Colossal (***): La cogorza produce monstruos
Si existiera el imaginómetro, es muy probable que Nacho Vigalondo llevara su flecha al máximo: el ingenio y la creatividad unidos a unos ciertos grados de desfachatez le dan a sus películas una manita de singularidad, de humor mosqueante, de salto en parapente, que forman casi un estilo.
Tan imposible es ver aquí algún síntoma de verosimilitud, como no caer rendido (o de risa) ante el bailecito de Anne Hathaway bolinga en un pueblucho americano, mientras que al otro lado del mundo, en Seúl, un gigantesco monstruo reproduce su baile ocasionando un desastre que arrasa media ciudad… Están conectados en un efecto paranormal que, por cierto, Vigalondo no explica afortunadamente como algo científico, sino sentimental.
Qué gran manera de contarnos una historia romántica, de frustraciones infantiles, de desengaños alrededor de una chica desastrosa (todo el arranque con su novio neoyorquino es fantástico), que se agarra unas curdas monumentales y de consecuencias trágicas, sobre todo para la de los inermes habitantes de Seúl.
Y está hecha con la misma temperatura de lo que cuenta, en un estado de febril nocturnidad y con un sudoroso punto de resaca mañanera, y con el espejo metafórico de los monstruos interiores proyectados como pesadillas destructoras allí a lo lejos, a donde solo la imaginación de Vigalondo puede llegar. Sin actores españoles, pero con una Anne Hathaway absolutamente colosal, autodestructiva y entrañable, y un Jason Sudeikis que por fin tiene gracia puntiaguda y untada de curare. Con unos efectos especiales que no cantan, y con una banda sonora que sí lo hace, y estupendamente.
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