La pandemia está condicionando nuestro sistema de salud, nuestra economía, nuestros centros educativos, nuestra relaciones interpersonales y familiares, en fin, este virus pone al descubierto la fragilidad de la sociedad que hemos construido.
Lo fácil y creo que irresponsable es la continua búsqueda de culpables, parece cada vez más difícil que cada uno asuma sus responsabilidades. Uno de los últimos en recibir la acusación pública son los jóvenes y sus respectivas fiestas. Siempre es injusto generalizar cualquier juicio, sea en un extracto de la sociedad o en otra.
Nuestros jóvenes también son víctimas de una sociedad hiperestimulada hacia la diversión y el ocio. Para muchos de ellos, la noche y el fin de semana es su espacio de libertad, mal entendida y distorsionada, pero es su momento. ¿Qué le estamos ofreciendo, como sociedad y familia? ¿Quién les educa en la responsabilidad y los compromisos? Tenemos una juventud fruto de una sociedad carente de valores, de estresante competitividad y de la búsqueda del placer y el bienestar al precio que sea. Evidentemente, también hay jóvenes que asumen con madurez este tiempo tan particular y extraordinario en la historia reciente, pero no son referentes mediáticos. Los programas de gran audiencia televisiva infantilizan a muchos jóvenes permanentemente, les muestran un éxito fácil y rápido que clonan el pensamiento y sus prioridades.
El otro día escuché un joven que ofrecía una pista para entenderlos, reflexionaba seriamente sobre la desorientación que sufren, no saben dónde apoyarse o que referentes sólidos encontrar. Su búsqueda vital tropieza con la crisis de la familia, con la ausencia de trascendencia o con una formación ética puramente egocentrista. Tales referencias condicionan a los jóvenes más frágiles.
La pandemia también acentúa los defectos, las virtudes, las carencias de nuestra sociedad tan opulenta y autosuficiente. Los jóvenes no son una excepción, sino una realidad cercana y perfectamente representativa.
Esta pandemia nos invita a revisar todo aquello que dábamos por avance, progreso o bienestar. ¡Ojalá!, la persona y su valor por encima de la economía, ¡ojalá!, observemos la vida como un regalo y una oportunidad, ¡ojalá!, perdamos el miedo y las barreras ideológicas en la búsqueda de la única Verdad que nos sostiene y nos humaniza: DIOS.
“Si existiera algo que quisiéramos cambiar en los jóvenes, en primer lugar deberíamos examinarlo y observar si no es algo que podría ser mejor cambiar en nosotros mismos (los adultos).” CARL GUSTAV JUNG. III