Probablemente ha ocurrido lo que tenía que ocurrir: Puigdemont no ha respondido lo que le pedían que respondiera y el camino de la irreversibilidad ya está trazado. La respuesta era muy fácil para quien preguntaba, pero complicada de responder para quien era preguntado.
Eso ocurre siempre que los interlocutores están en ondas distintas. Lo sencillo hubiera sido confesar la auténtica verdad: que no ha habido proclamación de república alguna, pero eso que es materia común de todos los que han seguido lo que ocurrió el día 10, es imposible de reconocer si se quiere prolongar el reto. Y es evidente que si no se mantiene el reto, no hay tensión y sin tensión, unos se van a sentir bastante derrotados y los otros demasiado victoriosos. Y para aceptar la derrota, quizás ésta tenga que llegar como consecuencia de un inicio de las hostilidades y no de una simple amenaza como hasta ahora.
Así que, a la espera del proceso electoral que ya es irremplazable, la aplicación del 155 ya no hay quien la pare. Habrá que esperar al jueves 19 pero, me temo, que antes de que termine la semana se dejarán ver ya las primeras consecuencias.
Puigdemont ha respondido con un texto largo en el que lo más sobresaliente es que ratifica lo que hizo el día 10, esto es, suspender las consecuencias derivadas del mandato de la ciudadanía del día 1 de octubre. Según Puigdemont, la ciudadanía eligió república catalana y él, el día 10, suspendió esa aplicación. Entender que el pueblo de Catalunya, convocado libremente a ejercer su voluntad en las urnas determinó que lo que quería es una república, es ajustar las apariencias a lo predeterminado.
Lo predeterminado era la independencia, al margen de cualquier consulta —como es bien sabido, por otra parte— y las apariencias, lo que ocurrió el día 1, no se puede alegar racionalmente como el deseo del pueblo de Catalunya. Y no sólo porque no se pudo organizar en condiciones, porque hubo una torpe represión y porque en ese contexto es imposible homologar un resultado creíble. Sobre todo, en mi opinión, porque miles de ciudadanos catalanes no se sintieron implicados, concernidos en el simulacro, y eso invalida de cuajo cualquier resultado objetivo.
Invalidada la substancia por insubstancial, no hay auténtico mandato de la ciudadanía. Y sin mandato, el president no tiene derecho a reconocer ningún resultado y, en consecuencia, a suspender nada. De hecho, con otras palabras, las que todavía mantienen la ligera cohesión del independentismo, es realmente lo que hizo: no proclamar el supuesto mandato y suspender lo que no había proclamado para capitalizar el enredo. ¿Por convicción?. No, desde luego. Por la presión de la realidad: la respuesta internacional, la reacción de bancos y empresas…
La hartura
En su respuesta de hoy, Rajoy introduce un matiz nuevo a la grosera interpretación de la Generalitat sobre que el 155 representa la intervención de la autonomía. Dice el presidente del gobierno que su aplicación “no implica la suspensión del autogobierno, sino la restauración de la legalidad en la autonomía”. Es decir, de lo que se trata es de volver al momento anterior de la ruptura legislativa en el Parlament de Catalunya. Una ruptura que, más pronto que tarde, era inevitable si se adoptaba, como se hizo, la vía del referéndum unilateral.
Lo que ha pasado hoy es que el último llamamiento para despejar las trincheras ha sido flagrantemente desoído. Las solicitudes de mediación, negociación, diálogo por parte de Puigdemont, se repiten hoy como un sonsonete sin respuesta desde hace meses, pero de una manera abrumadora desde el día 2. Este mensaje roza la hartura. Y el del gobierno, más de lo mismo.
La salida probablemente más inteligente a mi juicio, que habría sido derivar la resolución del conflicto a la Comisión de Estudio Autonómico que se tendría que convocar en el Congreso de los Diputados, dar una tregua al estrés de la calle y convocar constituyentes a medio plazo, quedará en los anales históricos para ser evaluada como una posibilidad que se tocó con los dedos.
La carta de respuesta de Rajoy hace un guiño en tal sentido, pero un guiño tan inconcreto que hace temer por su virtualidad futura y más, si los dos nacionalismos históricos no se implican de verdad. Rajoy vuelve a hablar de que el debate político, el diálogo entre fuerzas debe circunscribirse al ámbito parlamentario. Y no queda nada claro si lo que plantea es la incorporación de los dialogantes a la Comisión de Estudio o al pleno del Congreso, como ya hizo hace semanas. En el primer caso tendría un cierto interés; en el segundo, es simplemente un brindis al sol.
La calle ¿cansada?
Mientras tanto, la estrategia del president se centra casi en exclusiva en el mantenimiento de la tensión y eso sin la calle es insostenible. Tengo para mi que la calle está agotada, pero ya veremos. Tengo para mi que hubo dos puntos de inflexión extraordinarios este mes: la derrota sin paliativos que sufrió el gobierno central y sus políticas el día 1 y la derrota sin paliativos que sufrió el movimiento independentista el día 10, que desbarató la cohesión del soberanismo y desilusionó a los menos fervorosos. Lo curioso de estas derrotas es que ambas han sido producidas por el mismo aparato de poder: el president y sus más íntimas fuerzas aliadas.
Hasta ahora, no puede anotarse en el haber del gobierno Rajoy nada que permita augurar genialidades, sino más bien todo lo contrario. Hasta ahora Rajoy se ha limitado a ir amenazando y actuar con sigilo —los tribunales, el control de las cuentas de la Generalitat— y cuando se ha salido de él y de la amenaza ha pasado a la acción —la policía— lo ha hecho tan tremendamente mal que se lo pensará muy mucho antes de ponerse estupendo.
El problema es que para llegar hasta aquí, para llegar hasta el jueves en las mismas o peores condiciones que las que había el día 10, quizás podrían haberse despejado dudas entonces. Quizás Puigdemont tendría que haber declarado con absoluta solemnidad la república catalana, poner en marcha el proceso de ruptura con España y el estudio de las estructuras del nuevo Estado y volver a la pelea en el Parlament. Hoy tendría a su lado como un solo hombre y una sola mujer a los millones de independentistas soñadores, a la CUP, a la totalidad de quienes le apoyan en el sanedrín y en el govern, a los aparatos de PdCAt y Junts pel Sí, a los medios de comunicación afines… Y en contra, exactamente a los mismos que tiene hoy. Se habrían dado unos cuantos pasos más hacia los interrogantes del futuro y quizás si que las empresas correrían en masa al otro lado del Ebro, pero eso también está pasando ahora.
A veces no comprendo estas estrategias tan elaboradas porque se diría que Catalunya no acaba de poder vivir sin España ni el govern de la Generalitat sin el gobierno Rajoy.