Practicar el periodismo de proximidad permite estar en contacto con los agentes del territorio. El director del Llobregat y quien firma estas líneas, en calidad de editor ejecutivo, llevamos nueve meses de gira por los municipios e instituciones de la comarca.
Una conclusión: nuestros políticos sólo aspiran a ganar las elecciones municipales, de modo que orientan su actuación desde posiciones prácticamente populistas: mi pueblo o mi ciudad, primero. ¿La comarca, el área metropolitana, la pobreza, los ODS? Las respuestas son puro trumpismo: nosotros primero.
Quienes no encuentran el sentido de la vida en su fuero interno también se quejan de que hemos creado una sociedad en la que todo el mundo corre fuera de sí, como pollo sin cabeza. Esta carrera nos agota y también agota el planeta. Nuestro malestar individual genera tensiones que ni la actividad ni el consumo frenético pueden calmar. Así se crea un bucle interminable entre tensiones personales y tensiones sociales. La solución, según Thomas d’Ansembourg, está en la «interioridad ciudadana», un trabajo personal íntimamente vinculado a lo colectivo que, además de ayudarnos a reconectar con nosotros mismos, nos permita poner lo mejor del yo al servicio del nosotros, siempre en favor del bien común. A contracorriente del gran tópico de la autoayuda, Thomas d’Ansembourg, autor “Del Yo al Nosotros” (Arpa), defiende que “si quieres estar bien, preocúpate de los demás”. Siguiendo este ejemplo, en el ámbito municipal, los alcaldes y alcaldesas debieran preocuparse también de los ciudadanos de las poblaciones vecinas porque ellos también consumen bienes y servicios en sus poblaciones y ejercen sus derechos, empezando por el derecho de paso. Que se lo pregunten a La Palma de Cervelló, salida natural de Corbera, por ejemplo. O a Martorell, Sant Esteve Sesrovires y Abrera, que peleados entre sí no saben compartir el potencial de Seat.
El profesor Arthur Brooks, que este mes lanza en España su libro “Ama a tus enemigos”, defiende que el problema en la vida pública de hoy día no es la ira excesiva, sino la cultura del desprecio. En todo el espectro político, escuchamos que aquellos que no están de acuerdo con nosotros no solo están equivocados, sino que son nuestros enemigos. Esto distorsiona el discurso político, destrozándonos como personas e incluso arruinando nuestra salud.
La cultura del desprecio
El ensalzamiento de lo propio frente al desprecio de los que viven fuera de las murallas de los términos municipales hace que la visión de conjunto, comarcal, metropolitana o global, sea anulada por el “Nosotros primero”, con el idéntico y exitoso trumpismo populista que ha campado desde 2012 en Cataluña y que ha vencido en Hungría y Brasil, por poner ejemplos allende nuestras fronteras.
Brooks, que tocó el trombón en la Orquesta Sinfónica de Barcelona cuando tenía 20 años, defiende que tras una crisis financiera siempre se produce una especie de pánico en la población, sobre todo durante la recuperación económica posterior, cuando con el 80% ve sus sueldos igual y que sus hijos cobran salarios bajos. Por eso respaldan partidos populistas, practican una cultura del desprecio y quieren que tú y yo seamos enemigos. De ahí su resentimiento, momento en que aparece un político y les dice que la culpa la tienen los extranjeros, los bancos, los ricos…España.
Asimetría emocional
Books asegura que la gran mayoría de la gente, tanto en EEUU como en Cataluña, no quiere odiar a sus vecinos, y mucho menos a sus familiares. Sin embargo, uno de cada seis estadounidenses ha dejado de hablar con un miembro de su familia por cuestiones políticas. Igual ocurre en Cataluña. Eso es nefasto, porque las relaciones con los demás nos suelen procurar felicidad y nadie quiere ser infeliz.
Los populismos también se basan en la asimetría motivacional, fenómeno que los psicólogos denominan a asumir que tu propia ideología se basa en la bondad frente a la ideología de tus oponentes, que juzgas basada en el odio. Piénsenlo. La mayoría suele decir: “Mi ideología es buena, quiero ayudar a la gente, pero los otros son malvados y están en mi contra”. Desde esa asimetría es imposible progresar como sociedad.
Zona Franca, el mejor polígono del mundo
¿Cómo resolverlo? En primer lugar, siendo honestos y reconociendo que hay diferencias, pero no irreconciliables. En la diversidad reside nuestra fuerza. Afortunadamente, existen objetivos comunes, como los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) definidos por Naciones Unidas. Una hoja de ruta que, en palabras de Cristina Gallach, Alta Comisionada de la Agenda 2030, trabaja en torno a 4 Pes: Persona, Planeta Prosperidad y Paz como “una oportunidad única, ya que nunca se había puesto sobre el papel los objetivos para un mundo sostenible e inclusivo para las próximas generaciones”. De forma que hoy “la sostenibilidad ya no es una opción sino una obligación para el éxito y reputación empresarial”. Estas palabras las pronunció Gallach ante los empresarios del polígono de la Zona Franca, después de que el delegado especial del Estado en el Consorcio que lo rige, Pere Navarro, expresara su deseo de que el mayor polígono catalán sea “el mejor del mundo” y un marco de colaboración público-privado, como como el propio Consorci, “un espacio de consenso político, social y económico, porque de lo que se trata es de crear riqueza para compartir”.
vaEsos son los nuevos aires de una ideología flexible. Necesitamos ser menos predecibles. Unirnos en objetivos claros y ensalzar las buenas prácticas. Esa es la diversidad en la que radica la fuerza del futuro para que eche a andar una ideología impredecible. Y entonces, tal vez, nos daremos cuenta de que nuestras grandes diferencias no son realmente tan grandes.