Históricamente, Barcelona ha sido considerada ciudad de ferias y congresos desde que en 1888 y luego en 1929 acogiera Exposiciones Universales.
Unos acontecimientos que dejaron importantes legados en la capital catalana en forma de recintos: el del parque de la Ciudadela y el Arco de Triunfo, en el primer caso, y el recinto de Monjuic en el segundo. Se antoja paradójico que en plena era digital, en los albores de la cuarta revolución industrial, los humanos sigamos necesitados de relacionarnos cara a cara y de viajar por todo el mundo para visitar los escaparates de las novedades de los distintos sectores. Pero afortunadamente es así y no sólo nos relacionamos a través de las máquinas. Por eso las ferias y congresos son el punto de referencia para la transmisión de información en exclusiva, para tomar el pulso a las últimas innovaciones, el punto principal del encuentro entre profesionales y para la competitividad empresarial.
Las ferias también son una plataforma que promueve la internacionalización de las empresas, donde los canales de venta refuerzan su crecimiento. Un gigantesco sector de sectores y también un balón de oxígeno para las pymes. Además, nuestra institución ferial es el principal ejemplo del modelo de colaboración público-privado catalán, ya que la gestión está profesionalizada y asesorada por el empresariado, mientras los edificios del recinto de Gran Vía en L’Hospitalet son públicos y los 850 millones de euros que han costado los estamos aún pagado entre todos, principalmente a través de los presupuestos de la Generalitat y del Área Metropolitana de Barcelona, pero también de forma directa, se financian anualmente desde los presupuestos del Ayuntamiento de L’Hospitalet a través de su participación en Fira 2000, donde forman parte de su consejo de administración la alcaldesa Núria Marín, de L’Hospitalet, y el alcalde de Cornellà, Antonio Balmón.
Nadie discute que para Barcelona, la actividad ferial es un agente generador de efectos multiplicadores y un factor de aceleración de su economía. Pero más allá de que la alcaldesa de L’Hospitalet aparezca en todas las fotos de las inauguraciones de las ferias y congresos que se celebran en el recinto de Granvía y de una ruta de tapas, existen dudas sobre si el efecto multiplicador y benéfico de la actividad ferial se extiende en igualdad de condiciones entre los hospitalenses y resto de habitantes del Baix Llobregat, más allá de trabajar en el servicio, tanto hotelero, como de transporte, así como en el montaje de estands y catering.
Un estudio de Esade valora el impacto ferial en 2.600 millones de euros, que se distribuyen de la siguiente forma: mil millones es gasto directo del visitante, 1.400 son el valor de la actividad entre expositores y visitantes y unos 750 millones pertenecen a la captación impositiva, de la que 400 millones corresponde al IVA generado. Unas cifras que para el director general de Fira de Barcelona, Constantí Serrallonga, “suponen el retorno de la inversión pública en la construcción de los recintos por la vía del impacto fiscal y de generación de actividad económica”. Pero cabe preguntarse qué parte de ese monto se queda en nuestro territorio, porque en lo concerniente al intangible de la generación de valor de marca, el cien por cien se lo lleva Barcelona.
Nuestro territorio acoge una importante herramienta que aporta una generación extraordinaria de valor, porque nos permite acceder al más actualizado conocimiento de la humanidad en materia tecnológica y productiva. Sin duda, tener cerca el recinto ferial es una ventaja competitiva y una palanca de motor económico. Pero al igual que Fira de Barcelona ambiciona competir con los certámenes alemanes y juega en la Champions League del sector, en L’Hospitalet y en la comarca del Baix Llobregat aspiramos a que los acontecimientos que acoge nos irradie de valor añadido y nos inocule de ventajas competitivas para nuestras empresas. En suma, que el maná ferial también nos alcance más allá de la generación de empleo con bajos salarios.
Analizar el impacto
Urge, por ejemplo, que nuestros políticos analicen el impacto social, de conocimiento, innovación, talento, tecnológico y de creatividad que nuestro territorio obtiene por ser los “caseros” de la actividad ferial. Y que participemos activamente en el reto colectivo, aún no resuelto, de cómo facilitar la transferencia tecnología que observamos en los salones feriales, de nuestras universidades a nuestras industrias. Una buena oportunidad la tenemos el próximo mes de octubre, cuando el recinto de L’Hospitalet acogerá la celebración de la semana de la industria, un escaparate global de la denominada industria 4.0, donde la innovación y la tecnología de salones tradicionales como Expoquimia, estarán junto a nuevos, como el de impresión 3D, o el referido al internet de las cosas aplicado a la industria. De esta manera, nos subiríamos a la ola de la revolución que se está produciendo.
Pero antes, hay que resolver de forma preventiva la amenaza de nuevas huelgas durante la celebración del Mobile World Congress, la joya de nuestra corona ferial. La movilidad es clave en este tipo de acontecimientos para mantener alta la calidad de las ciudades que los acogen. Afortunadamente, ahora se cumple un año de la inauguración de la L9 del Metro, que facilita el acceso al recinto de L’Hospitalet desde el aeropuerto. Una infraestructura que, sin duda, aporta gran valor. Pero no es suficiente, porque ahora son los taxistas los que amenazan con estropear la experiencia del visitante.
De producirse una nueva huelga, estaremos contribuyendo al cumplimiento del sapientísimo refrán “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Es demasiado lo que nos jugamos para que nuestros gobernantes se limiten solo a inaugurar. III