El pasado día 24 de febrero leí con cierta sorpresa en el diario ABC la siguiente noticia: “Las juventudes del partido liberal sueco defienden la legalización de la necrofilia (previo consentimiento del difunto) y del incesto (entre mayores de 15 años con su pertinente consentimiento)”.
Después de una primera reacción, mezclada entre la indignación y la irracionalidad, surgieron las reflexiones siguientes:
1ª.- Estos jóvenes no tienen hoy el peso político para influir en la sociedad sueca; el mismo portavoz del partido liberal les puso el apelativo de “imbéciles”. Parece lejana la aplicación de estos posicionamientos “amorales” en una sociedad modelo de bienestar y libertades. Mi preocupación radica en esta observación: estos jóvenes están llamados a ser el relevo político de los actuales dirigentes de su partido. En un plazo relativamente corto de tiempo asumirán la representación democrática que su partido les ofrecerá.
2ª.- La libertad no puede convertirse en un único criterio, aislado de las valoraciones éticas. No podemos construir una sociedad justa sin la defensa de unos referentes morales comunes a nuestra convivencia. El partido liberal sueco debería analizar con serenidad y firmeza al mismo tiempo: ¿cómo es posible que surjan entre sus juventudes estos planteamientos? ¿qué grado de responsabilidad tiene el sistema educativo? ¿dónde se ha gestado y alimentado esta aberrante visión de la vida?
3ª ¿Dónde se encuentra el límite? Parece estar de moda la supresión de todo límite ético en nombre de un progresismo engañoso y exento de líneas rojas. Todo aquello que expresa mis limitaciones dentro de un marco de “ley natural” debe ser legislado en contra. El hombre en su afán de un protagonismo “egocentrista”, quiera abolir todo aquello que le hace presente su realidad finita y dependiente. Quiere convertirse, de este modo, en la única razón que determine “el bien del mal”.
La visión religiosa de la existencia humana permite al hombre convivir con sus limitaciones y su precariedad sin escandalizarse. La existencia de Dios en nuestra vida no te limita, esclaviza o asfixia; todo lo contrario, te encamina a una plenitud y a una realización que viene expresada por el amor. Creerme, yo mismo, dios es una mentira que ha acompañado al ser humano a través de los siglos, convertirse en el centro implica borrar todo aquello que me recuerda mi realidad mortal. Creer que soy criatura y que la vida es una luminosa oportunidad para conocer el Amor de Dios, me invita a aceptar una ley natural ya marcada desde siempre como el camino más cierto e inmutable para ser feliz.
Sin Dios el ser humano intenta convertirse en aquello que nunca alcanzará por sus fuerzas y puños. Sin Dios, ¿quién marcará nuestras limitaciones? Sin Dios, ¿dónde esta la verdad del ser humano? Sin Dios, ¿qué camino seguir y hacia dónde? Sin Dios, ¿dónde se encuentra el horizonte moral del ser humano? III