Cada vez nacen menos niños, es una evidencia incuestionable, que se sustenta no solo en la percepción personal –no se ven tantos menores por la calle o jugando en las plazas como hace unas décadas- sino en las cifras.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) entre 2014 y este año el descenso de la natalidad se estima en un preocupante 24,4%. No se recuerda algo igual desde que en 1941 empezó a contabilizarse este parámetro, lo que hace pensar que incluso la caída sea la mayor de los últimos cien años o más. Si se estudia la situación de forma pormenorizada de anualidad en anualidad se constata además que la caída de los natalicios es tan constante como imparable: en 2023 hubo 6.629 nacimientos menos que en 2022 y es el quinto año consecutivo que se recogen cifras similares. En los siete primeros meses de este 2024, han venido al mundo en España un total de 184.050 bebés lo que supone 40.947 neonatos menos que en los mismos meses de 2017.
La situación es doblemente peliaguda porque esta caída de la natalidad viene acompañada de un envejecimiento de la población. España es el segundo país del mundo con una mayor esperanza de vida (82 años de media, solo superado por Japón), lo que significa que hacia el año 2040, y según los expertos, España podría ser la nación más envejecida del mundo, porque la tasa de natalidad española actual es de 1,3 hijos por mujer, un punto menos respecto a la media mundial (2,3), un número que sí garantiza el relevo generacional.
Sin mejora a corto plazo
Y la situación no apunta a una mejora a corto plazo sino más bien al contrario. Las Proyecciones de Población 2022-2072 del INE prevén que hasta el año 2036 nacerán en España unos 5,5 millones de niños, lo que supone un desmoronamiento de la natalidad de un 14,2% adicional al de los 15 años previos y que irá acompañado de una cifra superior de defunciones que de nacimientos.
Hay muchos motivos que pueden estar detrás de esta preocupante situación: los bajos salarios, la anteposición de la carrera profesional a la creación de una familia –en especial entre las mujeres que son quienes suelen acabar soportando el peso de los hijos– la falta de incentivos que ayuden a correr con los gastos que supone la crianza, o el individualismo que impregna una sociedad cada vez más desvinculada de los compromisos, en especial entre las nuevas generaciones (en España nacen más niños de madres mayores de 40 años, que de menores de 25 años). Lo que está claro es que hay que hacer algo. Pero, ¿qué? ¿Un cambio en las políticas públicas? ¿Una apuesta decidida por el apoyo a las familias tradicionales e incluso a las familias numerosas? ¿Más ayudas sociales? ¿La mejora de la conciliación? ¿Una subida notable de los salarios? El debate está servido. III