Estuvimos los comensales de esta hermandad en el Apat de Molins de Rei un mediodía de verano para lo de siempre: mezclar con delectación dos placeres, el de la gula y el de la conversación, sin preeminencia alguna entre ambos. Como solo somos tres, nadie está enfrente de nadie y todos tenemos al lado a cualquiera de nosotros, lo que facilita un entendimiento que casi nunca es gratuito. No es fácil poner de acuerdo a gente que se llama Tin-tin, Camus o Sócrates porque cada uno tiene su visión del mundo y sus deformaciones particulares y los apelativos escuecen demasiado para pasar desapercibidos en el debate.
O sea, que no nos ponemos de acuerdo casi nunca en lo accesorio porque para algo estamos advertidos en lo esencial. Nuestra conjura no es convencernos de nada, sino paladear los sabores en el contexto de un intercambio que quiere ser inteligente aunque algunas veces solo sea inteligible. Por eso nos hemos dejado llevar por las propuestas de Cubat, del que ya os hemos hablado, aunque no desmerezcamos otras proposiciones honestísimas.
República gastronómica
El Apat de Molins pertenece a la república de los gastrónomos del Baix. Una república, ahora que las repúblicas están de moda, al alcance de la mayoría que quiera unir calidad, buen ambiente y mejor servicio, sin escamotear el coste de todo ello. Hay que ser corresponsables, y si el manjar es óptimo, el ambiente relajado y el servicio atento, el precio debe estar a la altura de lo que se pide y se obtiene.
Comimos el menú degustación que es una manera muy recomendable de dejarse llevar por los sentidos del cocinero. Casi siempre suelen acertar en este punto. Es probablemente lo que ellos comerían si estuvieran en nuestro lugar y conocieran la cocina como la conocen, y dejarse aconsejar en este terreno, acostumbra a proporcionar sorpresas agradables.
Nos empezaron con unas anchoas del Cantábrico sobre un pan de cristal con tomate y aceite de oliva, crujiente y sabroso, cortado a briznas. Buen inicio para proseguir con una coca de foie con verduritas salteadas en aceite virgen y rematar lo que debiera ser un primero con unos magníficos garbanzos de Astorga con setas, ajos tiernos y morcilla del perol. Se trata de, probablemente, la variedad de garbanzo español más sabroso de la península, un llamado garbanzo de pico de pardal que resulta cremoso, sin que la piel estorbe y de menor tamaño del habitual.
Si a ese producto se le añade la morcilla de perol y los ajetes, y se le saltea con unas setas, el resultado es magnífico. En realidad tan magnífico, que sabe a poco. Tin-tin, que es garbanzero además de intrépido, estuvo a un tris de pedir suplemento, pero Camus que es algo más retenido y racional le frenó en seco porque faltaban dos segundos y debe quedar espacio en un estómago sensible para sabores más elaborados.
Tres platos, tres amigos
Así que llegó el bacalao confitado, con porrusalda y langostinos sin piel, para dar alcance a la melosidad del rey del océano y compañía. Es un “bocao” de bacalao que exigiría más abundancia para poder hablar de deleite. Ya sabemos que es un menú degustación pero el bacalao bien hecho no es un plato de degustantes sino de enciclopedistas. Así lo afirmó Sócrates, que tiene a bien molestar con sus diatribas en los momentos más dulces al bueno de Camus, que lo tolera a sabiendas.
Y llegó el magret de pato con salsa Cumberland —que donde aparentan saber llaman también salsa Oxford— donde lo auténticamente elaborado no es el ave, sino el acompañamiento. Carne roja silvestre bajo salsa roja silvestre, hecha de frutos del bosque, arándanos especialmente, y azúcar de caña, con un chorrito de Oporto, jengibre, limón, mostaza y cayena, para darle consistencia y mil sabores.
En ese episodio para el paladar andábamos ya filosofando sobre el desierto de Namibia, donde Camus pensaba olvidar sus vacaciones, después del tránsito de Tin-Tin en la Moldavia de los mejores vinos del mundo, y tras los ensueños canadienses del Sócrates menos clásico. Y dejamos espacio a los postres, con un milhojas de fresones y nata, adornado con canutillos de crema, para hacer más dulce la despedida. Se terminó el cava, pedimos los cafés y nos dimos un abrazo. III