Tras los 35 años del primer viaje a Albania en 1982, uno se sorprende que tras la dictadura de Enver Hoxha (44 años en el poder), se vuelva a cometer allí un gran error constructivo después de que ya lo fueran los 700 mil “búnkeres” de hormigón situados en todo su territorio para protegerse del “invasor” con su arsenal (cañones y ametralladoras); y que nunca se usaron.
Fueron construidos en una total precariedad económica que aún hoy sigue: el país es uno de los más pobres de Europa.
Ahora los albaneses han recaído libremente en el mismo fallo, con sus miles de edificios abandonados y a medio hacer que se levantan por toda su orografía. Una nueva ruina. Financiados con las remesas de emigrantes, créditos e hipotecas y el ideal de hacerse la “casa” en el pueblo y en terrenos que se “reocuparon” a la caída del comunismo, hoy la UE les da hasta el 2019 para que resuelvan los litigios y disputas originados, por falta de un Registro fiable, condición para asociarse a la UE.
Se duda de que se resuelva a tiempo. Un gran capital de Estado enterrado en las casamatas antaño, ahora un enorme capital privado retenido en edificaciones inconclusas, -un nuevo despilfarro, sí- y siguen con pésimas carreteras.
Albania es un país de predominio musulmán (60%) y el resto se divide entre cristianos, indiferentes y ateos. Los cinco siglos de dominio turco pesan en su idiosincrasia y costumbres, pero el medio siglo de ateísmo militante (los centros de culto se convirtieron en graneros y gimnasios), aún hoy condiciona sus prácticas de culto, menos rigurosas que en países vecinos: Bosnia, Kosovo o la propia Turquía, hoy en regresión democrática. Turquía paga la construcción de nuevas mezquitas en todos los pueblos con musulmanes y en donde estén: a las 5,30h de la madrugada sus altavoces nos “llaman” a la oración.
El equilibrio entre las religiones es inestable y en cualquier momento se puede alterar, dada la creación de nuevas “madrasas” y el aumento de mujeres con ropa talar y toca. Turquía e Italia son los grandes inversores en el país, curiosamente ambos fueron invasores y dominadores de Albania en períodos antiguos y recientes.
Albania vive de créditos, donativos y subvenciones que, junto con las remesas de sus emigrantes, una agricultura de minifundio, el turismo e industria ligera, le permiten subsistir; sin embargo, sorprende el predominio de los “Mercedes Benz”, la ausencia de ferrocarriles y el colorido chillón de muchas edificaciones que pretenden disimular la grisura del edificio comunista, casi siempre sin revocar.
Su cocina es de influjo turco con la salvedad del uso del cerdo, del vino y licor “raki” aún hoy consumidos. En sus playas “bikinis” y pocos “burkinis”.
Al partir del aeropuerto de Tirana el viajero se entera del atentado de las Ramblas de Barcelona y se queda –confundido- porque está en un país musulmán de práctica relajada, a pesar de los esfuerzos de turcos y tradicionalistas; y se pregunta: ¿podría ser el modelo albanés aceptable para los integristas islámicos que animan atentados, a pesar de la liberal acogida y tolerancia de la sociedad española - descreída y paciente- con los inmigrantes, refugiados y musulmanes en particular?
Falta que las comunidades islámicas españolas y catalanas en especial, se relajen y se destensen como en Albania. Y para esto es preciso un criterio de política religiosa y la unificación policial tan necesaria para evitar previniendo, los desvíos de rigoristas que ni la propia comunidad consigue aislar y condenar en ocasiones.
Esta es la evidencia que nos sirve ahora Albania: relajación en los ritos y vigilancia de los extremistas.
Tal vez podríamos tomarnos -de manera autocrítica- también una tregua con el “procés” y otros delicados temas, como la huelga de los “seguratas” de los aeropuertos, que “viven” precisamente del antiterrorismo, que no cesará… Años atrás, subir al avión para ir a Albania era fácil y seguro, ahora es todo lo contrario. III