sin proyecto de fin de curso-o falta de asignaturas aprobadas. Cursos en la UNED de añeja matrícula sin continuidad.
-En Idiomas, la falsedad era extrema.
Bartleby, machacado, presionado y muchas veces desautorizado, soltó aquella frase tan famosa: “Preferiría no hacerlo” y abandonó la tarea. Esto ocurrió también en muchas empresas que decidieron reconocer de manera homologada AENOR los conocimientos de sus empleados. Hoy, tras el desafortunado asalto a la Cajas de ahorros por los políticos, se comprueba la intrusión de los mismos en las Universidades, en especial de las nuevas. Cifuentes, Montón, Casado… son ejemplos recientes de mimos de catedráticos corruptos a los políticos profesionales. Habrá más seguro y la pregunta que nos hacemos algunos es si el sistema universitario que no ha corregido esta lacra ¿buscará una educada excusa Bartleby o saneará su discutible proceder? O mejor aún, en un país donde hay dejadez con la corrupción política, ¿Permanecerá inalterable el máximo rigor en las faltas curriculares académicas?
Hoy las redes informan y desinforman, si bien -la verdad- acaba prevaleciendo y en este tema los partidos tal vez no se atrevan a imponer sin comprobarlo a políticos de turbios CV; los autodidactas son más dóciles que los abundantes licenciados de las últimas décadas, por ello sorprende en estos el afán de acumular falsos saberes en época transparente. Veremos en las candidaturas próximas y sus CV la prueba del cambio. Que puede llegar a ser : X.Y.Z carece de estudios y lo informa sin ningún problema a sus electores.