“Caras de odio como no había visto nunca, violencia organizada con gente que seguro que estaba dirigiendo a la masa, gritos de Votarem, feixistes e independencia, nos dejaron entrar a hacer el registro, los secretarios judiciales andaban muertos de miedo”,
Son expresiones que se han ido repitiendo con estas mismas y precisas palabras durante los interrogatorios a los guardias civiles que llevan ya dos días largos de peroratas sobre qué hicieron, cómo lo hicieron y por qué lo hicieron, a preguntas de todos cuantos tienen ganas de demostrar —Fiscalía, Abogacía del Estado y Acusación Popular— que efectivamente hubo violencia organizada, odio a raudales y gritos intoxicantes.
De verdad que sus testimonios aprendidos resultan difíciles de creer. No porque no fueran ciertas algunas cosas que citan, sino porque les han indicado, fuera de las sesiones, que debían contestar lo mismo a las mismas preguntas y su testimonio ha perdido espontaneidad y verosimilitud, y por lo tanto eficacia. Ya es igual que hayan habido episodios violentos, insultos y caras agrias. Se hace difícil de aceptar que esos episodios violentos, esos insultos y esas caras agrias hayan sido vividos por primera vez por los encargados de hacer registros, detener, interrogar, esposar, etc. Cosas que ya se sabe que son desagradables por antonomasia. La noticia, cuando se refiere a la guardia civil, es que alguien les de las gracias por cualquier acción beatífica. Eso es noticia. Deja de ser noticia todo lo demás, porque todo lo demás suele ser lo habitual.
Uno de los guardias civiles, que dio gracias a Dios por no haber estado en Euskadi, llegó a decir que lo visto esos días se parecía mucho a lo que le habían comentado compañeros suyos y otro explicó que durante las acciones de aquellos meses “todos estábamos muy nerviosos”. Lo cierto es que se vivieron momentos de cierta crispación y dureza pero no es menos cierto que apenas hubo daños materiales y ningún detenido. Para que todos tuvieran tan presentes las caras de odio, los insultos y los gritos, la cosa se solventó bastante bien. Los claveles que arrojaron los manifestantes en alguna ocasión sobre los capós de los coches, no parece que se convirtieran en armas ofensivas peligrosas. Y el nerviosismo que decían haber vivido no desembocó en nada grave porque, preguntado alguno de ellos por las defensas, sobre si había pedido la baja o asistencia psicológica por la presión, el interrogado dijo que no, porque estaba bastante acostumbrado a todo eso. Lo dicho, los guardias civiles están más acostumbrados a que les miremos mal que a que les miremos bien. Algo tendrá ese oficio que descorazona. Estaría bien que alguno meditara acerca de por qué una profesión que parece tan indispensable para el buen funcionamiento de la sociedad tenga tan mala prensa…
Mañana habrá más guardias civiles recitando la salmodia que alguien les ha enseñado fuera de sala y el juicio seguirá en la misma dinámica cansina.
Suerte que Torra está decidido a fijar la atención porque sino, esto del juicio acabaría convirtiéndose en una pesadilla muy poco atractiva. De la sala del Supremo nos estamos yendo estos días a los balcones de la Generalitat. Torra decía el otro día que le haría caso al Síndic Ribó sobre la cosa de los lazos, y el Síndic dijo sin cortarse un ápice, que el president sabía su opinión desde el viernes. De modo que su resistencia, luego se ha sabido, era un modo de darle tiempo a la imprenta para que preparara la pancarta substitutiva porque es evidente que va a sacar los lazos no porque lo aconseje el Síndic sino porque lo prohíbe la Junta Electoral Central que se reúne el jueves por la tarde para ver qué decide.
Pero también parece evidente que Torra no se va a conformar con quitar los lazos y guardar silencio. Va a seguir dando que hablar, a mantener una resistencia insolente, a rozar la ilegalidad porque su misión es, sobre todo, mantener el pulso contra el Estado, oponerse a las instituciones, desobedecer civilmente.
La cuestión es mantener los dos frentes abiertos en plena efervescencia: la batalla en el Supremo y la batalla contra el Estado. Ahora, sin la efectividad del legislativo ni del Ejecutivo, todo se centra en la batalla contra los jueces y contra las leyes. El peor camino para resolver nada. Otra vez, aceleradamente contra el muro…