Como si se tratase de un pequeño exorcismo que conjura los males venideros, en estas fechas nos apresuramos a intercambiar buenos deseos, intenciones y propósitos para el nuevo año. Una costumbre que da sustento a la esperanza y a los anhelos de mejora.
De buenos deseos, los hay privados, personales e intransferibles, y tambien otros que conciernen a lo colectivo. Yo me apunto a estos últimos y los resumo en uno solo: que se recupere la confianza en las instituciones y en el sano ejercicio de la política y la democracia. O expresado de otra manera, que avanzemos hacia una mayor calidad de la cultura política.
Un buen propósito, sin duda, que sin embargo no alcanzaremos con solo desearlo. Así que demos un paso más allá y convirtamos ese deseo en una visión compartida, dibujemos la meta hacia donde queremos dirigirnos. Y ese dibujo nos hablará de un tablero político libre de la polarización, de la crispación y de las narrativas de la desinformación que la derecha y la extrema derecha acostumbran a promover. Y a continuación actuemos. Porque sin acción, la visión es solo un mero sueño, pero cuando visión y acción se conjugan, transformamos.
Y actuar aquí significa no olvidar que todo acto individual incide en lo colectivo. Que plantar cara a la involución de libertades que estamos viviendo también es posible a título personal. Primero, asiéndonos a las ideas de equidad e igualdad que nos definen como progresistas y que han hecho posibles tantas conquistas sociales y un mayor bienestar; en segundo lugar, cultivando y fomentando el espíritu crítico para desenmascarar a aquellos que tratan de imponer relatos que deforman la realidad; y tercero, siendo conscientes de que está en juego el futuro de las nuevas generaciones.
Deseémonos, por tanto, lo mejor para el año que comienza, pero hagámoslo desde esa visión compartida, la de un 2025 que marque el inicio de esa regeneración de lo público. Y, mientras tanto, no se olviden de ser felices. III