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Lucha entre lo sagrado y lo absurdo: ¿Tienen sentido la religión y sus rituales en el mundo moderno?

Lucha entre lo sagrado y lo absurdo: ¿Tienen sentido la religión y sus rituales en el mundo moderno?

Por David Aliaga Muñoz
domingo 12 de enero de 2025, 13:00h
A lo largo de los años he tenido ocasión de comprobar cómo, a menudo, las prácticas rituales son capaces de despertar tanto curiosidad como hilaridad.Sobre todo, aquellas que no forman parte de la costumbre del que observa. Así, entiendo ambas respuestas como formas de expresar la incomprensión ante lo que se está viendo. Hay personas que, al descubrir un gesto extraño cuyo sentido no es capaz de desentrañar, sienten el deseo de indagar en él. Te preguntan cuáles son tus motivos para colocarte una kipá sobre la coronilla o de dónde viene la costumbre de prender velas por Janucá. Otras se mantienen a una cierta distancia, observando a un adulto hacer movimientos que, vaciados de su significado, claro, resultan un tanto estrafalarios, cómicos. Y puede suceder también que lo litúrgico, cuando quien mira está previamente convencido de su inutilidad, cause menosprecio. A menudo, se dan entreveradas la risa, las preguntas y la sospecha.

Algo así sucede con el protagonista de kaddish.com. La última novela de Nathan Englander, que permanece inédita en español, arranca con un personaje que vuela desde Nueva York al sur profundo para asistir al entierro de su padre. Nada más aterrizar, se encuentra con que los espejos de la casa donde se celebra el velatorio están cubiertos –una costumbre judía que tiene como propósito ayudar a los familiares a concentrarse en el duelo y la oración, y evitarles la tentación de preocuparse por su aspecto físico–. Los asistentes se le acercan para expresarle sus condolencias porque “eso es lo que la gente hace”. Y esa mezcla de supercherías y afectación va incomodando a Larry, hasta el punto de irritarlo. Más cuando su hermana trata de convertirlas en obligación, al recordarle que la tradición le impone la responsabilidad de recitar una oración –el kaddish– tres veces al día, durante once meses, para asegurarse de que el alma de su padre encuentre reposo.

Por supuesto, el cosmopolita y laico Larry no está dispuesto a asumir la molestia. No ve qué podría cambiar que él interrumpiese su vida a cada pocas horas para comenzar a recitar Itgadal, veitkadash, shemé rabá... “Son normas estúpidas”, sentencia. Su padre seguirá muerto. El personaje que el escritor de West Hempstead retrata en ese primer episodio encarna el rechazo del hecho religioso. En el caso de la novela, motivado un poco por la lógica materialista, y otro poco por su condición de impuesto, de peso familiar.

Kaddish mientras dure el duelo

Con todo, el huérfano ateo acabará por contratar los servicios, a través de la web que da título a la novela y con la que se tropieza mientras navega en busca de pornografía, de un joven que se compromete a hacer suya la obligación de decir kaddish mientras dure el periodo de duelo. Este Larry lo hace no tanto porque experimente un instante de zozobra agnóstica como por evitar que su hermana pueda recriminarle que no cumplió con su deber.

Sin embargo, esa decisión conflictuará al protagonista veinte años después. En el segundo y más extenso episodio de la novela, Larry aparece convertido en un hombre religioso. Y, tras enterarse de que la mala conducta de uno de sus alumnos se debe al fallecimiento del padre del chico, recuerda y se ve confrontado por la decisión que tomó tras la muerte del suyo, que se verá impelido a reparar.

Actitud woodyalleniana

Esta urgencia que el protagonista afronta con una actitud un tanto woodyalleniana –pese a que el tema pueda sonar trascendente, kaddish.com lo aborda desde la irreverencia– vendría a representárnoslo como el contrario exacto de lo que Larry encarnaba en la apertura. La necesidad de reparar su descreimiento tiene que ver con una concepción mágica de la religión, en tanto que el personaje asume que sus acciones rituales sí van a servir como causa que desencadene un efecto tanto metafísico como terrenal, al tiempo que revela su aceptación de un deber impuesto por una autoridad externa.

Englander no pone demasiado esmero en explicar el proceso o los motivos de la transformación de su protagonista. Y es que no parece que el propósito de la novela sea explicar cómo o por qué un laico militante puede convertirse en un observante ortodoxo, sino observar la colisión entre ambos planteamientos. La contraposición entre el Larry secular y el Larry religioso sirve al autor para explorar la tensión entre las dos actitudes y, quizá más interesante todavía, las contradicciones y las fisuras que plantean sus respectivos argumentarios. Sin que el narrador tome partido de forma evidente, sin que se perciba una voluntad manifiesta de moralizar al lector… y, por lo tanto, invitándolo a proyectarse sobre las situaciones ficcionadas para que trate de indagarse y hallar sus propias respuestas al respecto. Si soy observante, por qué observo el ritual, cómo lo practico. Si no lo soy, qué rechazo, por qué lo hago.

Ateo profundamente religioso

El propio Englander explicaba en una entrevista con el periodista Ari Shapiro cómo esa es una cuestión que no ha llegado a resolver, más allá de haber escrito el punto final de kaddish.com: “Cuando hablo con mis amigos, les digo que no soy nada religioso, que soy ateo, que soy radicalmente secular, pero también soy una persona profundamente religiosa, por lo que todo el mundo se burla de mí”. ¿Se puede ser “radicalmente secular”, como se afirma el autor, “comerte una hamburguesa con queso en Yom Kippur” y al mismo tiempo “sentirte mal por cosas como, por ejemplo, no dar el diezmo en un año de cosecha”?

Parecería incompatible, una chaladura, si entendemos las acciones rituales a la manera de este Larry de kaddish.com: acto mágico o coreografía estrafalaria. Sin embargo, no son las únicas maneras de comprender lo litúrgico. Existen razones éticas –que para algunos serán perfectamente seculares y para otros no podrán desligarse de lo numinoso– que explican por qué alguien podría comprometerse a decir kaddish por su padre difunto tres veces al día durante once meses. Y es que un ritual es también un acto de remembranza. La mayoría de prácticas litúrgicas son una representación o una restitución de algo que sucedió o que se hizo en un momento del pasado o de una narración fundacional, y que alguien repite años, décadas o siglos más tarde, para recordar la enseñanza, reivindicar el sentido de aquel instante original o comprometerse con él. III

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