Ni un día duró la visita, pero atrajo la atención de todos los gobiernos de Europa. El Papa fue a visitar la isla de Lesbos el 16 de abril. Una isla griega muy cercana a las costas de Turquía. Una isla marcada por la llegada de emigrantes.
Emigrantes a causa de las guerras o a causa del penoso futuro que hay en los países de origen. Las agencias de viajes, justamente, la presentan como un “idílico hogar”. Y eso es precisamente lo que buscan las miles y miles de personas que llegan allí.
El papa Francisco no ha ido a la isla para hacer turismo, él mismo lo explica “Quiero deciros que no estáis solos. En estas semanas y meses, habéis sufrido mucho en vuestra búsqueda de una vida mejor. Muchos de vosotros os habéis visto obligados a huir de situaciones de conflicto y persecución, sobre todo por el bien de vuestros hijos, por vuestros pequeños. Habéis hecho grandes sacrificios por vuestras familias. Conocéis el sufrimiento de dejar todo lo que amáis y, quizás lo más difícil, no saber qué os deparará el futuro. Son muchos los que como vosotros aguardan en campos o ciudades, con la esperanza de construir una nueva vida en este Continente.”
El Papa no ha querido ir solo y meterse en casa del vecino. Grecia es mayoritariamente de religión cristiana ortodoxa y Francisco ha querido que le acompañaran el Patriarca Ortodoxo de Constantinopla y el Arzobispo Ortodoxo de Atenas. Un oportuno gesto de respeto y fraternidad que ayuda a romper barreras entre los cristianos.
Una gran confianza en la solidaridad del hombre quiso resaltar el Santo Padre cuando expresó que “somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo habéis comprobado con vosotros mismos y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a vuestras necesidades a pesar de sus propias dificultades. También lo habéis visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes provenientes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudaros.” Finalmente realizó una invitación a la esperanza: “El mayor don que nos podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración. Ojalá que podáis intercambiar mutuamente este don. A nosotros, los cristianos, nos gusta contar el episodio del Buen Samaritano, un forastero que vio un hombre en necesidad e inmediatamente se detuvo para ayudarlo. Para nosotros, es una parábola sobre la misericordia de Dios, que se ofrece a todos, porque Dios es «todo misericordia». Es también una llamada para mostrar esa misma misericordia a los necesitados.” III