Es evidente que la sociedad contemporánea se encamina a una moral relativista, subjetiva y siguiendo los modelos y las modas ideológicas. Van despareciendo las verdades sólidas y permanentes en detrimento de las verdades utilitaristas y hedonistas. Todo es objeto de revisión y de replanteamientos interesados. Y cuando alguien se posiciona con voz crítica u opositora, surge la descalificación o la etiqueta condenatoria.
Todo ello está conduciendo a una visión impersonal, materialista y puramente matemática de la realidad. Observo con preocupación que impera la información estadística de los acontecimientos: los porcentajes, las cifras, las tendencias… Cuando nos informan del hambre, nos hablan de números; cuando nos hablan de guerras, nos hablan de números; cuando nos informan de la crisis, nos hablan de números; cuando nos hablan las pensiones, nos hablan de números…; y yo en mi ingenuidad me pregunto, y ¿las personas que hay detrás?: sus sufrimientos, su dolor, su indignidad, su desgarro, etc.
Cada persona debería convertirse en prioridad: desde el refugiado político hasta el inmigrante, desde el joven parado hasta el jubilado, desde el desahuciado hasta el que no llega a final de mes, desde las familias desprotegidas y vulnerables hasta aquellos que padecen las consecuencias de las guerras y la destrucción; NO SON CIFRAS, SON HISTORIAS PERSONALES.
Los problemas de las personas no se solucionan con palabras fáciles e interesadas que esconden obscuros intereses partidistas. La solidaridad no debería convertirse en el paraguas que todo lo disfraza, debería conducirnos a la solución de aquello que ha generado el problema. La sociedad actual está utilizando muchos “parches” para paliar y no para corregir las raíces de las heridas. La cultura predominante actual, en concreto la gran masa de tertulianos, es perfecta en cuanto al diagnóstico de la realidad y muy deficiente en cuanto las terapias a aplicar. Todo es comprensible en cuanto se abandona un orden y un consenso de jerarquías morales. Cada sociedad se monta su propio orden moral, dando prioridades dispares y, a veces, antagónicas entre los diferentes países. No es de extrañar que cuando el ser humano se constituye como un “semidios”, las consecuencias sean las anteriormente expuestas. Abandonamos la “Verdad” revelada en la Ley natural, para convertirnos en poseedores de verdades relativas e interesadas según la conveniencia particular.
Cada persona es importante, cada persona es una oportunidad, cada persona merece una misma dignidad, cada persona debería ser percibida única e irrepetible, cada persona es una creación desde el amor y para el amor. ¿Quién nos enseña a descubrir a la persona desde esta perspectiva? III