El fenómeno del síndrome de la puerta cerrada se inicia en Japón a finales de los 90, ex-tendiéndose en el siglo XXI a los países occidentales.
Se caracteriza por el aislamiento de los jóvenes que convierten su habitación en un búnker y cuentan con la “inestimable” compañía de su ordenador, y evidentemente de la conexión de banda ancha a Internet que les permite explorar el espacio exterior.
Los menores consideran que es posible tener una vida material y social sin necesidad de salir de su propia habitación a la que han convertido en algo similar a un muro inexpugnable.
Las consecuencias más evidentes del fenómeno expuesto radican en la ausencia de co-municación entre padres e hijos, hecho que se agrava si consideramos que los menores acceden a Internet a edades cada vez más tempranas.
Resulta paradójico considerar que no se apliquen medidas de sentido común para reducir los riesgos del acceso a Internet. No se trata de demonizar el uso de la red de redes; ahora bien, como todo, depende del objetivo que se persigue con su práctica. Así, la abun-dancia de contenidos pedófilos constituye un problema realmente grave para los jóvenes internautas que, a pesar de disponer de conocimientos suficientes, desconocen la tormenta que puede acarrear el acceso a determinadas páginas e imágenes sexuales.
El entorno social próximo al menor y, en especial los padres, deben detectar lo antes po-sible comportamientos anómalos derivados del uso inadecuado de Internet, que podría derivar en patologías de aislamiento, fobias y depresión.
Desde distintos organismos e instituciones se han difundido campañas que pretenden concienciar a los progenitores sobre la importancia de instalar los ordenadores en las zonas comunes de la vivienda, no precisamente en aquéllas donde únicamente residen los niños.
Ante la idea de emplear habitaciones de uso compartido, los adultos pueden considerar que supone una invasión de su intimidad; sin embargo, debe interpretarse como una función de normalización de la vida digital. No se trata en modo alguno de controlar, sino de supervisar el acceso.
Para evitar conflictos familiares, los padres deben fijar una dieta digital, estableciendo el uso que sus hijos harán de Internet de forma racional, de igual forma que en otras labo-res domésticas.
Otro elemento que puede provocar el aislamiento entre los hijos y sus progenitores puede estar causado por la escasa incorporación de estos últimos al mundo de las nuevas tecnologías. Por ello, la presencia de los padres en el entorno digital constituye un elemento esencial para establecer el diálogo y la comunicación, cuya carencia en numerosas oca-siones deriva en problemas de convivencia familiar.
Los sociólogos estiman que debe apostarse por un modelo de familia basado en una convivencia participativa y, en cambio, el predominante es el de coexistencia pacífica caracterizado por familias en que predomina la incomunicación.
Se requiere por tanto de una buena educación, estableciendo las medidas necesarias para el uso de la red, sin que ello suponga la intromisión constante en el espacio íntimo de los menores. En definitiva, orientar a los jóvenes en la navegación por el mundo de la red de redes. III