La obra de Albert Balcells y Rosa Serra acaba de ser laureada en la 28 edición de los premios bonaplata que concede la Associació del Museu de la Tècnica i d'Arqueologia Industrial de Catalunya (AMCTAIC). Las vieviendas para obreros junto a las fábricas acabaron convertida en un ecosistema propio, en un mundo cerrado.
El Baix Llobregat no puede entenderse sin detener la mirada en un fenómeno fundamental que está detrás de su actual prosperidad económica: las antiguas colonias industriales del río Llobregat, cuya sombra todavía continúa siendo alargada.Hace 150 años que los ancestrales molinos hidráulicos del cauce empezaron a reciclarse como generadores de energía para abastecer a las factorías emergentes, lo que dio inicio al fenómeno, tal y como se recoge con mimo y con todo lujo de detalles en el estudio Les colònies industrials de la Conca del Llobregat. 150 anys d’història, obra a cuatro manos de Albert Balcells y Rosa Serra, y que acaba de ser laureado con el premio Bonaplata, que concede la Associació del Museu de la Ciència i de la Tècnica i d’Arqueologia Industrial de Catalunya (AMCTAIC), en su 28 edición.
Todo el curso del río Llobregat está salpicado con 63 colonias industriales (textiles, agrícolas, mineras, cementeras y químicas) de las que siete están en el Baix Llobregat: desde la Colònia Sedó (Esparreguera) y Can Bros (Martorell) hasta la Granja La Ricarda y Casanovas (El Prat) pasando por la Colònia Güell (Santa Coloma de Cervelló), la Colònia Bertrand (Sant Feliu de Llobregat) y Can Rosès (Cornellà). Dos de ellas -la Colònia Güell y la Colònia Sedò- son además “dos colonias singulares”, subraya Albert Balcells (Barcelona, 1940) coautor del estudio y catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y miembro del Institut d’Estudis Catalans (IEC).
La Colònia Sedó de Esparreguera es excepcional porque tenía “la turbina más grande y más importante de su época en Cataluña”, matiza Balcells, y la Colònia Gúell porque está impulsada por empresarios de Barcelona, mientras que el resto tuvo como promotores a sagas familiares burguesas de la Cataluña comarcal. Además, la Colònia Güell es la única que no se origina a partir de un molino primigenio (que se amplía y se completa con exclusas como pasa en el resto), sino que se planifica desde cero, porque Joan Güell adquiere la finca de Santa Coloma para trasladar la factoría que explotaba en el barrio barcelonés de Sants.
El resto de colonias textiles del Baix no tuvieron patronos de la capital. La Colònia Sedó es una iniciativa de una familia de Vilafranca del Penedès vinculada con la exportación de vinos a Cuba, los dueños de Can Bros eran emprendedores de Igualada que tenían molinos en el río Anoia; los fundadores de can Rosès provenían de Llavaneres (Maresme) mientras que los de la Colònia Bertrand eran franceses. Aunque todas las explotaciones tienen una cosa en cosa en común “todos sus propietarios acaban viviendo en el Passeig de Gràcia de Barcelona o en el Eixample más acomodado”, relata Balcells.
Junto a las colonias textiles florecieron hace más de un siglo en el Delta del Llobregat dos colonias agrícolas: La Granja La Ricarda y la colonia Casanovas. “El proyecto agrícola y ganadero de La Ricarda es excepcional porque va dirigido a un mercado potente y en transformación como Barcelona y porque introduce la maquinaria agrícola y la mecanización de la producción de leche”, explica la coautora del trabajo premiado, profesora e historiadora, Rosa Serra (Granollers, 1956). La antigua granja resultó afectada por la ampliación del aeropuerto Josep Tarradellas, pero el inmueble fue protegido y reconstruido en un emplazamiento próximo.
