El ingeniero Carles Riba advierte de las consecuencias tempranas si no se reducen los niveles de CO2 y otros contaminantes. Los “intereses de los grandes consorcios de la energía” y el derroche en el consumo son los motivos de la ceguera colectiva
Su interés por el medio ambiente comenzó de manera casual, cuando un alumno de doctorado le invitó a dar una conferencia sobre ecología aplicada al diseño. Entonces, este doctor en Ingeniería industrial comenzó una labor de investigación que le dejó perplejo: “el discurso oficial no coincidía con lo que figuraba en las bases de datos” de las agencias de energía del gobierno norteamericano y la Organización Europea para la Cooperación Económica (OCDE).
Peor todavía, Carles Riba Romeva (Mallorca, 1947) descubrió algunas “trampas” en la forma de clasificar y cuantificar los datos, algo que le llevó a seguir indagando y publicar, en 2011, el libro “Recursos energètics i crisi. La fi de 200 anys irrepetibles”. Sin embargo, esto tampoco satisfizo a este profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya desde 1971, alcalde de Sant Joan Despí entre 1979 y 1983 y presidente del Centre d’Estudis Comarcals del Baix Llobregat entre 1995 y 2013, entre otros cargos. Por eso preside, desde 2012, el Col·lectiu per a un Nou Model Energètic i Social Sostenible (CMES), para alertar del agotamiento de las energías no renovables y facilitar la transición hacia un modelo energético basado en las renovables. Y desmontar todas las “mentiras podridas” que se vierten sobre el tema, a costa de la salud del planeta.
Todas sus afirmaciones se basan en datos contrastados. Y lo primero que destaca es que somos más dependientes de las energías no renovables de lo que nos pensamos, pues el uso mundial de petróleo, gas, carbón y energía nuclear ronda el 80%. Catalunya se halla en una situación especialmente complicada, pues más del 60% de la energía que consumimos proviene de combustibles fósiles cómo el carbón o el petróleo, lo cual generó una factura de 8.000 millones de euros en 2012, en plena crisis económica. Porque nuestro país carece prácticamente de reservas, que son totalmente nulas en Catalunya, y ha de pagar por ellas. Y lo peor de todo es que las reservas mundiales se están agotando, mientras que la población y el consumo siguen creciendo. A este ritmo, Riba calcula que el petróleo se agotará en 30 años; el gas y el uranio, en 35; y el carbón, en 2060. Además, utilizar esta última fuente “implicaría una contaminación difícilmente compatible con la vida humana”.
Transición inevitable
La relación entre energías no renovables y cambio climático es “total”. La quema de carbón, petróleo y gas, por este orden, aumenta los niveles de CO2, hecho que repercute indirectamente en el aumento de la temperatura del planeta, pues se forma una capa que impide que salgan los rayos del sol. Sin embargo, lo que más le preocupa son el resto de elementos contaminantes que se liberan en el proceso de creación de energía y la destrucción de bosques y espacios naturales. Por eso sentencia sin atisbo de duda que la transición energética “no es una elección. Lo que puede ser una elección es cómo nos acercamos, cómo la hacemos”.
Los recursos no son ilimitados ni el tiempo tampoco. Carlos Riba y otros expertos como Ramon Sans Rovira han calculado que si en 2050 no estamos adaptados completamente a las energías renovables, provenientes del sol, el aire o el agua, entonces estamos abocados a modificar radicalmente nuestro ritmo y calidad de vida. Algo que no pasaría si se hiciera una transición energética progresiva.
Ceguera colectiva
Por eso le parece ridículo y un auténtico “eufemismo” que en la Cumbre del Cambio Climático de París de 2015 todo se reduzca a dejar de emitir CO2 y no a ir a la raíz del problema: que se agotan las energías no renovables y que las renovables son eficaces y eficientes.
La raíz de esta ceguera colectiva parece residir en un doble motivo. Por un lado, los intereses de “los grandes consorcios de la energía”, que no quieren perder el control de la energía. Por otro, la necesidad de cambiar de mentalidad y ser más moderados en el consumo. Por eso sostiene que “hemos de pasar de una energía de stock a una de flujo”, donde cada uno gaste sólo lo que necesite y se adapte al ritmo que marque la naturaleza.
La cuestión reside, como bien expone, en si (nos) interesa seguir siendo “consumidores” o convertirnos en “ciudadanos”. En este sentido, Carles Riba confía en que el nuevo gobierno que se forme en Cataluña continúe creyendo en la necesidad de un Pacto Nacional por la Transición Energética. III