Los jóvenes son las primeras víctimas de esta sociedad hiper-competitiva y sin escrúpulos para excluirlos. Observo con preocupación como la mentalidad consumista y hedonista se convierten en valores en alza (ej.: los móviles, la diversión sin control, el placer sin responsabilidad, la ausencia de sacrificio…).
Estos jóvenes, al mismo tiempo, no son robots, también se realizan preguntas, buscan sentido y orientación, creen en la autenticidad, etc.
El pasado mes de agosto tuve el privilegio de acompañar a un grupo de jóvenes de Sant Boi al encuentro mundial de la juventud que el Papa Francisco convocó en Cracovia (Polonia). Un anciano convocando a más de dos millones de jóvenes del todo el mundo en un clima festivo y receptivo. ¿Qué quieren escuchar estos jóvenes de una persona fuera de su tiempo? ¿Qué anhelan en sus vidas para recorrer una gran distancia y responder a su convocatoria?
Puedo asegurar que no fue una excursión o un mero viaje turístico. En su corazón había sed de una verdad más allá de las modas ideológicas. Hay muchos jóvenes que se resisten a ser manipulados por el consumo o el placer fácil y por políticos que sólo les interesa el voto sin proponer sólidos valores. Estos jóvenes son nuestro futuro, estos más de dos millones presentes en esta convocatoria son un bocanada de aire fresco y esperanzador al pesimismo reinante.
Fueron testigos de dos realidades que conviven en el ser humano desde siempre:
a) Por un lado visitaron el campo de exterminio nazi de Auschwits (Polonia) donde masacraron a 1.200.000 seres humanos. Alemania, el país más culto e intelectualmente preparado del mundo, enloqueció en un genocidio aberrante. El ser humano es capaz de convertirse en un monstruo y destruir de forma irracional, cuando suplanta y abandona a Dios.
b) Por otro lado quedaron fascinados ante dos testimonios de santidad: San Juan Pablo II y Santa Faustina Kowalska. Dos testigos que comunicaron al mundo la fuerza transformadora del amor y la misericordia. Dos personas contemporáneas que expresaron de forma sublime una vida íntimamente unida a Dios.
Instrumentos imprescindibles para construir una convivencia pacífica y justa.
Estos jóvenes prepararon con tiempo esta peregrinación: obras de teatro y otras actividades. Mostraron interés para ser confirmados en su fe; una fe que debe continuamente alimentarse y renovarse, en función de una gran misión: hay otra forma de vivir, hay otra forma de construir un mundo nuevo donde sobren las palabras y gobiernen las acciones. La impresión que recibí fue que en medio de estos jóvenes percibí el sentido pleno de la fraternidad, todos nos sentimos hermanos porque todos somos miembros de la familia de Dios. III