Después, de las tremendas “banderillas” que Toro está recibiendo, no está de más, que desde aquí le echemos un capote a la segunda película del cineasta barcelonés Kike Maillo.
Siguiendo el árbol genealógico taurino, después de el “Vaquilla”, y el “Torete” obviamente llega ya el turno del “Toro”. En este caso, Toro es Mario Casas, un presidiario en régimen de semilibertad, y el menor de una estirpe de hermanos delincuentes, que operan a lo largo de la costa del sol, en un principio bajo la bendición de Don Rafael, un tradicional y sádico Capo local, interpretado por el veterano José Sacristán.
Tenemos delante una película que a mi parecer, atesora los clichés más característicos, de géneros cinematográficos tan marcados cómo el Spaghetti Western o el cine de Kung fu. Por un lado, se nos muestra un antagonista muy malvado, en éste caso, Don Rafael, siempre seguido por una música de trompetas morriconianas, extraídas directamente del camposanto, y que cómo no podía ser de otra manera, nunca sale de casa sin su arma predilecta, una especie de punzón peculiar o pica-hielo, que es capaz de lanzar a una manzana de distancia y dar en el clavo, bajo la precisión propia de un halcón. Obviamente, al vil Rafael le acompaña un séquito de secuaces, que pueden resultar aún más detestables si cabe. Por otro lado, tenemos al variopinto y simpático grupo protagonista formado por un tal José López (tocayo del creador de éste especial rincón cinéfilo), un extravagante y llamativo Luis Tosar, que por su outfit, parece recién desterrado de otra época, en la que el hit del momento era el famoso “Ni más, ni menos”. A éste, le acompaña en todo momento su hija, una niña preadolescente, curiosa y andrógena, interpretada por la joven Claudia Canal. Y capitaneando el grupo tenemos a Cristian, más conocido como Toro, un visceral y comedido pero violento hombre de pocas palabras, descendiente lejano de “el hombre sin nombre” de Sergio Leone, pero capaz de distribuir unos puñetazos más certeros y dañinos que los del propio Chen Zhen de “Furia Oriental” , y que al más puro estilo Bruce Lee, y en claro, o no tan claro homenaje a “Juego con la muerte”, pero cambiando los nunchakus por un gato de tornillo, se ve obligado, a subir uno a uno los pisos de un hotel almuñequero, sorteando los enemigos que custodian cada estrato, hasta llegar al inevitable enfrentamiento terminal.
Todo el film, está acompañado de una comparsa sonora un tanto desordenada y a veces inconexa, dónde tienen cabida canciones, que más bien parecen un sucedáneo de Lole y Manuel, y dónde también tiene su espacio el mítico Bambino. Y aunque éste violento spaghetti western marbellí, goza de un argumento más propio de una película de Jean Claude Van Damme, y peca en algunas ocasiones de tramposo e inverosímil, también posee algunos destellos de lucidez, y un “no sé qué, que qué sé yo” que la hacen una película interesante y atractiva, especialmente para los amantes del videoclub, y que en definitiva, aguarda cierto encanto, que la convierte en un producto correcto, entretenido, y curioso en su medida, que se hace un hueco en la lista de este nuevo subgénero criminal andaluz, junto a otras obras cómo “Grupo 7”, “El niño”, “La isla mínima”, etc. Y no podría acabar este escrito sin antes destacar la siempre espontánea, fresca, y “hermosa juventud” de Ingrid Garcia Jonnson.
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