He sentido vergüenza ajena cuando me he enterado de lo que ha pasado en el último pleno del Ayuntamiento de L’Hospitalet. Me refiero a todo el guirigay que se ha montado a raíz del “pacto de gobierno” suscrito entre el PSC y los dos concejales que han dejado de representar a Ganemos L’H por desavenencias con la formación a la que pertenecían.
Por si no se ha enterado, Rafael Jiménez y Cristina Santón se presentaron en las pasadas elecciones municipales bajo el paraguas de la marca Ganemos, una denominación que, como explicó el portavoz de la CUP-PA, Khristian Giménez, se atribuía al movimiento sociopolítico impulsado por Ada Colau, pero que fue registrada legalmente por terceras personas poco antes de los comicios. El caso es que, según Jiménez y Santón, ellos dispusieron de plena autonomía hasta que ganaron dos escaños. Entonces comenzaron a recibir peticiones que, según ellos, iban en contra de lo prometido a la ciudadanía y que han derivado en un conflicto legal y concluido con su expulsión de la marca Ganemos. Y en un tiempo récord los dos concejales no adscritos han llegado a un “pacto de gobierno” por el que pasan a ser regidores adjuntos de las áreas de Bienestar y Espacio Público.
Todos los grupos de la oposición se han mostrado contrarios a dicho acuerdo, hasta el punto de que han aprobado una moción que exige a Jiménez y Santón que renuncien a su acta de concejales y rompan el pacto suscrito con el PSC; por no hablar de los ciudadanos que se han presentado en el pleno y que les han llamado de todo menos bonitos.
No son los insultos lo que más vergüenza ajena me produce, no. Ni que haya gente que se aferre al poder como a un clavo ardiendo, como podría estar sucediendo. Lo que más me ha avergonzado, porque me parecen actitudes más sutiles y peligrosas, es la falta de espíritu democrático. Y me explico.
Las personas son libres y, por tanto, pueden pactar con quien quieran, cuando quieran y como quieran. Los ciudadanos y, sobre todo, los votantes de Ganemos, ya juzgarán si una formación cuya esencia consistía en la renovación del sistema puede cumplir su programa pactando con un partido que lleva en el poder desde el inicio de la democracia.
Lo realmente preocupante, a mi juicio, es que los portavoces de los grupos de la oposición y varios ciudadanos se marcharon del pleno cuando Jiménez y Santón comenzaron a dar explicaciones, después de exigirlas más o menos explícitamente. Y estos, a su vez, se levantaron cuando los otros tomaron la palabra. Señoras y señores, la democracia consiste en escuchar lo que el otro tiene que decir, aunque no me guste lo que diga. Y si no, no creemos en la democracia. Y esto es lo que me produce auténtica vergüenza ajena, que nuestros políticos prefieran el espectáculo al diálogo, que Cataluña y España sigan siendo una democracia de tercera. III