Antesala del Parc Agrari
Muy cerca de La Ricarda, aunque con una vida más corta se alzó la colonia Casanovas, de la que no quedan vestigios porque fue devorada por el crecimiento urbanístico de El Prat. Serra señala que las instalaciones agropecuarias de Casanovas fueron fundamentales porque abrieron nuevos pozos de extracción de agua, la canalizaron y convirtieron “una ciénaga de aguas estancadas e infectadas de paludismo en un próspero regadío”. “El gran esfuerzo de canalización de las aguas, de desecación y de explotación de unas tierras muy malas (que se compraban a precios muy bajos) convirtió una zona pantanosa en la antesala del actual Parc Agrari del Baix Llobregat”, apuntan los autores del estudio premiado.
Para entender el fenómeno de las colonias del Baix Llobregat hay que tener en cuenta que la realidad de finales del siglo XIX era muy diferente a la actual (Sant Feliu tenía solo 3.000 habitantes y Martorell 5.000) y el territorio fue creciendo demográficamente de forma pausada y equilibrada. Las colonias ayudaron a urbanizar nuevos territorios porque se convertían en potentes núcleos de población para fidelizar a la plantilla. Can Rosès, por ejemplo, construyó viviendas junto a la fábrica para que sus obreros no se marcharan a trabajar a otras compañías, ya que en Cornellà no había suficientes hogares para todos ellos y sus familias.
¿Por qué prosperaron las colonias industriales a lo largo del río Llobregat? La repuesta es muy sencilla: “porque los terrenos y la mano de obra son más baratos que en Barcelona, igual que la fuente de energía (hidráulica) de los saltos de agua, mucho más asequible que el vapor obtenido del carbón importado primero de Gales y después de Asturias”, rememora el catedrático de la UB. La coautora del estudio añade que las colonias asumen “el excedente de mano de obra agrícola. En el interior de Cataluña, históricamente el hombre trabajaba la tierra y la mujer cosía en la masía. Pero cuando llega la industrialización y la mecanización se van a las colonias, lo que frena la emigración a Barcelona y urbaniza zonas rurales”. Por el contrario, el auge de las colonias fabriles despobló las zonas altas de las comarcas interiores catalanas en beneficio de las orillas del río.
Una de las claves que le ha valido el premio al estudio conjunto sobre las colonias del río Llobregat es que “es objetivo, huye de los prejuicios que presentan a las colonias como una especie de feudalismo industrial donde se explota a la mano de obra, pero tampoco puede decirse que los empresarios industriales fueran unos filántropos”, asegura Albert Balcells. Prueba de la amplitud de miras del trabajo es que repasa episodios como el carlismo, la Segunda República o el franquismo.
Al final, las colonias del Llobregat acaban convertidas en un ecosistema propio. “Se trabaja en el mismo lugar que los vecinos, el propietario que alquila el piso es el mismo que le da trabajo… al final es un mundo cerrado que para unos da seguridad y para otros resulta asfixiante”, remarca Rosa Serra.
El finiquito europeo
Con la crisis de los hilados en los años 60 del siglo pasado, “muchas colonias perdieron el tren de la modernidad y cerraron”, como Can Bros, repasa la historiadora. Las que resistieron (gracias a los planes industriales de Franco) acabaron pereciendo en los 80 con la entrada en la UE. Pero todavía quedan vestigios que resisten, especializados en actividades económicas renovadas
Un ejemplo de evolución es la Colònia Sedo que ha convertido en museo su enorme turbina y las antiguas salas de control mientras que las viviendas de los obreros o la iglesia han acabado en ruinas. En paralelo, las viejas naves vuelven a tener actividad económica, pero “de industrias del siglo XXI”, matiza Balcells.
Este despertar de las colonias no tiene demasiado que ver con su pasado, pues se asemeja más a Silicon Valley. Las nuevas empresas “no son herederas de las sagas de empresarios que las impulsaron sino de la tercera o la cuarta generación de sus trabajadores, que han sabido modernizar la actividad y adaptarse a los nuevos tiempos”, asegura Serra.
Algunas colonias ahora confeccionan velas para barcos, paracaídas, toldos o corsetería. “La colonia perdura, pero no el sistema. Queda la huella, el legado arquitectónico pero el modelo se ha extinguido porque se ha perdido su finalidad”, reconoce Albert Balcells. III