Durante estos últimos días hemos recibido y enviado muchas felicitaciones de Navidad. Por unos momentos parece más fácil desear “paz, felicidad y prosperidad”.
Nos hemos intercambiado millones de postales con árboles, bolitas, estrellas y “papas Noel” … y en algunos casos, algún niño Jesús.
Comenzamos un nuevo año, con nuevos objetivos e ilusiones, esperanzas y temores. Esos buenos deseos navideños dejarán paso a las realidades más inmediatas y más materialistas. ¿Qué ha significado para mí, la Navidad? ¿Durante estas fiestas, cuál era mi mayor preocupación? ¿El consumo desorbitado se ha apoderado de estos días?
Vivimos una época de “agenda”, de “modas” y de “automatismos sociales”. Los grandes acontecimientos festivos se han desprendido de su substancia, no sabemos “el qué, ni el para qué”; simplemente el calendario nos invita a desconectar y evadirnos de los problemas cotidianos.
Este nuevo años deberíamos plantearlo como una nueva oportunidad para recuperar lo que la rutina diaria nos borra, una nueva ocasión para dejar de vivir según las pautas que nos marcan, tanto la sociedad de consumo como la cultura de la “sensación”. A lo largo de la historia, el ser humano ha evolucionado motivado por la inconformidad, por la búsqueda de una verdad inmutable, atemporal y no susceptible de manipulación ideológica; la juventud tomaba el estandarte de esta reivindicación.
Hoy en día impera la mentalidad materialista, de una búsqueda enfocada al “bienestar” personal. La búsqueda de la “verdad” ha dejado paso a un inconformismo ideológico, fruto de la insatisfacción del individuo y como consecuencia de la sociedad.
No hagamos de nuestro proyecto de vida una suma de “eslóganes”, de frases prefabricadas o de intenciones hipócritas. Realicemos con pequeños gestos lo que durante las felicitaciones de Navidad hemos deseado, concretando esas bonitas palabras: visitando a personas mayores, enfermas o aquellas que se van consumiendo en la soledad; curemos heridas en nuestras relaciones familiares o de amistad, reconciliándonos de todos los juicios y murmuraciones ocasionadas; mirando al pobre y marginal con ojos de compasión, no sólo lacrimógenas. En fin, que este año seamos germen de paz con el prójimo, más allá de grandilocuentes expresiones lejos de la realidad cercana.
Que este nuevo año 2019 se convierta en búsqueda de respuestas, sin miedo a las preguntas que las originan. Será una tarea perseverante e incómoda, pero llena de serenidad y gratitud. La otra alternativa es crear nuestras verdades subjetivas y acomodadas a nuestra forma de vida y a nuestros criterios éticos.
“Y yo me digo: Más vale sabiduría que fuerza; pero la sabiduría del pobre se desprecia y sus palabras no se escuchan”. (Eclesiastés 9, 16). III